Aprovechamiento
Una forma de aprovechamiento de la hierba producida por un prado es la siega. Puede realizarse para suministrar directamente la hierba verde al ganado o bien para someterla a un proceso de secado que permita almacenarla para el invierno, cuando los animales están estabulados.
En el Valle de Carranza (B) la cantidad de hierba que produce un prado para ser segada se denomina corta. Cuando se está secando la hierba y la cantidad es importante, derivada del antiguo cultivo de trigo, se habla de “menuda parva” o de “qué parvada tiene este prao”; también sirve para hacer referencia a la cantidad de hierba aún de pie si está destinada a ser secada. La hierba segada para llevarla directamente al pesebre se denomina verde.
El secado ha sido el procedimiento tradicional para su conservación, pero posteriormente hizo su aparición una técnica nueva, el ensilado, mediante el cual experimenta un proceso de fermentación que facilita que se conserve, con la condición de que tal transformación debe realizarse en ausencia de oxígeno.
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Pastoreo
El aprovechamiento de la hierba puede ser directo permitiendo que el ganado la paste. En un tomo anterior dedicado a la Ganadería y pastoreo en Vasconia se aborda la alimentación del ganado en el campo mediante pastoreo.
Al hecho de pastar el ganado se le denomina en el Valle de Carranza (B) con el verbo común castellano de pacer, de ahí que a la cantidad de hierba que produce un prado para ser pacida se le conozca como pación. Vender o arrendar las paciones ha sido una costumbre consistente en alquilarlas, por lo general a un pastor y durante el período invernal, para que aproveche el pasto producido por un prado o una finca durante un tiempo establecido a cambio de una compensación económica o en especie.
Las hierbas frescas que crecen en un prado después de haber sido segado recibían antaño el nombre de brenas y en su conjunto el de retoño. El retoño puede ser pacido o segado para su aprovechamiento.
En Sara (L) a principios del verano se efectúa la primera siega de la hierba; belarra es el nombre del heno resultante de esta siega. La que se recoge en la segunda siega, hacia septiembre, se llama urrisoroa. Mutur-bazka es el nombre con que se designa la que crece después y es destinada para el pasto del ganado (vacas y ovejas) que durante el invierno se echa a los prados.
En Amorebieta (B) si el prado contaba con cerradura se echaba el ganado vacuno a pastar.
Siega en verde
En Amorebieta (B) la hierba de los prados se cortaba a guadaña y se daba fresca al ganado.
En Abadiño (B) también se recoge fresca y se utiliza para alimentar el ganado, principalmente las vacas. En tiempos pasados se segaba con la guadaña, koraiñea, y en los casos en que la superficie era reducida como podía ocurrir en las orillas de los huertos, se utilizaba la hoz, inteije. En la actualidad la hoz prácticamente no se usa y la guadaña se emplea si es poco lo que se va a segar, en los demás casos se recurre a la segadora. La hierba se siega a partir de abril, que es cuando crece.
Una vez cortada se hacen montones con ella, denominados azpelak, ayudándose con el rastrillo, eskubarea. Luego esa hierba se transporta al caserío de diversas maneras dependiendo de la cantidad: a hombros, kargan; en el cesto, zaran; en la carretilla, en el carro o en el carro grande, burdijen.
Dicen que si la hierba que se da en fresco a las vacas ha estado mucho tiempo apilada y está muy comprimida puede generarle problemas, ya que se les hincha la panza, haizatu, lo que ha llevado en ocasiones a tener que realizarles punzamientos para que expulsaran el gas retenido.
Es generalizada la preocupación por suministrarle hierba verde a las vacas que se hayan calentado por estar amontonada ya que se sabe que les puede provocar timpanitis.
En Bedarona (B) antaño la hierba silvestre se cortaba verde para el ganado. Se empleaba la guadaña y tras segarla se ponía en fila, ilada, con el rastrillo, luego se cogía este con la mano derecha, se metía el pie en la hilera de hierba, se acercaba un montón con el rastrillo hacia el pie, se comprimía bien, asmela, se cogía con los brazos y se llevaba al cesto o carretilla. Cuando las extensiones de hierba fueron creciendo por hacerlo también la ganadería, la hierba verde se traía en carros o con el burro en cestos, astootzarak. Hoy en día se corta mucha hierba ya que se cuenta con más ganado. Se emplea la segadora, se pone en hileras y se va recogiendo con el bieldo y cargándola en el tractor, mientras otros van recogiendo los restos, hondakinak, que van quedando y acercándolos a la hilera. Si lo que se corta es poco y al lado de casa, se sigue utilizando la guadaña y se acarrea con la carretilla o en un cesto, sardikoa.
En Ajangiz y Ajuria (B) la hierba que crece espontánea en los prados, landak, se llama bedarra. En la época en que medra hay que cortarla cada dos meses, labor que se lleva a cabo con la guadaña, kodañie. Recuerdan los informantes que la mejor marca de guadaña era Bellota, que fabricaba Patricio Etxebarria en la población guipuzcoana de Legazpi.
Con la guadaña se va segando la hierba de derecha a izquierda. El corte de hierba, iladie, se pliega a la izquierda. El haz que se coge con ambas manos para cargar en el burro o en el carro se llama azpela. Después de la siega se recoge con el rastrillo, eskoberie, en montones como de una brazada, besokadie. A continuación se colocaban las brazadas de hierba en las sillas del burro, asto-sillek. Después, cuando se introdujo el carro arrastrado por burro o por mulo se cargaba en este. La hierba que se acarrea para el ganado debe ser recién cortada, bedar freskoa.
Henificación
La henificación ha sido posible en las poblaciones de clima oceánico debido a la confluencia del período anual de máximo crecimiento de las gramíneas con el tiempo de mayor insolación, y ha sido requisito imprescindible para almacenar la hierba en un clima tan húmedo que acarrearía el crecimiento de hongos que la estropearían si no estuviera suficientemente seca.
Teniendo en cuenta lo variable que resulta el tiempo, ha estado generalizada la preocupación porque llueva durante el tiempo de secarla. Además en tiempos pasados se necesitaba mucha mano de obra para llevar a cabo estos trabajos cuanto antes para minimizar el riesgo de que se mojase la hierba.
En el Valle de Carranza (B) en épocas pasadas “el tiempo de la hierba” se iniciaba por san Juan, a finales del mes de junio, que era cuando comenzaban a “segar pa seco” y se recogían los primeros coloños. El mes en el que se llevaba a cabo la mayor parte de la recolección era julio, a veces prolongándose en agosto si era mucha la que había que segar, a consecuencia de que en julio hubiese venido mal tiempo, o porque en la casa no se contaba con mano de obra suficiente. Por lo general la conclusión de estos trabajos tenía lugar por Santiago.
Excepcionalmente se podía adelantar el final de los mismos si venían primaveras calurosas en que la hierba crecía mucho y acompañaba el sol para secarla. Cuenta un informante que en su casa hubo años de terminar por san Pedro, aunque era una situación poco común, debido a las condiciones climáticas favorables antes citadas, a que era una familia extensa con mano de obra suficiente y a que de ese modo quedaban liberados para ajustar la recogida de hierba a algún que otro vecino, es decir, le recogían la hierba a cambio de un dinero establecido de antemano. No se trataba de labradores como ellos, sino de propietarios de fincas notables que no dedicándose al campo recogían hierba para alimentar el ganado que poseían y que les cuidaban criados a sueldo.
En Lanestosa (B) la hierba para seco, que en invierno constituía el principal alimento del ganado, se recogía entre finales de junio y principios de agosto. En tiempos recientes, con la mecanización agrícola, la labor de siega y recogida es menos dura y de más corta duración.
En Ajangiz y Ajuria (B) consideran que para la hierba seca, bedar sikue, hay que tener muy en cuenta el tiempo que va a hacer porque es conveniente asegurar que haga bueno, por eso se siega por san Juan (24 de junio) o por san Pedro (29 de junio).
En Abadiño (B) las labores que se realizaban para recoger el heno eran muy duras. En junio se segaba y se extendía la hierba a mano. Una vez seca por un lado se volteaba con una horquilla. Durante la noche se dejaba recogida para preservarla de la humedad. Al día siguiente se volvía a extender y cuando estaba completamente seca se recogía y se retiraba al pajar, sabaire, si se disponía de espacio suficiente, y si no se apilaba en almiares, metak.
El sabai ocupa una parte importante de la casa. Antiguamente había que meter la hierba y la paja mediante un hueco que iba de la cuadra a dicho recinto, que estaba sobre ella. En este trabajo se utilizaba el bieldo, sardea. Más tarde y para facilitar la labor, algunos han puesto poleas, otros han sacado puertas a la fachada para poder vaciar directamente del carro al pajar. Durante los últimos años se utilizan máquinas para hacer fardos, para segar o extender la hierba. En algunos casos se han sacado los pajares de la casa y se han llevado a otros pabellones.
En Zamudio (B) por san Pedro (29 de junio) se segaba la hierba que crecía en las campas, landa-bedarra, y se dejaba secar. Para ello se le daba vueltas con la sarda. Una vez bien seca se recogía con la ayuda del rastrillo, eskuberea, y usando la sarda se apilaba en almiares, metak. También se trasladaba al pajar del caserío, lastatie.
En Zerain (G) entre san Antonio (13 de junio) y el mes de agosto, agorra, se cortaba la hierba. De ahí en adelante daba un segundo brote, bibelarra. En el mismo lugar de la siega se extendía para que se secase al sol. Se volteaba dos o tres veces con la horca, sarda, a fin de secarla bien y eliminar todo rastro de rocío, ihintza. Cuando se había secado, ihartu, se recogía con el rastrillo, eskobara, y con la horca se cargaba en el carro. Una vez en casa con una soga y polea se izaba al camarote. Cuando se llenaba este recinto se levantaban almiares, metak o suatzak, en la parte zaguera de la casa.
En Berastegi (G) en los prados donde no pastaba el ganado caballar u ovino, se procedía a segar la hierba para secarla a finales de junio. En Ustárroz, Isaba y Urzainqui (N) los prados eran segados entre julio y la primera quincena de agosto. En Izurdiaga (N) los cortes que se dan al forraje suelen ser en mayo y en julioagosto. En Abezia (A) las labores de la hierba comienzan cuando está crecida, poco más o menos por el mes de julio.
