Lanzamiento de monedas al aire
La forma más sencilla de jugar es lanzar una moneda a cara o cruz de modo que se gane o pierda dependiendo de la elección previa que hayan realizado quienes toman parte (Salcedo-A). En Salinas de Añana (A) ésta era una modalidad del juego denominado de «Las chapas» que consistía en lanzarlas a cara y a cruz indistintamente aunque normalmente se consideraban como buenas las caras. En Ribera Alta (A) también se conocía como «A chapas» e igualmente se hacían apuestas de dinero que se decidían a cara o cruz.
Ligeramente más elaborada es la siguiente versión en la que intervienen dos jugadores con una moneda cada uno. Esta modalidad también se conoce como «A las chapas» en todas las localidades en que se ha constatado su práctica.
En Apellániz (A) consiste en que uno de los niños tome las dos monedas y las ponga cara con cara para luego lanzarlas a lo alto. Si cuando caen al suelo quedan hacia arriba ambas caras, son para el que las ha tirado; si son cruz, para el contrario, y si quedan cara y cruz, pasa a lanzar el otro jugador. Cuando aún están en el aire se puede anular el lanzamiento gritando: «¡Barajo, que van vueltas!».
En Salvatierra (A) se juega de igual modo. Se ponen las chapas cara con cara y se tiran. Si salen cara son para el lanzador y si cruz para el otro. El ganador es quien se encarga de echarlas de nuevo al aire.
En Allo (N) se jugaba con ochenas de cobre, que a principios de siglo eran conocidas como alfonsas o perras. Aquí, antes del lanzamiento, uno pedía cara y el otro cruz. Las ganaba aquél cuya elección coincidía con la posición en que quedaban. Pero para llevarse ambas monedas debían mostrar el mismo lado, si una salía cara y la otra cruz, había que repetir el lanzamiento.
En Romanzado y Urraul Bajo (N) se echaba a suertes para ver quién jugaba el primero. Este tomaba las dos ochenas unidas, mostraba al otro que las dos caras estaban al exterior y las tiraba al aire. Si al caer quedaban de cara ganaba el lanzador; si salían culos, el otro, y si quedaban las dos distintas se repetía. En la siguiente partida, las chapas las pasaba a tirar el ganador. El que contemplaba la jugada podía anularla si gritaba cuando las monedas estaban en el aire: «badajos» o «bariajos» y las interceptaba en su caída con la mano.
En Lezaun (N) las chapas eran ochenas alfonsinas (10 cts.) ya que las isabelinas no servían al mostrar un cuerpo entero en lugar de una cabeza. Comentan los informantes que este juego era muy perseguido por el alcalde, el maestro y el cura a causa de las apuestas que se cruzaban. Antes de lanzar las monedas al aire, se realizaban las apuestas, éstas podían ser a caras o a culos. Las chapas se arrojaban a lo alto con las caras hacia el exterior y sólo se podían ganar si quedaban en idéntica posición, de lo contrario había que repetir el lanzamiento. Era condición indispensable que botasen en el suelo para lo cual había que jugar en superficies de cierta consistencia. Cuando parecía que las monedas iban a golpear a alguno de los chicos, cualquiera de ellos podía decir «bariajo», y entonces había que repetir la tirada.
En Obanos (N) fue juego de chicos y mozos muy practicado hasta los años setenta. Las monedas se unían por el reverso y al tirarlas al aire se decía: «Cara y cara, badiajo». Al contrario que lo recogido hasta aquí, si quedaban las dos de cara se volvían a lanzar, hasta que saliese cara y cruz.