Plantación y adquisición de árboles
En el cultivo de frutales fue frecuente la adquisición de árboles desde tiempos pasados, es decir, plantas seleccionadas de las variedades elegidas, convenientemente injertadas y que de ese modo garantizaban la producción. Es de suponer que dados los avatares por los que ha pasado el cultivo de estos árboles se haya producido una importante erosión en los conocimientos tradicionales. Aquí constatamos algunos, por lo demás básicos, que tienen que ver con las épocas de plantación, la localización y los requerimientos de tierra y la forma de llevarla a cabo.
En Apodaka (A) los frutales se compran en el mercado de Vitoria. Antes acudían vendedores por los pueblos y avisaban previamente de su llegada. Las plantaciones se hacen en enero y febrero.
En Argandoña (A) las plantaciones de frutales se localizan en pequeñas parcelas que no superan la media hectárea de superficie; en ellas se cultivan manzanos y perales utilizando la técnica del emparrado, es decir, hileras de árboles cuyas ramas se disponen en torno a unos cables o cuerdas donde se sujetan. No se les deja crecer en altura para extender sus ramas en sentido longitudinal. El cultivo del kiwi, de reciente importación, utiliza una técnica similar, aunque necesita ubicarse en zonas húmedas y cálidas. Otros árboles frutales como el avellano se plantan equidistantes pero sin usar el sistema de emparrado.
En Bernedo (A) se plantaban en el rein, las huertas, la era y en algunas fincas junto a los arroyos. Hoy con el uso de los herbicidas han ido estropeándose y desapareciendo.
En Moreda (A) se considera que la época apropiada para plantar árboles frutales es la segunda quincena de enero o la primera de febrero. La mayor parte de los labradores los compran crecidos y ya injertados provenientes de viveros. Prácticamente a nadie se le ocurre sembrar un hueso en la huerta y luego, cuando haya crecido el arbolillo, transplantarlo.
En Moreda los almendrucares se plantan en terrenos malos, de poco valor y nada productivos; generalmente en somos, tierras altas, fincas con difícil acceso, etc.
Hoy en día los almendros y nogales que se plantan vienen ya injertados de los viveros. Antes se ponían almendros nacidos de un almendruco o procedentes de almendros silvestres o agrios que después se injertaban.
La forma de abrir los agujeros para plantarlos consistía en hacer catas a zadón, luego se introducía el árbol y se tacuñaba o apretaba la tierra a su alrededor. Actualmente se plantan haciendo surcos con el brabán o subsolador, al igual que con la viña, y posteriormente se tapa y se aprieta la tierra.
Las higueras se multiplican por esqueje.
En Cárcar (N) durante los meses de enero y febrero se plantaban los árboles frutales de hueso y pepita. También en el Valle de Roncal (Ustárroz, Isaba y Urzainqui) (N) se plantaban entre enero y febrero, menos el peral que se esperaba a marzo.
En Valtierra (N) cada hortelano buscaba la mejor orientación para los frutales. Al hacer la plantación tenían la precaución de hacer un hoyo de la profundidad y anchura adecuadas que requiriese el árbol. Se abonaba bien y se rellenaba el hueco apretando la tierra en la zona más baja para que sostuviera el árbol y dejándola esponjosa en la parte de arriba. Se regaban haciendo un círculo amplio para que el agua se mantuviera alrededor.
En Viana (N) no todo árbol frutal se puede plantar en cualquier terreno, pues cada uno tiene sus requerimientos. Los almendros ocupan tierras de secano, a veces ribazos y orillos de las viñas, en definitiva “terreno que no vale para otra cosa”. Debido a la buena comercialización del almendruco se comenzaron a hacer plantaciones regulares, dedicándosele campos extensos.
El melocotonero requiere buena tierra, de regadío. Es un árbol que se poda, de poca vida, unos 6 o 9 años, y si se riega demasiado muere antes. El cerezo requiere algún riego, buena tierra y en cambio no se poda. Un árbol muy duro es la higuera que crece “en cualquier sitio”, incluso en ribazos, no se poda y no le entra enfermedad alguna; aunque se corte a ras de tierra vuelve a brotar con fuerza.
En Bedarona (B) los frutales, fruta-arbolak, se plantaban y se plantan a varios metros de distancia para que no se enlacen las ramas. Se disponen en hilera y generalmente al lado de vallados o en una parcela cerca de casa. Se hace un hoyo con la azada, se echa un poco de estiércol, se introducen las raíces y se cubren bien con tierra.