En Sara (L) la hierba de los prados se siega dos veces al año: por julio y por septiembre. Como ya indicamos antes la que se cosecha por julio se llama simplemente belarra, hierba; la de septiembre, urri-soroa. En Beasain (G) si la primavera es bien húmeda y llueve un poco en verano, se siega dos veces, una entre san Juan y Santiago, y otra en septiembre. En Bedarona (B) “se hace hierba seca” a primeros de verano y a finales.
En Donazaharre (BN) los prados proporcionaban dos cortes al año. Las etapas de secado de la hierba abarcaban cuatro etapas: la siega, bedarra moztia; el esparcir la hierba, belar-barreatzia; rastrillar el heno en filas para poder hacer montones, belar-biltzea; apilar el heno para que no se humedeciese por la noche, belar-metatzia. Estas operaciones se repetían durante dos o tres días dependiendo de la intensidad del sol. Para saber si la hierba estaba bien seca, las personas de edad recogían puñados y los retorcían y frotaban junto a la oreja, si crujían es que estaba seca, “belar idorra da”; entonces se podía almacenar sin riesgo a que se rehumedeciera, “belar itzulia da”.
En Elgoibar (G) dependiendo del tiempo, se podían obtener hasta tres cortes al año: junio, septiembre y noviembre, aunque normalmente solían ser dos. En épocas de sequía apenas se conseguía hacer un corte.
En Hondarribia (G) los prados se segaban tres veces al año, siempre dependiendo del clima y de la especie cultivada: por san Marcial, a finales de agosto y el último en noviembre.
A continuación recopilamos la forma tradicional de henificación recogida en el Valle de Carranza. Conviene precisar antes de nada que es voz desconocida para los informantes de esta población, que hablan sencillamente de secar la yerba, como tampoco se ha empleado heno sino hierba seca y a veces yerba seco.
Siega
Al menos hasta los años cuarenta del pasado siglo XX y en décadas posteriores, se empezaba a segar la hierba para secarla a finales del mes de san Juan, junio.
Estas fechas oscilaban dependiendo de varios factores: de cuándo se hubiese retirado el ganado que pastaba los prados, ya que cuanto más tiempo se dejase transcurrir más crecía la hierba; de cómo estuviesen arreglados, es decir, de si estaban convenientemente abonados; y también de las condiciones meteorológicas de cada año ya que si “venía sol y agua” se podía adelantar la corta una semana o dos, mientras que si las circunstancias eran adversas, el inicio de estos trabajos se retrasaba.
La hierba segada en torno a la festividad de san Juan era más difícil de secar, ya que por lo general el sol aún no calentaba tan fuerte como en julio pero sobre todo porque contenía mucha savia. Se decía que se recogía con “toda la sangre” y se consideraba de excelente calidad por lo que era muy apreciada.
Si era posible, la labor de siega era realizada por varias personas. Dado que las familias eran numerosas todos los participantes podían pertenecer a una misma casa, si bien en ocasiones ayudaban familiares y sobre todo vecinos. En la labor de segar para seco no solían participar mujeres. Eso no quería decir que no se dedicasen a esta actividad; la diferencia estribaba en que los hombres segaban en los prados “para seco” mientras que ellas lo hacían en las campas de las llosas[1], más cercanas a la casa y en menor cantidad: un coloño[2] o dos en verde para dar de comer a las vacas que estaban atadas en la cuadra. Transportaban la hierba a lomos del burro y necesitaban ser acompañadas por uno o dos chiquillos que les ayudasen a cargarla en el animal.
El día anterior a segar se preparaban las herramientas que se iban a utilizar prestando especial atención a los dallos o guadañas que se picaban bien. Para esta labor se utilizaban los picos.
Antiguamente se segaba con dallos, entendidos como tales las guadañas de hoja ancha, ya que no se conocían las dallas, que son las que la presentan más estrecha y ligera. Recuerda un informante que las marcas que las comercializaban eran el Toro y la Bellota y no ofrecían dallas. Estas llegaron al importar una marca extranjera, las Tres Liras, de origen suizo. Además de su ligereza presentaban la ventaja de que “la picadura duraba el doble”, es decir, segaban durante mucho más tiempo antes de tener que volverlas a picar. Este tipo de dallas se acabó generalizando. Hoy en día los dallos ya no se ven salvo que los viejos segadores asistan por televisión a una prueba de segalaris, pero su nombre ha servido para designar a las antiguas dallas, no usándose ya el femenino.
El día de la siega se acudía al prado de madrugada, a las cuatro o cinco, para poder realizar este duro trabajo con la fresca ya que para media mañana el sol calentaba tanto que convertía en excesivamente penosa esta labor.
Cada segador iba provisto de su dallo y de la colodra, amarrada a la cintura, para alojar la piedra de afilar o simplemente piedra. Al prado también se llevaban los picos, útiles para picar el dallo, es decir, para sacarle filo.
Se segaba hasta las nueve de la mañana, en que alguien de la casa llevaba el almuerzo a los segadores. Se trataba de un desayuno consistente, a veces patatas fritas con un huevo o dos y por lo general patatas cocidas con un chorizo para cada hombre.
Uno o dos aprovechaban ese descanso para picar los dallos. El problema consistía en regresar al trabajo después de comer; el cansancio acumulado, la tripa llena y el sol que comenzaba a apretar, se aliaban para que reanudar la tarea resultase bastante penoso. Hasta que no se segaban un par de lombillos o hileras y “se rompía a sudar” costaba mucho, después se continuaba hasta el mediodía o hasta la una o dos de la tarde.
Cuando eran varios los segadores, el que mejor picaba los dallos se ocupaba de ello una vez comenzaban a desafilarse por su uso repetido o cuando por tropezar con piedras, topiños (hormigueros) o toperas, perdían demasiado pronto el filo. Esta persona dedicaba varias horas a esta labor, lo que a veces le resultaba molesto ya que además de preferir segar, debía adoptar una postura que tras un tiempo resultaba incómoda y le exigía continua atención para no errar el golpe y que el dallo se cartease, esto es, se cuartease el corte.
Al prado siempre se llevaba bebida, en tiempos pasados agua fresca.
Los hombres que segaban no tenían que esparcer los lombillos que iban haciendo. De esta labor se ocupaban otras personas, por lo regular mujeres y niños, que obviamente empezaban la labor más tarde, no de madrugada. Por lo general a partir de que los hombres desayunasen.
Los chavales comenzaban a aprender a segar pronto, con doce o trece años. Era una tarea en la que participaban animados por las ganas de aprender, no obligados. El padre iba enseñando al hijo cómo debía hacerlo, trucos básicos para que lo hiciese bien, no se cansase más de lo necesario y no adquiriese vicios, pero este era un aprendizaje que requería su tiempo. A pesar de que este trabajo era más duro que esparcir la hierba, todos los niños aspiraban a realizar el primero. Sin embargo, no tomaban parte en las siegas que se iniciaban de madrugada porque suponían un esfuerzo excesivo para ellos.
Cada golpe dado con el dallo mientras se siega recibe el nombre de dallada. Bocao es la cantidad de terreno que se avanza con cada dallada mientras que cambada es el arco que se abarca. Al segar, la hierba va quedando amontonada en el lado izquierdo formando una hilera llamada lombillo. El que tiene más fuerza y abarca una cambada mayor, al segar mayor cantidad de hierba en cada dallada, genera un lombillo más grande.
El segador se va desplazando a lo largo del lombillo arrastrando los pies por lo que visto desde atrás deja dos rastros paralelos. Cuenta algún informante de edad avanzada que en su juventud conocieron a personas que segaban descalzas. Lo solían hacer porque el calzado del que disponían era malo y cuando segaban en pendientes, que era lo habitual, como el desplazamiento solía ser o bien siguiendo las curvas de nivel y más frecuentemente descendiendo algo, los pies resbalaban dentro del calzado resultando muy incómodo. Cuentan que por lo general estas personas estaban habituadas a andar descalzas, por lo que tenían un callo cubriendo la planta del pie tan grueso que “parecía que tenían una suela de goma”. Como inconvenientes, el encuestado cita el temor a ser picado por una culebra y el hecho de un mayor peligro de cortarse.
Si bien se segaba de madrugada para aprovechar la frescura de esas horas, el rocío no resultaba tan buen aliado; bien al contrario, se considera que se siega mejor a la tardecilla o al anochecido, es decir, cuando tras ponerse el sol comienza a refrescar y a oscurecer. Ambos períodos tienen la ventaja de que la temperatura es más baja facilitando la labor del segador. Además la humedad ambiental es mayor, por ello las hierbas están más tiernas y se siegan mejor. Sin embargo, si ha hecho mucho calor durante el día puede ocurrir que estén tan secas que resulte difícil cortarlas, en cambio esa misma hierba se siega muy bien de madrugada al enternecerse por el rocío. Pero si este es abundante presenta el inconveniente de que le añade peso a la hierba de modo que con cada cambada el esfuerzo es algo mayor; esto puede parecer apenas perceptible con unas pocas dalladas pero no lo es en un trabajo que dura varias horas. En este sentido el rocío incrementa el esfuerzo del mismo modo que la chuvia.
Aún así, siendo más conveniente el anochecer, cuando se refrescan y humedecen las hierbas porque comienza a caer algo de rocío pero no acumulan el agua del mismo, se elegía la madrugada ya que en el primer caso se contaba con poco tiempo de luz. En este período previo a la noche se aprovechaba para segar verde con el que alimentar el ganado en el pesebre ya que esta era una actividad que no requería demasiado tiempo.
Como ya hemos indicado antes eran varios los hombres que acudían a segar juntos. Comenzaba uno con el primer lombillo, le seguía otro a una cierta distancia y así los demás.
Era condición entre los que realizaban esta tarea llevar el dallo bien sentao, es decir, deslizar la guadaña a lo largo de la cambada con la hoja apoyada en toda su longitud sobre la superficie del prado. Algunos, sin embargo, levantaban el tacón o carcaño cada vez que daban una dallada, lo que causaba que la hierba quedase segada a media altura en el arranque de cada cambada. Esto suponía un alivio importante para el trabajador que obrase así, ya que el esfuerzo mayor se realiza al arrancar cada dallada, pero causaba un perjuicio al segador que venía inmediatamente por detrás de él. A este tipo de segadores había quien los llamaba chafletas y suponían un problema por las desavenencias que ocasionaba su modo de actuar. Además si la hierba quedaba mal segada dificultaba las tareas posteriores de esparcirla y arrastrillarla.