En Gautegiz Arteaga (B) de la pequeña heredad en la que se obtenían las plantas, llamada txirpije, los jóvenes árboles se trasplantaban al lugar definitivo. A tal fin, con la azada grande, baztar-atxurra, se hacía un agujero de unos 25 cm de profundidad en el que se introducía la planta y después se cubría con tierra y estiércol bien prensados. La plantación, al igual que el injerto, había que llevarla a cabo en invierno, en los meses de enero y febrero. A los tres años aproximadamente de realizada la plantación comenzaban a dar algunos frutos.
Los manzanos pueden dar fruto durante veintitantos años, aunque algunas variedades no lo hagan anualmente. La golden proporciona abundante manzana durante cinco años, pero de ahí en adelante comienza a rendir menos. Los perales y los ciruelos también dan fruto durante muchos años. No así los frutales de hueso, como los albaricoques, freskuek, y los melocotones, melakatoiek, que pasado un lustro de cuando comienzan a dar fruto, les sale una especie de roña, “sarnatxue hasten jakie”, y entonces declina su producción.
La higuera, sobre todo si sus raíces tienen agua cerca, y el castaño son árboles muy duraderos.
A partir aproximadamente de los años 1980 comenzaron a comprar plantas de árboles ya injertados en el mercado de Gernika y en otros. También se acude a lugares especializados donde los venden, como en la localidad de Gatika.
En Hondarribia (G) se consideraba importante respetar la distancia entre árbol y árbol para que sus raíces no se tocaran. De esa forma el árbol tenía terreno suficiente para crecer. La plantación de manzanos se efectuaba entre los meses de enero y febrero. Después de limpiar el terreno y labrarlo se procedía a la siembra en surcos espaciados, enterrando las semillas a 12 cm de profundidad. Durante el verano se seguía con los cuidados del vivero, cuya tierra debía estar siempre limpia de malas hierbas. Para el año siguiente ya se podían sacar de este semillero los jóvenes manzanos y trasplantarlos.
En el Valle de Carranza (B) los manzanos se obtenían a partir de semilleros que se acondicionaban en la propia casa y también se compraban a quienes se dedicaban a esta actividad en mayor escala. Lo cierto es que los informantes de más edad ya compraban manzanos y recuerdan que sus padres también lo hacían. Como se verá más adelante al tratar el asunto del injertado, en ocasiones se arrancaban manzanos monchinos o silvestres de los que crecían en el monte y que al cabo de un tiempo se injertaban con variedades apreciadas. Los consultados también recuerdan a algún revendedor al que compraban manzanos, frutales en general e incluso planta de árboles maderables, y que no eran de su producción.
Tras el masivo abandono del cuidado de estos árboles a consecuencia del incremento de la cabaña ganadera bovina de leche y de la especialización que conllevó su explotación, algunas personas que siempre mantuvieron el aprecio por esta fruta intentaron recuperar al cabo de unas décadas la producción de manzana (Lo cierto es que muchas de ellas trataron de mantener un cierto número de árboles aunque careciesen del tiempo necesario para atenderlos). Este interés estuvo y está ligado no solo a obtener manzana de mesa sino también sidrera. Hace varias décadas se compraron manzanos en el mercado, entre ellos los que popularmente se llaman de la Diputación, obtenidos a partir de las estaciones de fruticultura de esta institución. Sin embargo el resultado, según opinión general, no fue ni es bueno.
Si bien algunas personas valoran el último tipo de árboles y conocen las prácticas que acarrea su cultivo, la mayoría de los que mantenían su aprecio por los manzanos y que probaron estos nuevos árboles, tuvieron dificultades para adaptarse a las mismas, como el uso de distintos pesticidas así como la necesidad de efectuar podas demasiado técnicas. Ellos estaban acostumbrados a formas de producción bien distintas. En realidad se enfrentaban a árboles diseñados para una forma de producción intensiva.
Ante la decisión de volver a cultivar variedades locales tuvieron la necesidad de tener que hacer semilleros propios ya que los árboles que encontraban en el mercado eran de variedades estandarizadas sobre portainjertos enanizantes.