Podía ocurrir que en el grupo de segadores hubiese una persona más débil por razón de su constitución física, por ser mayor o por tratarse de una mujer. Estas personas no segaban un lombillo como los otros ya que no podían hacerlo al ritmo exigente que suponía segar unos tras otros, así que se ocupaban de la tarea conocida como “sacar el lombillo” o “hacer las orillas”. Consistía en segar en el margen del prado y dejar preparado el arranque de un nuevo lombillo para que el segador que terminaba el suyo, cuando regresaba al punto de partida, pudiese iniciar otro sin dilación.
Si el prado a segar era grande y el número de trabajadores reducido se podía segar en duchas, esto es, en franjas, de tal modo que cada lombillo no abarcase de un margen al otro del terreno sino solo una parte del mismo, ya que hacer hileras muy largas resultaba agotador.
Si los segadores eran una cuadrilla de hombres de condiciones físicas semejantes “solían tirar a lombillo cada uno”, es decir, cada uno comenzaba a segar su hilera y continuaba hasta el final. Cuando concluía volvía al punto de partida e iniciaba otra, poco después llegaba el segundo de los segadores y así, escalonadamente, todos los demás. Esta forma de segar también era la corriente cuando el grupo trabajaba a jornal o bien habían “ajustao un prao”, es decir, segaban para el dueño del mismo por un precio previamente acordado.
La otra forma de segar se practicaba por lo general en grupos familiares y cuando había una notable diferencia en la fortaleza física de los segadores: por ejemplo si participaba una persona mayor, alguien que tuviese problemas de salud o un padre con los hijos jóvenes. El padre comenzaba el primer lombillo, uno de los hijos iniciaba el segundo y los demás iban detrás. El adulto, al gozar de mayor fuerza y resistencia, cuando terminaba su lombillo no volvía al principio sino que sustituía al hijo que le seguía, le “cogía el lombillo” se decía, y este muchacho se lo cogía al que iba tras de él y así los demás. De este modo el adulto o la persona con más fuerza si se trataba de otro tipo de grupo, realizaba más trabajo que los demás, pero como compensación recibía una importante ayuda sin que los demás participantes, más débiles que él, se agotasen.
Si los participantes segaban a lombillo cada uno, el más fuerte, al iniciar una hilera nueva iba poco a poco restando distancia con el último del grupo de segadores hasta alcanzarlo. Este al escuchar cómo se le acercaba el otro (oía cada vez más próximo el sonido de las dalladas del que le seguía) procuraba acelerar el ritmo “para que no le segase las piernas” hasta el punto de extenuarse con el esfuerzo.
Como decíamos, en el caso de cuadrillas cuyos miembros tuviesen fuerzas similares, si uno se dedicaba “a matarla”, es decir, realizaba un esfuerzo menor, no se podía aplicar el sistema de terminar el lombillo y cogérselo al segundo, este al tercero, etc., porque el que menos se esforzaba salía beneficiado. Por eso en estos casos cada cual segaba su lombillo, de este modo el vago se veía forzado a trabajar con más ímpetu cuando sentía acercarse al segador que le seguía. Además los otros participantes “le echaban la verguenza” a la primera oportunidad que tuvieran, por ejemplo al parar para “echar un trago de vino”. Aquí se ventilaban también “picadillas” entre los participantes y cuestiones de hombría. El más lento al sentirse alcanzado tenía que aumentar el ritmo o “salirse del lombillo”, es decir, abandonar la hilera que estaba segando que era retomada por el que le había alcanzado. Cuando un segador “echaba del lombillo” a otro, este se convertía en la risión, el hazmerreír, de los demás.
Secado
Una vez segado el prado las siguientes labores iban todas encaminadas a secar la hierba cuanto antes, asegurando que se redujese su grado de humedad hasta un punto que garantizase que una vez almacenada no se generasen mohos que restasen su calidad. Conviene tener presente que el clima de esta zona es un tanto inestable y siempre había un cierto riesgo de que lloviese a causa de una tormenta y se “mojase la hierba” durante el proceso de secado o una vez seca.
La primera tarea una vez se segaba consistía en esparcer los lombillos tratando de repartir la hierba uniformemente por toda la superficie del prado o de la campa. Esta labor era realizada fundamentalmente por las mujeres y los niños. Por lo general comenzaban a efectuarla antes de que los segadores hubiesen concluido su trabajo, si es que estaban segando un prado grande; cuando segaban las campas de las llosas, dada sus reducidas dimensiones, podían llevar segadas varias antes de que comenzasen a esparcirlas. Si bien los primeros iniciaban sus trabajos de madrugada, mujeres y niños acudían a realizar esta labor de día. Se consideraba conveniente que le “diese algo el sol a los lombillos” antes de esparcirlos. De este modo se secaba la humedad del suelo y de la parte superior de los mismos ya que como indicamos antes se segaba con rocío. Obrando así se conseguía secar la hierba más rápido, ya que si se repartía con rocío, al darle la vuelta tras secarse la capa superficial la hierba seguía mojada retrasando así su secado. Esta labor se debía realizar bien para garantizar que se secase lo más rápido posible.
Los informantes cuentan que antiguamente realizaban este trabajo a mano. Desde la perspectiva actual se sorprenden de que actuasen así dado el riesgo de ser picados por una culebra. Hoy en día son más bien raros estos reptiles pero no antaño. Como contrapartida, los prados solían estar muy limpios, es decir, libres de ortigas, zarzas, cardos y otras especies invasoras que pudiesen causar daño en las manos desnudas. La ventaja de trabajar así era que se adelantaba más que usando cualquier herramienta y esta ventaja era tanto mayor cuanta más hierba proporcionase el prado, ahora bien, como la hierba solía estar mojada por el rocío se terminaba empapado de agua.
Precisamente fue una preocupación continua mantener los prados limpios, es decir, libres de este tipo de vegetación espontánea para lo cual se realizaban periódicas tareas de resiego. Además durante la siega se llevaba a cabo una limpieza adicional conocida como escoger. Los niños o mujeres que participaban en la tarea de esparcir la hierba escogían previamente los helechos, zarzas y otras especies invasoras y las retiraban a montones a las orillas o márgenes del prado o a zonas en las que no interfiriesen en las labores posteriores de secado. La mayor parte de estas plantas eran recogidas a mano, por ejemplo los helechos. Se iba eligiendo cada helecho con una mano y colocándolo bajo el brazo opuesto hasta formar un brazao considerable que se retiraba a un montón. Para escoger las zarzas había que emplear la horquilla ya que en esos tiempos no se disponía de guantes. Los segadores, cuando al ir segando se encontraban con alguna zarza, la sacaban de entre la hierba recién segada con la punta del dallo y la depositaban sobre el lombillo para que así la persona encargada de escogerlas la encontrase con facilidad. También se escogían plantas invasoras como las bernaulas (del género Rumex) y en este caso se tenía especial cuidado en no esparcir sus semillas si la planta ya estaba en sazón porque se conocía perfectamente su facilidad para germinar allí donde cayesen.
La preocupación por escoger estas especies era en parte para evitar que se diseminasen, como en el último ejemplo citado, pero sobre todo para no pincharse en los trabajos posteriores de secado, como al esparcir la hierba a mano y sobre todo durante el proceso de almacenamiento en el sobrao, lo que se conocía como empayar, que se describe más adelante. Añade una de las personas consultadas que precisamente a raíz de la generalización de las enfardadoras movidas por tractor disminuyó notablemente la preocupación por elegir estas especies.
A pesar de lo dicho en párrafos anteriores, fueron varias las herramientas que se utilizaron para el trabajo de esparcir la hierba y que se impusieron poco a poco. Una de las que se usó muy al principio fue la hoz. Otra herramienta era la horca, pero no se esparcía con ella tan bien como a mano. Era práctica si la cantidad de hierba no era excesiva. Se trataba de un útil de madera de avellano formado por un mango que en el extremo se bifurcaba. Más adelante se comenzó a utilizar también la horquilla. Pero esta herramienta resultaba demasiado pesada y además su uso entrañaba mayor riesgo sobre todo porque en este trabajo participaban varias personas situadas relativamente cerca unas de otras. Otra herramienta más empleada en este trabajo era la rastrilla. Como precisan algunos de los consultados cada uno tenía su herramienta preferida para esparcer los lombillos, con la que se desenvolvía con mayor soltura.
Una vez esparcida la hierba se dejaba las horas suficientes para que el sol la secase. Claro que el secado solo tenía lugar en la parte superior, la expuesta, mientras que la parte inferior, la que se hallaba en contacto con el prado segado continuaba verde y conservando parte de la humedad del rocío de cuando se había segado. Por ello era necesario realizar una nueva tarea conocida como dar vuelta a la hierba. Este trabajo se efectuaba con la ayuda de la rastrilla y consistía, como su nombre indica, en conseguir que la parte inferior verde quedase hacia arriba expuesta al sol para lograr que se secase.
Se debía realizar a pleno sol pero no suponía gran esfuerzo físico así que resultaba un trabajo llevadero, de modo que si los hombres tenían otras labores más perentorias la hacían las mujeres y los viejos.
La primera vuelta que se le daba a la hierba era la más costosa ya que se debía conseguir que toda la hierba verde quedase no solo arriba sino también al aire, es decir, se debía lograr esponjarla, que no quedase apelmazada y mucho menos adherida al suelo del prado, para así asegurarse de que se le secaría la humedad. Se debe tener en cuenta que además de a la acción del sol también se veía sometida a la de la brisa, de ahí que interesase que quedase hispida, esponjada, para así conseguir que el aire al atravesarla arrastrase parte de su humedad.
Como los prados solían estar en pendiente se comenzaba a trabajar por la hondera de los mismos y poco a poco se iba ascendiendo hasta la cabecera. Las personas que daban vuelta trabajaban más o menos en línea y cada una se iba desplazando de derecha a izquierda y viceversa hasta topar con la que venía trabajando en sentido contrario, entonces ambas se alejaban hasta encontrarse con sus respectivos vecinos de trabajo, tras lo cual volvían a repetir el primer movimiento.