La siguiente operación consistía en extraer los arbolitos del semillero para ir plantándolos más separados a fin de que creciesen con mayor rapidez. Se llevaba a cabo al invierno siguiente de haber nacido, es decir, al cabo de un año tras preparar el semillero. Para arrancarlos se utilizaba un caco, que permite profundizar en el suelo y dañar menos las raíces que la azada. Se considera que “lo mismo que crece un manzano arriba crece abajo”, es decir, que posee un desarrollado aparato radicular. A pesar de tener solo un año algunos podían alcanzar el metro de altura, sobre todo los nacidos en la periferia del semillero. Si había alguno crecido en la parte central del mismo se empleaba la horquilla y tras trincarla se hacía palanca para que aflojase la tierra, después se tiraba del manzano que se quería extraer y los otros se dejaban que siguieran creciendo en el semillero hasta el siguiente año para lo cual había que volver a aplastar la tierra.
Algunos de los que se dedicaban a la venta los plantaban en hileras para después efectuar el injertado de modo que cada fila de manzanos correspondiese a una variedad.
Desde que se efectuaba este primer trasplante hasta que se injertaban se debía dejar transcurrir al menos otro año si bien algunos requerían dos y hasta tres debido a que crecían más lentamente.
El injertado se realizaba antes de que brotasen las yemas y de nuevo era necesario esperar otro periodo más hasta realizar el trasplante definitivo del manzano. Este periodo venía a ser de tres años. Así que sumando un año de semillero, una media de dos años desde el primer trasplante hasta el injertado y de tres desde este al último trasplante, cuando el manzano comenzaba a crecer en su lugar definitivo habían pasado seis años. Después era necesario esperar unos años más, hasta los diez, más o menos, para que alcanzase a dar una cierta producción.
En tiempos pasados la plantación definitiva, bien de un árbol crecido en un semillero propio o de uno comprado, se llevaba a cabo cuando tenía una altura importante ya que en los terrenos donde crecían los manzanos se podían meter a pastar ovejas y era necesario evitar que alcanzasen las ramas más bajas. Por lo tanto era requisito hacer torcas u hoyos de buenas dimensiones para que pudiesen alojar las numerosas raíces. Una vez colocado el árbol bien vertical se echaba tierra sobre las mismas, a ser posible la primera en ser extraída al hacer el hoyo, es decir, la flor. Tras cubrirlas se pisaba para compactarla; también se apretaba golpeándola con el mango, se intentaba así eliminar todo el aire que pudiese haber quedado rodeando las raíces. Se añadía algo más de tierra y medio cesto de basura o estiércol descompuesto y después se terminaba de rellenar el hoyo con el resto de la tierra y se volvía a compactar pisándola bien.
Esta es una forma laboriosa de obtener manzanos frente a la más directa de comprarlos en el mercado, pero se garantizan árboles frondosos y resistentes a las enfermedades.
La forma más extendida de propagar los avellanos ha sido a partir de las pequeñas guías que crecen en las matas. Al arrancarlas debían salir con alguna raicilla. Si se plantaban en tierra buena prendían a pesar de sus exiguas raíces y en unos pocos años comenzaba a rendir un fruto idéntico al que producía la mata original. Se elegían las varas más cercanas al tronco, que eran las de más edad, más ruviejas; no se utilizaban los chupones ya que se suponía que crecían demasiado derechos y de ellos no salía buena avellana. También se han sembrado avellanas de buena calidad pero los informantes consideran que se trata de un fruto con dificultades para germinar. Además trasplantando una vara se gana mucho tiempo de cara a adelantar la producción.
El melocotonero es un árbol muy apreciado por su fruta pero de producción incierta dadas las características climáticas del Valle. Hoy en día son escasos pero en tiempos pasados fueron más abundantes. Los conocimientos recopilados sobre los mismos son relativamente escasos en comparación con otros frutales más adecuados a la zona.
Los informantes reconocen que trataban de sembrar los güitos o semillas de los melocotones que consumían y les gustaban. Ocurría en ocasiones que crecía un melocotonero en un predio y de los frutos que se desprendían de él y no se aprovechaban con el tiempo nacían otros. Pero también precisan que se trata de frutales de vida corta y que en pocos años se secan. Consideran que los melocotoneros, si no se trabaja la tierra en la que crecen, es decir, si no se cava y se mueve, tienen poca vida. Lo cierto es que se ha intentado tener melocotones dado el alto aprecio por esta fruta que como precisan algunos informantes, era muy envidiada.
En Bera (N) para garantizar la obtención de manzanas resistentes a las enfermedades recogían manzanas silvestres y les extraían las semillas. Con ellas hacían semilleros y cuando las plantas crecidas alcanzaban el grosor necesario las injertaban con las variedades sidreras deseadas. Después las trasplantaban a su ubicación definitiva. Estos árboles tardaban más años en producir y solo daban manzanas en años alternos, pero como contrapartida, como ya indicamos, eran resistentes a las enfermedades.