Cuando se daba vuelta a la hierba en un prado llano se procuraba hacerlo de tal modo que se tuviese al sol de frente, de este modo se conseguía que la hierba dada vuelta quedase más expuesta a la acción de los rayos solares. Tenía el inconveniente de que era algo más molesto para el que trabajaba que tenía que desvolver un tanto el sombrero hacia la frente para no recibir la luz del sol en los ojos.
Una vez concluida la tarea de dar vuelta a la hierba había que dejar que el sol fuese secándola. Después se debía repetir de nuevo la misma operación. La segunda vez que se le daba vuelta el trabajo resultaba más cómodo, ya que la hierba pesaba menos y además no había que prestar tanta atención a levantar la que permanecía adherida al suelo pues esto ya se había solucionado la primera vez. Sí que ocurría de vez en cuando que se encontraban algunos montones pegados al suelo que se habían colado en la primera ocasión. Destacaban sobre la demás hierba que ya comenzaba a tener un aspecto más seco, por conservar su verdor y humedad. Recibían el nombre de pelucones y era necesario esparcirlos con detenimiento, tratando de que quedasen en la superficie y que los tallos que los formaban no siguiesen apelmazados.
El número de veces que había que llevar a cabo este trabajo en un mismo prado dependía básicamente de si el sol calentaba lo suficiente y de la cantidad de hierba que tuviese. También influían otros factores como la época del año ya que la hierba que se segaba temprano, por ejemplo en el mes de junio, tardaba más en secarse; o que se hubiese mojado durante el proceso de secado lo que obligaba a darle un mayor número de vueltas.
Por lo general si el sol alumbraba lo suficiente el número mínimo de vueltas que se le daba era de dos. Transcurrido el tiempo necesario una vez dada la segunda la hierba solía estar lo suficientemente seca como para ser recogida. Excepcionalmente se ha secado con una sola vuelta si la cantidad segada era escasa y coincidía con un día de mucho calor, pero era más habitual tener que darle un número mayor de vueltas.
Si solo era necesario darle dos vueltas porque el sol acompañaba, la hierba se recogía al día siguiente de ser segada. Como se ha indicado antes la siega se realizaba temprano, después se esparcía y tras la comida se le daba vuelta. Al otro día se le volvía a dar vuelta a media mañana y por la tarde se recogía.
En tiempos pasados fue habitual no dejar la hierba extendida en el prado, o tendida que se le decía, cuando llegaba la noche, sino realizar una nueva tarea llamada hacer pilucos. Este trabajo se ejecutaba con la rastrilla y consistía en hacer pequeñas pilas de hierba reuniendo la que una persona pudiese recoger a su alrededor con la rastrilla sin mover los pies. Los pilucos o pilos debían hacerse por la tarde cuando ya empezaba a “bajar el sol”, a declinar, pero antes de que se ocultase para así evitar que cayese rocío habiendo todavía hierba extendida.
Al día siguiente los pilucos se esparcían de nuevo con la ayuda de la horca o de la rastrilla. Esta labor no se realizaba a primera hora de la mañana sino que se aguardaba a que el sol calentase lo suficiente para que secase el rocío caído sobre la hierba amontonada y sobre el prado segado y arrastrillado. De este modo tras esparcer la hierba se secaba antes ya que la capa que quedaba en contacto con la superficie del prado segado no solo no recibía la humedad del suelo al haber sido evaporada por el sol sino que lo que recibía era el calor que desprendía el suelo recalentado. El trabajo de esparcir los pilucos era relativamente sencillo y se efectuaba con rapidez.
Al hacer cada pilo se procuraba sacar la hierba más verde y húmeda a la superficie del mismo. Al otro día, como se esperaba a esparcirlos una vez hubiese calentado el sol un tiempo, se conseguía que se secase más rápida, así que este trabajo permitía acelerar el proceso. Por ello si se hacían pilucos no solía ser necesario dar vuelta a la hierba una segunda vez. La razón era que al quedar la hierba más “en el aire” se secaba mejor por la acción de la brisa que corría, solo se mojaba por el rocío en la parte superior de cada piluco y no toda la hierba tendida y además no se compactaba tanto. Si la hierba estaba extendida por toda la superficie del prado quedaba aplastada contra el suelo por la acción del rocío, se decía que se sentaba. A la hierba que quedaba esparcida, por lo tanto, había que darle vuelta y aún así no se secaba tanto como la que había estado en pilucos.
Cuando el sol no brillaba con intensidad como en los días de nubes altas o con calima (días de poca sol o de resol), resultaba más difícil secar la hierba. En vez de poder recogerla en dos jornadas era necesario emplear más. En un intento por paliar la falta de sol y acelerar el proceso, muchos le daban vuelta unas cuantas veces y la recogían en pilucos cada noche. Eso suponía dedicarle más trabajo ya que a fuerza de moverla se sabía que se secaba. De ahí que se acuñase el dicho que aseguraba que “la hierba se seca en los pinos de la rastrilla”, queriendo indicar que cuanto más se trabajase en ella con esta herramienta antes se secaba.
El que esos días no movía la hierba, cuando volvía al prado la encontraba compactada contra la superficie, la parte inferior aparecía húmeda y la superior “había perdido el color”. Había personas que preferían esta segunda opción para no trabajar tanto aunque supusiese recoger hierba de una calidad algo inferior.
Sin embargo, en algunas ocasiones la segunda opción era la más acertada. Esto era así cuando, por ejemplo, tras una jornada dándole vuelta al otro día lloviznaba o peor aún, caía agua abundante. Si ocurría este percance la hierba que había sido movida se estropeaba más que la segunda, ya que cuando amenaza lluvia es mejor no tocar la hierba, pues si se moja en verde apenas se estropea mientras que si le pilla el agua estando medio seca, después cuando se logra secar completamente queda oscurecida, renegrida, y pierde sus cualidades.
Así que cuando el tiempo atmosférico se presentaba inestable tan importante como efectuar los trabajos adecuados para tratar de secar la hierba, era ser capaz de predecir si iba a llover. Casi todos los informantes de más edad han heredado conocimientos para anticipar el tiempo, que abarcaban desde los relacionados con los tipos de nubes, los vientos y otros meteoros, hasta la observación del comportamiento de los animales. Sin embargo, con el paso de las décadas la atención se desvió hacia los informativos, en concreto al “hombre del tiempo”.
Recogida y acarreo
Tras realizar las labores descritas en el apartado anterior encaminadas a secar la hierba, el último trabajo en el prado consistía en recogerla para acarrearla hasta la casa. En el mismo participaba toda la familia además de parientes y vecinos que echasen una mano y la distribución de los trabajos tenía que ver con el sexo y la edad, en definitiva con la fuerza física. Los hombres trabajaban con las horquillas, que era el trabajo más duro, las mujeres y las personas mayores iban por detrás arrastrillando y los niños, si aún adevanaban[3] demasiado con la rastrilla, juntaban hierba con una horca.
Era frecuente que si se tenía una buena tanda de hierba que recoger, la familia, después de haberle dado vuelta o tras realizar otras tareas con alguna hierba que estuviese más verde, se quedase a comer en el prado. Esto era así porque los prados estaban a veces lejos de casa, eso suponía perder bastante tiempo en el desplazamiento además del cansancio adicional que suponía trasladarse caminando hasta la casa y regresar al prado en plena calmera, es decir, en las horas de más calor.
Antes de comenzar el trabajo una persona entendida comprobaba que la hierba estuviese bien seca, para ello recogía unos puñados en varios sitios y comprobaba que triscase, crujiese, señal de que su grado de humedad era mínimo. Esta persona avisaba a los demás y todos se preparaban para iniciar la tarea.
Si bien, como se indicó antes, las herramientas que manejaba cada uno dependían de su edad, sexo y condición física, este era un trabajo duro y cansado en parte por el esfuerzo físico que suponía y también porque requería muchas horas a pleno sol.
La primera labor consistía en reunir la hierba en uno o varios puntos bien para hacer cinas o almiares, si amenazaba lluvia o no había posibilidad de transportarla ese día, o para cargarla en el carro de bueyes a fin de llevarla a casa. Este trabajo se denominaba atropar la hierba.
La celeridad que debía imprimirse al mismo dependía de varios factores: De si había gente suficiente para el trabajo; de la superficie de terreno que tuviesen que recoger y la cantidad de hierba que hubiese en él, y sobre todo de si amenazaba tormenta o no. Si se disponía de fuerza suficiente y la tarde se presentaba soleada, los participantes podían llevar a cabo este trabajo de un modo más desahogado. El mayor problema se planteaba si se “veía venir el trueno”, esto es, si comenzaban a formarse nubes de tormenta, entonces había que trabajar con rapidez a fin de evitar que se mojase.
Para reunir la hierba que estaba tendida en el prado iniciaban la labor los hombres que portaban las horquillas. Iban por delante recogiendo la mayor parte de la hierba, primero utilizando esta herramienta de un modo parecido a la rastrilla. Esta tarea se conocía como reconcentrar la hierba. Por detrás quedaba la superficie del prado con una pequeña cantidad de hierba que era limpiada por las personas, por lo común mujeres, que manejaban las rastrillas. El trabajo que efectuaban se denominaba arrastrillar o apradar.
A medida que reconcentraban la hierba, los que tiraban de horquilla iban formando hileras o montones de mayores dimensiones. A partir de entonces tenían que transportar la hierba con la horquilla, es decir, a horquilladas.
La forma de juntar hierba dependía en buena medida de la orografía del terreno donde se estaba trabajando. La mayor parte de los prados carranzanos tienen una pendiente más o menos acusada así que se comenzaba a recoger por la cabecera ya que, obviamente, es más fácil desplazarla hacia abajo. Si la pendiente era más acusada entonces resultaba más cómodo “echar hierba abajo” ya que por gravedad tendía a descender. Si la inclinación era la suficiente se ponía en práctica una forma particular que suponía un menor esfuerzo físico y que consistía en hacer rodos, cilindros de hierba alargados que rodaban pendiente abajo.
Con esta técnica se facilitaba notablemente el trabajo. La parte más laboriosa consistía en ir disponiendo la hierba de modo que al hacer girar el rodo que se iba formando diese lugar a un cilindro. Después se hacía rodar ladera abajo. Si la pendiente era acusada lo hacía solo, de lo contrario había que empujarlo desde arriba procurando que no se desbaratase. Como contrapartida, una vez el rodo llegaba a la parte baja del prado, donde se iba a cargar la hierba que contenía en el carro, surgía el problema de soltar la hierba que se había entrelazado al girar el cilindro. A horquilla solía ser difícil, así que se empleaba la picona que por la disposición curva de sus gangas o púas permitía clavarla en la hierba del rodo y tirar de ella con fuerza. Si la hierba estaba muy seca se soltaba más fácil, pero si no lo estaba suficientemente era muy costoso hacerlo.
Además de la inclinación también influía que el terreno estuviese bien tirao, es decir, que su superficie fuese uniforme, o por el contrario que tuviese hondonadas u hoyadas y lomos o cuetos. Esto determinaba la dirección en la que se debía desplazar la hierba, ya que era necesario reunirla en lugares donde se pudiese cargar el carro de bueyes sin correr el riesgo de que después, para salir del prado, se diese vuelta a causa de la inclinación.
Algunos prados en pendiente contaban con carreteras, es decir, caminos acondicionados que los recorrían y que permitían juntar la hierba a lo largo de los mismos facilitando así la labor de carga. En otras ocasiones había rellanos donde se disponía el carro. Si el terreno estaba completamente en cuesta se veían obligados a cavar un hoyo para que entrase en el mismo “la rueda de arriba”, es decir, la que quedaba a mayor altura en la pendiente. Lo que se pretendía era que el carro quedase “de llano”, es decir, lo más nivelado posible a fin de facilitar la labor de carga de la hierba.
Donde había un sitio bueno para cargar se colocaba el carro con la trasera del mismo contra la pendiente de modo que se pudiese echar la hierba por detrás. El que realizaba este trabajo con la horquilla, al quedar por encima de la horizontal del carro jugaba con la ventaja de que hacía un esfuerzo menor para “echar la horquillada arriba”.
El lugar donde se ponía el carro para ser cargado se denominaba el cargue y los dedicados a juntar hierba se afanaban en llevarla hasta ese punto. Por ello en los prados en pendiente también se hablaba de “bajar la hierba al cargue”. Para facilitar el trabajo si el prado era grande, solía haber varios puntos donde se reunía la hierba, de este modo no había que transportarla a horquilladas a un único cargue sino que se movía la pareja de un punto a otro hasta completar el carro.
A veces se colocaba una horca por debajo del extremo del tirón para que los bueyes no cabeceasen, es decir, para que no moviesen verticalmente sus cabezas, sobre todo a fin de evitar que la agachasen, ya que ese movimiento inclinaba el carro hacia delante y el que estaba subido podía caer como consecuencia de ello.
Para cargarlo se necesitaban como mínimo dos personas, una situada abajo que se ocupaba de dar hierba, es decir, de recoger la que habían atropado los otros y a horquilladas ir echándola a la cama del carro; la segunda subida en el carro y que a brazaos iba distribuyéndola de tal modo que quedase bien repartida.
Podía haber alguna otra que se ocupaba de arrimársela al encargado de cargarla a horquilladas. Este último debía entenderse bien con los bueyes, es decir, debía ser capaz de controlar adecuadamente la pareja además de tener habilidad para disponer el carro del mejor modo para así facilitar la carga. Por esa razón era el que se ocupaba de dar hierba, ya que el que la distribuía arriba del carro no podía estar bajando cada vez que había que desplazarlo de un lugar a otro para después volver a subir al mismo y continuar su trabajo.
Este, además de distribuir uniformemente la hierba debía pisarla cuanto más, a fin de compactarla y que cupiese la mayor cantidad posible. El de arriba debía conseguir disponer la hierba de tal modo que a medida que ganaba altura los laterales creciesen verticalmente. Se decía que había que cargarla a cuadro.
Por eso se trataba de disponer el carro antes de iniciar su carga en un lugar donde quedase lo más llano posible. Cuando quedaba algo inclinado se debía cargar teniendo en cuenta esa inclinación y transmitiéndola al volumen de hierba. Si sobre un carro inclinado se disponía la hierba guardando la verticalidad ocurría que al desplazar el carro, en cuanto llegaba a un lugar llano, la carga quedaba inclinada corriendo el riesgo de que se desborregase.
Por lo tanto cargar bien un carro requería habilidad y buen hacer. El que daba hierba debía ir indicando al de arriba hacía qué lado tenía que añadir más hierba ya que el subido en el carro apenas tenía referencias; para ello se alejaba algo de vez en cuando a fin de tener la suficiente perspectiva.
Dado que la cama del carro era de dimensiones más bien reducidas para cargar un material tan voluminoso como la hierba seca, se hacía necesario aumentar la superficie de carga. Para ello se disponía de dos artilugios, uno que se instalaba en la trasera del carro y que por ello recibía el nombre de rabera y el otro en la delantera, sobre los bueyes, llamado precisamente delantera.
La rabera tenía la misma forma de una narria solo que era más ligera. Para colocarla se debía retirar el lobo y la cartola trasera, ya que iba apoyada sobre el tillo de la cama pero sobresaliendo, de tal modo que así se prolongaba la longitud del carro. La parte curva de la rabera era la que quedaba fuera de la cama y obviamente orientada hacia arriba a fin de retener la hierba cargada y que no se deslizase si la pareja debía ascender una pendiente.
La delantera podía ser de dos formas. Una similar a la rabera solo que con los largueros rectos y apoyada en la cartola, de modo que sobresaliese sobre los bueyes hasta prácticamente la altura de la melena. La otra constaba de dos pares de grampones fijados a ambos lados del tirón, un par a la altura de las paletillas de los bueyes y otro más atrás, de modo que en los mismos se insertaban unos rejos curvos que vistos de frente describían un par de uves abiertas. Los rejos de cada lado se unían después mediante unos palos para así retener la hierba.
No se podía cargar un carro solo con la rabera a pesar de que colocar y cargar la delantera resultaba más complicado. La razón era que del primer modo quedaba cargado muy trasero y si se tenía que ascender una cuesta el carro se pingaba, lo que dificultaba enormemente el avance de los bueyes.
A la cantidad de hierba que se cargaba en el carro, si era grande, se le llamaba carretada; si era normal se empleaba la voz común de viaje: “viaje de yerba seco”.
Cuando por las características orográficas de un prado resultaba imposible sacar la hierba con el carro del modo descrito se hacía necesario recurrir a narras. Estos artilugios permitían arrastrar la hierba de un punto a otro cuando los prados eran muy malos, es decir, pendientes e irregulares.
Las narras posibilitaban acarrear la hierba de costado en la pendiente ya que no se daban vuelta, como mucho se corrían hacia abajo pero si las parejas eran fuertes las arrastraba bien. También hacia arriba cuando se debía sacar de las honderas de los prados; en este caso era necesario recurrir en ocasiones a dos parejas que tirasen de la misma narra cargada.
Lo descrito hasta aquí suponía cargar la hierba a granel pero también existía la posibilidad de hacerlo en sábanos en el mismo prado y después transportarlos hasta la casa en el carro.
Un sábano era una especie de sábana cuadrada confeccionada con tela de saco recia y en cada vértice con un cabo o pico, es decir, una cuerda por lo general trenzada y en tiempos pasados de esparzo (esparto), que servía para cargar hierba seca, verde, hoja y helechos secos o cualquier otra materia similar.
Para cargar bien un sábano la hierba no se disponía uniformemente por toda su superficie sino siguiendo preferentemente una de las diagonales. Se apretaba convenientemente para reducir su volumen y que cupiese cuanta más, sobre todo si se trataba de la secada previamente, y después se ataban los picos dos a dos, cada uno con el del vértice opuesto. El primer par en ser atado era el de la diagonal perpendicular a la que formaba la hierba cargada. Lo mejor para atar el coloño era que participasen dos personas, sobre todo si se trataba de hierba seca ya que era necesario comprimirla cuanto más. Uno ataba y el otro, situado en frente y al otro lado del sábano, daba el pico. Cada uno recogía del suelo el suyo y lo levantaba a la vez que comprimía la hierba de su lado. Después daba su pico al otro y tiraban cada uno hacia atrás con fuerza de tal modo que la tela del sábano, que ahora rodeaba la hierba, la comprimiese aún más. Entonces el que ataba pedía al otro que sujetase para que no se aflojasen los cabos y daba una lazada. Después repetían la operación con los otros dos picos.
En tiempos pasados no era frecuente esta segunda estrategia entre otras razones porque se necesitaba un número muy elevado de sábanos y por lo general pocas casas contaban con tantos. Lo habitual era que tuviesen menos de media docena, de modo que una vez cargados en el portal, como describimos en el siguiente apartado, y descargados en el sobrao se volviesen a bajar a la calle para llenarlos de nuevo.
Acarreando la hierba a casa a granel se podía transportar más cantidad en el mismo tiempo y se añadía la comodidad de que después los sábanos se cargaban en el portal “con la fresca”. Si se cargaban los sábanos en el prado, al requerir más tiempo, se corría el riesgo de que “viniese encima la noche” antes de recoger toda la hierba y que se amuase o humedeciese por el rocío. En cambio, a granel se iba amontonando en el portal y de ese modo conservaba el calor de cuando se había cargado en el prado a pleno sol, por lo que no le afectaba tanto que oscureciese.
Había veces en que amenazaba tormenta y la hierba no estaba lo suficientemente seca. Entonces los que trabajaban en ella se encontraban ante el dilema de intentar apilarla en el prado para evitar que se mojase y en un día posterior abrir las pilas para que le volviese a dar el sol y se terminase de secar, con lo que eso suponía de trabajo adicional, o comenzar a atroparla para transportarla a casa a sabiendas de que “estaba a falta de algo de sol”. En tiempos pasados la decisión dependía de la fase lunar en que se encontraban. Si se estaba en menguante se recogía y se llevaba a casa porque se sabía que iba a seguir curándose, quedando en buenas condiciones. Por el contrario, si era creciente no actuaban así porque si la almacenaban se calentaría y en invierno, cuando se fuese a sacar del tascón para dársela al ganado, daría mal olor y soltaría polvo; se decía cuando se calentaba que se cocía.
Una vez cargado el carro se llevaba hasta la casa. Si había que regresar al prado con la pareja a por más, se descargaba el viaje en el portal con la ayuda de la picona. Más tarde esa hierba junto con la que se siguiese trayendo del prado se debía subir al sobrao o camarote, que era donde se almacenaba para el invierno. Dado que las carreteras y cañaos no siempre tenían buen firme, antes de iniciar los trabajos de recolección de la hierba los vecinos de cada barrio acudían a concejo y determinaban “salir un día a caminos” para reparar los desperfectos que durante el invierno el agua hubiese ocasionado en los mismos. De esto modo garantizaban que los carros cargados de hierba, dado el volumen que alcanzaban, no se diesen vuelta en el trayecto de regreso a casa.
Almacenamiento
En Carranza (B) en tiempos pasados toda la hierba “se metía a granel”, es decir, no se enfardaba como comenzó a ocurrir en las últimas décadas del siglo XX. Se almacenaba en el sobrao, la última planta de la casa, formando tascones.
El almacenamiento de la hierba de este modo presentaba varias ventajas relacionadas con la calidad de la misma.
En primer lugar el sobrao era un recinto con suelo de madera, lo que favorecía que la hierba continuase secándose una vez almacenada. Si se depositaba directamente sobre un suelo hormigonado se humedecía, se desarrollaban mohos que luego generaban polvo y la hierba se apelmazaba y perdía calidad. Después de almacenada y a pesar de hallarse bien seca continuaba perdiendo humedad durante un tiempo más, se decía que se sudaba. Era muy importante que esa humedad se evaporase no quedando retenida en la hierba, la madera contribuía a ello.
Al ser la planta más alta de la casa mantenía mejor aislada la hierba de las fuentes de humedad. Además los tejados estaban construidos con tablas separadas entre sí (la chilla o lata), eso permitía que corriese el aire dentro de este recinto contribuyendo así al secado y dificultando los enmohecimientos. Se decía que la hierba iba curando.
Como ya hemos indicado en apartados anteriores, una vez la hierba se había llevado hasta el portal de la casa el siguiente trabajo consistía en subirla al sobrao, tarea laboriosa y dura ya que se realizaba cargando sobre la espalda cada coloño de hierba seca y teniendo que ascender por las escaleras desde la cuadra, es decir, dos plantas. Esta era la razón de que las escaleras fuesen bastante anchas, no demasiado pinas o pendientes y con las puertas de entrada a la vivienda y de acceso al sobrao de buena amplitud para que no tropezasen los laterales del sábano cargado, lo que dificultaría enormemente el ascenso con el mismo.
Como contrapartida, este trabajo se realizaba al final del día, prolongándose por la noche y hasta la madrugada, con lo que la temperatura más fresca aliviaba el esfuerzo. Claro que también había que contar con las horas de trabajo acumuladas a lo largo de la jornada.
Bajo ningún concepto se dejaba la hierba amontonada en el portal, por temor a un cambio repentino del tiempo y que se mojase. Hay que tener en cuenta que no se contaba con toldos o plásticos para cubrirla. Así que tras merendar algo comenzaban la tarea en la que se iban cargando sábanos con la horquilla, y por lo general ayudándose de la picona para poder extraer la hierba de los montones acumulados o para descargarla del carro, y después tras atarlos, cargarlos a la espalda con la ayuda de los otros e ir subiendo coloño tras coloño al sobrao hasta que no quedase nada en el portal. La labor de cargar coloños era realizada por hombres y si era mucha la hierba acumulada y corta la mano de obra podía prolongarse hasta bien avanzada la madrugada. Los coloños en el portal los podía preparar un hombre y una mujer o dos mujeres y para “andar más rápidos” del sábano cargado solo se ataban dos picos, los de la diagonal perpendicular al eje de carga. Los que los subían se amarraban al cuello un pañuelo para impedir que les entrase granilla o semilla de la hierba por la espalda. Algunos ponían un saco fino que cubriéndoles la cabeza bajase por la espalda, pero resultaba muy incómodo por el calor. Los que realizaban esta tarea terminaban empapados en sudor por el enorme esfuerzo.
Cuando el sobrao estaba vacío se iban descargando los sábanos y la hierba se dejaba allí para empayarla otro día. Pero a medida que este recinto se iba llenando, sobre todo al final cuando “ya no había local”, era necesario empayarla según se subían coloños.
A ser posible para empayar la hierba se reservaban los días que no hubiese que segar y que estuviese nublado y mejor lloviendo porque de este modo la temperatura dentro del sobrao era más baja. Hay que tener en cuenta que se halla inmediatamente por debajo de tejado. Si no se daban estas circunstancias se procuraba llevar a cabo por la mañana temprano, antes de que se caldease el ambiente.
Debido a la función, de ser el recinto donde se almacenaba la hierba el sobrao ha recibido también los nombres de payo y tascón y si bien estas dos voces hacen expresa referencia a la hierba más que al local, la de payo se puede considerar sinónima a sobrao. La labor que a continuación vamos a describir se denominaba empayar y en menor medida entasconar.
Empayar era el nombre que recibía la labor de disponer la hierba que se había subido en coloños de tal modo que ocupase el menor volumen posible. Para ello se iba almacenando en tascones. El tascón era un montón de hierba prensada en capas que solía tener la base rectangular y los lados verticales. Su ubicación no era aleatoria dentro de la superficie del sobrao sino que seguía unas pautas determinadas marcadas por lo general por la disposición de los postes que sustentaban el tejado. Por ejemplo, se podía iniciar un tascón en una de las esquinas traseras del sobrao y que su superficie abarcase hasta el primer poste, trazando un rectángulo de poco fondo.
Para hacer un tascón una persona echaba la hierba con la horquilla y otra, subida en él, la esparcía y la pisaba repetidamente para prensarla. A veces tomaban parte niños en esta labor, que se dedicaban a pisar la hierba; además dada su menor estatura trabajaban más cómodamente cuando el tascón ganaba altura y se aproximaba a la base inferior del tejado. Cuando un tascón se llenaba completamente la hierba debía alcanzar las tablas de la chilla del tejado. En esta última parte del trabajo, como ya no era posible pisar la hierba, lo que se hacía era prensarla hacia el fondo empujando con los brazos. Se aprovechaba a introducir hierba en cualquier oquedad para que cupiese cuanta más. Si al tascón subía a pisar otro además del que esparcía, este dejaba la horquilla y repartía la hierba a mano para evitar pincharle, o bien esparcía hierba con esta herramienta pero guardando la precaución de hacerlo siempre en el lado opuesto a donde pisaba el otro. Esto se seguía con más rigor si los que ayudaban eran niños. En el inicio de un tascón era suficiente una persona que iba esparciendo la hierba a horquilla y pisándola ella misma; era necesario que se incorporase otra a la labor cuando el montón ganaba altura, por lo que no se podía estar subiendo y bajando continuamente. Los chiquillos y chiquillas, cuando participaban, solían convertir este trabajo en juego, organizando un buen jolgorio.
Era un trabajo duro ya que a la dificultad que entrañaba pisar sobre la hierba mullida se le sumaba el calor y, sobre todo, el polvo que se adhería al sudor produciendo picores y que contribuía a generar abundantes mocos y estornudos.
Se hacían varios tascones de superficie pequeña en vez de uno que ocupase buena parte del sobrao, precisamente porque resultaba más cómodo para el que subido en el mismo tenía que esparcir la hierba, ya que si se viese obligado a tener que caminar sobre hierba un trecho largo cada vez que tenía que distribuir la que llevaba en la horquilla terminaría exhausto. Por esta razón los tascones solían hacerse de poco fondo. Hay que tener en cuenta que era más sencillo arrastrar un coloño sobre las tablas del sobrao para aproximar la hierba al frente del tascón, que tener que acarrearla a horquilladas caminando a todo lo largo de un supuesto tascón de grandes dimensiones.
El frente del tascón se peinaba regularmente pasando la horquilla de arriba abajo para arrastrar la hierba que sobresaliese. Esta labor la realizaba el que daba hierba y conseguía así un frente vertical.
Consumo
La hierba seca almacenada en el sobrao servía para alimentar al ganado durante el invierno. Se utilizaba no solo para las vacas sino también para todos los demás animales, a excepción de cerdos y gallinas. En el caso de los bueyes se recurría a la misma al poco de subirla al sobrao si no había otra fuente de alimento seca; para ello se bajaban uno o dos carpanchos o cestos o bien un sabanillo.
Por lo regular se transportaba a la cuadra cargada en sábanos y por las escaleras, salvo que la casa contase con una trampa que comunicase el sobrao con la planta baja. Este dispositivo, no muy frecuente y conocido como el cubo, era un hueco hecho de tablas, de sección cuadrada, que descendía desde el suelo de la última planta hasta el recinto del ganado y que permitía arrojar directamente la hierba por el mismo.
Cuando había que cargarla en sábanos se ataban los cuatro picos y se bajaban a rastras por las escaleras. Lo de atar los cuatro picos era para ensuciar cuanto menos, ya que así se desprendía menos granilla y restos de hierba. Había que ponerse de acuerdo con las mujeres de la casa para hacer este trabajo antes de que barriesen. En todo caso se procuraba llevarlo a cabo con luz natural, siempre antes de que anocheciese, ya que al no contar con luz eléctrica se evitaba subir al sobrao, repleto de hierba seca, con un candil por miedo a provocar un incendio. Cuando no había más remedio que hacerlo iban dos personas, una cargaba el sábano y la otra sujetaba el candil para alumbrarlo.
Para sacar la hierba del tascón la forma más rápida de hacerlo era utilizando la picona, que permitía clavarla en la parte más alta y tirar de la hierba para arrastrarla y que cayese al suelo del sobrao. Sin embargo los informantes recuerdan para este fin el uso de un útil conocido como el gancho de sacar la hierba consistente en un palo con un enganche en la punta, que de algún modo recordaba a un arpón.
El gancho se obtenía a partir de la bifurcación de un fresno. Se cortaba un poco más abajo de la misma y se dejaba la rama más derecha de una largura tal que pudiese ser manejada con ambas manos; la otra se serraba a pocos centímetros de su nacimiento. Después se afilaba esta última y el extremo más próximo a la bifurcación.
Con el gancho el procedimiento de extraer la hierba era más laborioso: Se clavaba en el frente del tascón, por eso terminaba en punta, y después se tiraba hacia fuera, entonces el gancho en forma de arpón sacaba una cierta cantidad de hierba pero desde luego mucho menor que con la picona.
La razón de optar por este segundo útil fue que coincidió con varias décadas de expansión de la ganadería y la necesidad de convertir el terreno a monte bajo en prados. Para “hacer a prao” se necesitaba abundante semilla de hierba con la que sembrar las tierras roturadas. Entonces el procedimiento del gancho era más adecuado porque al introducirlo por el frente del tascón, donde la hierba se hallaba muy prensada, al tirar hacia fuera y arrastrar los tallos, por rozamiento se desprendía la granilla o semilla que caía al suelo junto al corte del tascón. Esto tenía la contrapartida de que se le quitaba alimento a la hierba, pero eran tiempos en que primaba la necesidad de aumentar la superficie de prados de cada casa.
Si se desmontaban los tascones desde su parte superior también se desprendía algo de granilla, por el mero hecho de mover la hierba, pero la cantidad era mucho menor.
La última tarea realizada en Carranza cuando se vaciaba el sobrao de hierba seca era barrer el tamo, nombre con el que se conocía la mezcla de polvo y granilla o granuja, y recogerlo para sembrar los prados.
Almiares, belar-metak
Una práctica muy extendida geográficamente era la de levantar almiares con la hierba seca. Debido a la disposición cónica y a la forma en que eran acondicionados permitían almacenar la hierba de un modo relativamente seguro ya que el agua de lluvia no podía penetrarlos. Por lo común se hacían una vez repleto el espacio de almacenamiento bajo techo con que contaba la casa.
En Bedarona (B) hasta finales del siglo XX se levantaban almiares pero se abandonaron al pasar a hacer fardos de hierba seca y posteriormente bolas. Los últimos en arrinconar esta práctica fueron los caseríos que contaban con poco ganado; los que tenían muchas cabezas comenzaron a hacer fardos con antelación. Cuando se hacían almiares en primer lugar se segaba la hierba con guadaña y se dejaba secar al sol. Después se revolvía con el rastrillo y se le daba vuelta con el bieldo y con el rastrillo para que se secase por la otra cara. Una vez seca se hacían hileras con el rastrillo en todo el campo y con esa hierba se levantaba el almiar. Primero se hacía la base del mismo, que era cuadrada y se preparaba con palos entrelazados. En el medio se disponía verticalmente un palo largo, que iba clavado y apuntalado. Alrededor de este poste central se iba levantando el almiar. La hierba se cargaba con el bieldo y se presionaba bien para que quedase comprimida, en la base se colocaba más cantidad y según se ascendía en altura se iba estrechando confiriéndole la forma cónica. Al ganar altura, un hombre se subía al almiar y con la ayuda del bieldo, sardatxurre, colocaba la hierba que le iban echando desde abajo. La pila se cargaba hasta dejar un trozo de palo a la vista. Encima del almiar se coloca un aro de hierro en cuyos extremos inferiores iban atadas piedras o ladrillos que se mantenían tirantes para ejercer presión y evitar que la hierba se moviese. Cuando empezaba la temporada de lluvias se le colocaba una caperuza de plástico.
Los almiares se hacían en la misma campa donde se había segado la hierba o al lado de casa para lo cual se acarreaba la hierba seca con el carro. Cuando se necesitaba hierba del mismo se utilizaba un palo largo con un extremo puntiagudo y ganchudo, kakue, con el que se arrancaban porciones de hierba. Se introducía el gancho en el almiar y al tirar de él sacaba consigo la hierba. Después se pasó a utilizar el bieldo.
En Lanestosa (B) antaño se segaban todos los prados a dallo, más corto y ancho que la actual dalla, iniciando la siega por la mañana para terminar al atardecer. En algunas ocasiones se aprovechaba la luz de la luna para segar la hierba por la noche y mientras se realizaba esta labor se cantaba como divertimento. Con las cambadas extendidas (cantidad de hierba en cada corte del dallo) se hacían lombíos con el fin de que el rocío de la noche no mojase toda la hierba. A la mañana siguiente, cuando ya calentaba el sol, se esparcían los lombíos con las rastrillas. Pasadas dos horas se hacían piluchos, unas pilas pequeñas; horas después se extendían nuevamente y se le daba vuelta. Si la hierba se iba a dejar en el prado uno o dos días antes de llevarla al payo se hacían medias hacinas. Por el contrario, si se iba a dejar en el prado definitivamente se hacían hacinas grandes acondicionándolas para que en tiempo de lluvia no se mojase la hierba, para lo cual se les colocaba un trozo de sábano o plástico en la parte superior, costumbre que aún se conservaba en las hacinas la década de los ochenta del pasado siglo XX.
La hierba seca se trasladaba a los payos en carros a los cuales se les colocaba la rabera, una prolongación hecha con dos maderas paralelas terminadas en curva hacia arriba, unidas por tres o cuatro listones cuya finalidad no era otra que la de aumentar la capacidad de carga. De igual modo se colocaba otra de menos longitud que la rabera y sin curva denominada telera. Cuando la cantidad de hierba a transportar no era mucha se hacía en sábanos y a lomos de burro.
Actualmente la hierba para seco se corta con la segadora excepto en aquellos lugares que por su dificultad orográfica se hace a dalla. Se recoge en fardos alquilando para ello una enfardadora del vecino concejo de Sangrices en Carranza y transportándolos al payo en tractores y carros.
En Urduliz (B) antes no había muchos pastizales, solo unos pocos para sacar a pastar al ganado. Los montes se tenían limpios con hierba que se cortaba con la guadaña en junio haciendo filas, lerrotan, para destinarla a hierba seca. Se dejaba secar durante un par de días, dándole vueltas con la horca, sardea, si el tiempo acompañaba. Luego se apilaba con la ayuda de la horca y el rastrillo. Hasta que comenzó a enfardarse, la hierba se llevaba a la casa tal cual en el carro, cargándola con la horca. Otra persona sobre el carro iba comprimiéndola para que cupiera más y se acarreaba al pajar, lastegia.
También se hacían almiares de hierba seca, bedar-metak. El método era el siguiente: se excavaba un agujero y en él se introducía de pie un tronco, limpio de ramas, de un árbol no muy grueso, y se sujetaba con piedras alrededor. Se hacía también una base con leñas para que la humedad no perjudicara a la hierba. Sobre ella se iba levantando el almiar, apilando la hierba bien apretada hasta la cima. A continuación se cubría con unos largos alambres que tenían colgadas piedras para que con el peso oprimieran bien la hierba y la lluvia corriera sin perjudicar al almiar. A partir de la aparición del plástico, se cubría con este material.
En Amorebieta (B) en verano se cortaba la hierba, se henificaba y se guardaba en almiares o en el pajar. Los almiares se hacían en el mismo prado o cerca del caserío. Se ponía una base de ramas de árbol gruesas, encima tres o cuatro tablas de madera vieja y sobre ellas se depositaba la hierba seca formando un cono, recogida alrededor de un poste de madera que hacía de eje en el centro. Se pisaba para que cupiese la mayor cantidad posible de hierba, y una vez dada la forma se cubría la parte superior con algún plástico o saco a fin de defenderla de la lluvia y así evitar que se pudriese.
En Ajangiz y Ajuria (B) participaba toda la familia y los vecinos se ayudaban unos a otros. Antiguamente también se solían contratar jornaleros. En tiempos pasados, al día siguiente de segar la hierba se volteaba y una vez seca se hacían los almiares, bedar-metak, en el propio prado (lo más común) o cerca de la casa. En épocas más recientes se empaca en fardos. Los informantes resaltan la importancia de que haga buen tiempo porque de lo contrario a la hierba recogida con mal tiempo, aro txarra, se le llama bedar zaharra, y queda renegrida, baltzittu egin. Además si la hierba se ha mojado huele mal y el ganado la rechaza cuando se le da de comer. De los almiares se cargaba en el carro de bueyes y así se transportaba a la casa. Tanto la hierba seca, bedar sikua, como la paja, galtzua, se guardaban en el camarote, sabaia. Hoy día se lleva al pajar, sabaire altzeu, con el tractor.
En Elgoibar (G) una vez efectuado el corte con la guadaña se procedía a esparcirla para dejarla secar y luego darle la vuelta para que siguiera secando. Después se recogía a base de rastrillos, se cargaba en el carro tirado por bueyes o vacas y se acercaba al caserío para dejarla en el desván o en el lugar preparado encima de la cuadra. También se levantaban almiares o metak cerca del caserío o en el mismo lugar del corte. Al objeto de amontonar la hierba que no entraba en el lugar especifico del caserío, se formaban los almiares hincando un palo largo en el suelo y dependiendo del lugar y del viento, lo apuntalaban con cuatro o cinco palos. Luego se depositaban unas ramas en el suelo al objeto de que la hierba no estuviese en contacto con la humedad. Alrededor de ese palo se iba colocando la hierba seca hasta llegar al extremo superior y a esa altura ponían una tela de la que pendían unas piedras para que la lluvia no pudiese penetrar por la copa.
En Hondarribia (G) la forma tradicional de almacenar la hierba seca eran las metas. Se cortaba la hierba, se esparcía para que se secara, dándole periódicamente vuelta con la horquilla y luego se amontaba alrededor de un palo clavado en el suelo, formando el almiar o meta; previamente se hacía una base de ramas para aislar la hierba del suelo.
En Beasain (G) toda la hierba se cortaba en jornadas soleadas y se secaba en el mismo día dándole vuelta con la horquilla. Después se cargaba en carros y se transportaba al desván del caserío. Una vez lleno el desván, se hacía otro tanto con la borda, y con la hierba que no entraba se hacían almiares, denominados metak, en el propio prado o junto al caserío.
En Telleriarte (G) la hierba se secaba entre mayo y agosto. Primero se segaba y las hileras de hierba, sega-mailak, se extendían al sol. Al principio se segaba con guadaña, sega, y más tarde llegaron las segadoras. Era conveniente que no hubiese rocío ya que entonces era más difícil de secar por el agua que tenía abajo. Hacia el mediodía se volteaba para eliminar la humedad de la cara inferior. Antiguamente solía haber una horca de dos púas para esta labor; también se hacía con la punta de la hoz. Cuando apareció la segadora también se empleó con este fin, para lo cual colocaban dos piezas en la parte trasera que volteaban la hierba y la ahuecaban. Al anochecer se recogía con el rastrillo o se apilaba. Al día siguiente se volvía a extender, se volteaba, se recogía y se llevaba a casa. El que tenía granero, mandioa, la almacenaba en el mismo. Muchos hacían montones o metak, sugaztu, en el campo, en el mejor sitio, para llevarlas más tarde a casa.
En Zerain (G) para levantar un almiar se colocaba un palo vertical, zutika. A veces se ponía una base de madera denominada tranpala. Una vez levantado, al palo central se le colocaba a modo de boina una lata de conserva para que la lluvia no penetrase por dicho eje central y pudriese la hierba. Del palo central se colgaban con alambre o cuerdas unas piedras, euskarrik. También se solían fijar al suelo las puntas de las cuerdas o el alambre mediante cuñas, zirik. Otras veces se cubría con una sábana y las piedras colgaban por encima.
En Sara (L) las operaciones que se llevaban a cabo previamente a levantar los almiares para recoger la hierba eran las siguientes:
Pikatu, segar con guadaña o con máquina segadora. El segador iba dejando detrás de sí en hilera la hierba segada; esta hilera o montón se llamaba belar-maila. El golpe de guadaña que el segador dirigía sobre la hierba se denominaba besaira.
Mailak hedatu, esparcir las hileras o montones de hierba, sirviéndose del rastrillo, a fin de que lo segado se secase. En el tiempo en que Barandiaran recogió esta información (años 1940) en algunas casas lo hacían con máquina tirada por vacas.
Higitu o ihitu, revolver con rastrillo lo ya esparcido a fin de que se secase también por el otro lado. También esto lo hacían algunos con una máquina tirada por vacas.
Bildu lerroka, recoger la hierba en largos montones alineados, se hacía con rastrillo. Lerroa es el nombre del primer montón alargado que se forma al recoger la hierba ya seca.
Metatu, formar almiares; meta ttikietan bildu, amontonar en pequeños almiares. Esto se hacía antiguamente con rastrillo o a mano; en los años 1940 con altxarrastelu que era un bieldo de cuatro púas semejante al hiru hortzekoa. El levantar pequeños almiares tenía lugar en el mismo prado cuando se temía que lloviese.
“Bigarren ibilaldian, meta ttikiak eskuz hedatu eta arrasteluaikin higitu”, en una segunda vuelta esparcir a mano los pequeños almiares y revolverlos con rastrillo.
Meta haundietan bildu, amontonar en grandes almiares sirviéndose del bieldo o transportar el heno a casa.
Belar-meta era el nombre del almiar de heno. En tales almiares, hechos en el mismo herbazal, se conservaba el heno cuando en casa no se tenía bastante espacio para él. “Belar-meta zirian egiten da”, solía decirse (El almiar de heno se hace alrededor de un palo). El poste, ziria o meta-ziria servía de sostén. En la base había un bastidor de palos sobre el que se apoyaba la hierba.
Un bastidor de palo de forma cuadrada, tendido en sitio llano, formaba la base del almiar. Sus elementos se llamaban ezarkiak y también metazpiko zurak. En el centro de este bastidor se hallaba el meta-ziria hincado en el suelo y apuntalado por cinco o seis palos o contrafuertes llamados ostikoak. Su altura medía de dos a tres metros cuando era de hierba o de paja; más bajo cuando el almiar era de helecho, sobre todo en el monte.
Sobre el bastidor que descansaba en el suelo y alrededor del meta-ziri se formaba el almiar. Este debía tener forma cónica.
En los almiares de hierba y de paja, la punta del poste o meta-ziria estaba coronada por una tablilla horizontal llamada txapela o de un puchero puesto boca abajo que le protegía.
Sobre el almiar de hierba se colocaba un aro, uzteia, de madreselvas, o de cadena o bien un anillo de hierro. De este aro pendían cada uno por su lado, tres madreselvas, ezker-aihenak, o tres cadenas de metro y medio de longitud, a cuyos extremos inferiores se ataban grandes piedras, maderas o viejos instrumentos de hierro que mantenían tirantes y en posiciones equidistantes las cuerdas de donde pendían. Este dispositivo contribuía a inmovilizar la hierba del almiar.
En otoño era costumbre colocar en la parte superior del almiar de hierba una caperuza, zorroa, de paja de trigo atada alrededor del poste: servía para mantener la hierba al abrigo de las lluvias.
Cuando se disponía de sitio adecuado en casa, se transportaba a ella el heno y se depositaba en un desván metiéndolo por la trampa, ventana grande del desván, elemento reciente, de los años 1940, en la arquitectura rural, consecuencia de la estabulación del ganado. El transporte se hacía en carros o a hombros. En este último caso se utilizaban kakola y bazkasaiala.
Para medir el heno la unidad de peso usual era el kintal (50 kilos).
En Donoztiri (BN) las diversas operaciones que se efectuaban con la hierba para su recolección eran ebaki (segar), barreatu (esparcir), idorrahazi (secar), bildu (amontonar con rastrillos); finalmente la hierba era conducida a casa o apilada en almiares, metak o belhar-metak. El haz de hierba que el segador cortaba de un golpe de guadaña se llamaba maila. Con posterioridad las máquinas segadoras se fueron generalizando. La hierba recogida servía para alimentar los ganados durante el invierno, kabalak bazkatzeko, dicen los informantes.
En Uhartehiri (BN) en los años 1940 la hierba tenía una importancia mayor que en tiempos anteriores porque la ganadería había pasado a constituir una fuente de riqueza más considerable en la economía rural. Sobre todo se recogía mayor cantidad de heno que en otro tiempo dado que se guardaba el ganado en el establo. El heno del primer corte, en junio, se llamaba belarra; el del segundo, que se recogía en agostoseptiembre se denominaba sohua. La hierba era segada a guadaña o a máquina según la costumbre y las posibilidades de cada uno. Para que se secase en el campo se extendía con la máquina, fanoza, o con la ayuda de un rastrillo.
Una vez recogido el heno con el rastrillo se transportaba a la casa y se depositaba en el granero; en el caso de no disponer de bastante sitio dentro de la casa, se apilaba en almiares, metak, en el exterior.
En el norte de Navarra la guadaña, sega, usada más comúnmente era la que tenía un mango, kiderra. Algunos, sin embargo, preferían un mango con las manijas, eskutillak, aparejadas. Más modernamente, entrados los años 1950 se generalizó el empleo de una manija distinta, pero bastantes afirmaban que era peor que las otras formas. Por otro lado, en los años sesenta se extendieron también las máquinas cortadoras de hierba de fabricación industrial de tipo pequeño o medio.
Complemento de la guadaña era el rastrillo, arrastelua, que se solía hacer a veces en el mismo caserío. Útiles complementarios son el recipiente para guardar la piedra de afilar, opotsa, y la zoqueta.
La hierba cortada en franjas se reunía en pequeños montones. Después se colocaba en almiares, metak.
Para transportarla individualmente se usaban arpilleras o telas gruesas, manddiriak, o bien una especie de bastidor llamado kakola y arkera. Gran parte de la hierba seca o heno se guardaba en la misma casa, bien en el desván o en depósitos aparte para comida del ganado vacuno.
Recogemos a continuación unos datos más sobre la recolección de la hierba seca:
En Liginaga (Z) el montón de hierba que el segador cortaba de un golpe de guadaña se llamaba naia, belhar-naia. La hierba segada se secaba al sol en el mismo herbal y después se almacenaba en la granja. Las operaciones que se efectuaban con la misma se designaban así: dallatu, segar; naiak ihaurri, extender la hierba alineada por la guadaña, era operación que se hacía con un rastrillo; itzuli, darle vuelta; bildu, recoger; mondoiltu, apilar; sabailat sartu, meterla en la granja. Los montones de hierba que se hacían para su mejor conservación se llamaban mondollak. Para apreciar la cantidad de heno se pesaba en kilos. Formado el haz, haxia, de heno, se colocaba en iratzuña y en él se conducía.
En Ustárroz, Isaba y Urzainqui (N) los prados se segaban con guadaña: dailua, daila o taia. Los segaba la misma familia y solo los grandes propietarios contrataban peones, que gran parte de las veces eran las mismas cuadrillas de segadores. Segada la hierba se dejaba secar en el campo unos días, revolviéndola con la horca para que se secase por todos los lados. Era recogida en montones con un rastrillo largo y se depositaba en los sabaiaos de las bordas o de las casas de forma que no se mojase. Se transportaba a caballo o en carro.
En Izurdiaga (N) la hierba se segaba, segatu, con la guadaña, talla o sega, y se dejaba secar unos días; de mientras se le daba la vuelta con el sarde todos los días. Cuando se recogía se hacían malzas o gavillas en un carro.
En Berastegi (G) a finales de junio se procedía a segar la hierba, dejarla secar en el mismo lugar y retirarla. Antes lo hacían a mano, con la guadaña, y la extendían cambiándola de posición al día siguiente. Una vez seca se llevaba al mandio del caserío en carros tirados por caballería. En esta labor se empleaba toda la familia.
En Abezia (A) se procedía a segarla con guadaña y luego a moverla varias veces para que se secase. Una vez seca se cargaba suelta en el carro con la ayuda de bieldos y orquijas y así se trasladaba al caserío donde se almacenaba en el pajar o en la sobrecabaña. No se hacían heniles ni almiares.
- ↑ Recibía el nombre de llosa el conjunto de terrenos de propiedad privada que tenían una cerca común a todos ellos para evitar que fuesen invadidos por el ganado. Las heredades de cada llosa eran de escasa superficie a consecuencia de las sucesivas particiones hereditarias, pertenecían a diferentes propietarios de tal modo que cada casa contaba con unas cuantas y no se hallaban cerradas entre ellas por ningún tipo de vallado. Por lo general las heredades más cercanas a las casas que formaban el barrio se labraban y recibían el nombre de piezas y las más alejadas se destinaban a pradera y se llamaban campas.
- ↑ Un coloño es la cantidad de hierba contenida en un sábano. Más adelante se describe su forma y modo de cargarlo.
- ↑ Realizar una tarea de un modo un tanto precario, sin que quede bien.