El trabajo infantil
En el Valle de Carranza (B) se ha recogido un modelo de trabajo infantil que es extensible al mundo rural en general en tiempos pasados.
Si bien se procuró enviar a los niños a la escuela, muchos consideraban suficiente con que aprendiesen los rudimentos de la lectura, firmar y las cuatro reglas aritméticas. En cuanto alcanzaban una cierta edad y llegaba el buen tiempo y con él la mayor carga de trabajo, se le daba preferencia a este y aumentaban las faltas escolares.
En consecuencia, comenzaban a trabajar tempranamente reservándose siempre para ellos actividades adecuadas, de escasa fuerza y resistencia: a veces simplemente ir en busca de agua a la fuente o hacer recados del prado o de la pieza a la casa. Las niñas, a menudo, se ocupaban del cuidado de sus hermanos más pequeños. A medida que crecían, se fabricaban en casa herramientas acordes a su edad, por ejemplo, rastrillas, porros u horcas, que iban aumentando de tamaño a medida que lo hacían ellos.
Con el transcurso de las décadas, se produjo una cierta asunción de la necesidad de que acudieran a la escuela, quizá por el peso de la enseñanza obligatoria, lo que forzaba a que muchos niños tuvieran que madrugar para realizar tareas relacionadas con el ganado, o bien las llevaban a cabo tras regresar de la escuela, con lo que se les reducía el tiempo disponible para las tareas escolares. Hasta hace no mucho, en los cursos superiores de la enseñanza básica, se producía una desproporción entre niñas y niños que acudían a la escuela a favor de las primeras, ya que los segundos se incorporaban más tempranamente a las labores domésticas.
En cuanto los niños cumplían con la enseñanza básica, eran pocos los que salían del Valle a cursar estudios en centros de enseñanza secundaria, ya que eso suponía una doble limitación: resultaba muy costoso económicamente mantenerle en la ciudad, o al menos lejos de casa, y además se perdía mano de obra. A ello se le debe sumar la mayor precariedad de las economías familiares de los ganaderos, así que lo de "marchar a estudiar" estaba más limitado a los hijos de los comerciantes y de las escasas personas dedicadas a profesiones liberales.
Como contrapartida de estos condicionantes que llevaron a numerosos críos del Valle a no poder estudiar, también se debe anotar que eran muchos, sobre todo niños, los que preferían quedarse en casa a trabajar dado el fuerte vínculo con la tierra, los animales y la maquinaria. Además, en décadas más recientes en que ya circulaba más dinero, eso suponía manejar este bien a una edad temprana frente a los que estudiaban.
Por otro lado, algunos de los trabajos propios de los niños son gratamente recordados, como el cuidado de las vacas de leche mientras pastaban en las pequeñas campas existentes con anterioridad a la concentración parcelaria. Esa labor coincidente con el buen tiempo se convertía en una oportunidad de juego. Algunos informantes recuerdan que terminaban jugando todos juntos al igual que las vacas que supuestamente debía cuidar cada pequeño bando en su pedazo de tierra. La parcelación y la posterior generalización de las alambradas dieron al traste con esta tarea que mayoritariamente trae buenos recuerdos a quienes la vivieron. Las ocupaciones de los niños eran tan apreciadas como las de cualquiera; así lo asegura un adagio recogido en la localidad: "Quien desprecia el trabajo de un niño / es que está loco ".
Dos elementos a tener muy en cuenta eran el modo en el que se establecían las relaciones de autoridad dentro de cada familia y la capacidad de los niños de convertir en juegos algunos de sus trabajos. Los adolescentes y los jóvenes trabajaban todos en la actividad agraria y solo la interrumpían los muchachos para acudir al servicio militar.
Las investigaciones de campo han aportado además los siguientes datos sobre el trabajo infantil:
En Abezia (A) los niños, a partir de los diez o doce años, trabajaban en el campo, incluso menores de esa edad venían obligados a colaborar, muchas veces en detrimento de sus obligaciones escolares. También participaban en el cuidado del ganado ya fuera alimentándolo, llevándolo apacentar, etc. A las niñas les correspondía ayudar a la madre.
En Berganzo, Treviño y La Puebla de Arganzón (A) los niños de diez-doce años en adelante iban casi todo el día al campo a ayudar en las labores a los mayores: incluso los de menos edad colaboraban en la recolección o en tareas semejantes.
En Bedarona (B) los niños trabajaban guiando la pareja de vacas uncidas en la labranza de la tierra, recogiendo hierba, semillas, en trabajos menores. En Telleriarte (G) los pequeños, koskorrak, tenían sus ocupaciones menores. En Bernedo (A) señalan que en tiempos pasados las familias eran numerosas pero había trabajo para todos, incluidos los niños. En Cárcar (N) no se desechaba ninguna mano de obra, también se aprovechaba la de los críos.
En Ajangiz, Ajuria, Gautegiz Arteaga y Nabarniz (B) los niños iban a la escuela en teoría hasta los catorce años, pero solían faltar con frecuencia en las épocas en que había mucho trabajo en casa. Se ocupaban en labores menores como traer agua de la fuente, sostener el farol en la cuadra mientras el padre la limpiaba, o guiar la pareja de bueyes en la labranza, itaurren.
En Beasain (G) los niños traían agua de la fuente en la herrada o la jarra, o cuidaban el ganado que se había sacado a pastar la hierba. Por su parte, quienes trabajaban fuera de casa, a su regreso al atardecer colaboraban partiendo leña, segando hierba o haciendo algún arreglo.
En Moreda (A), los fines de semana y en época de vacaciones, los niños ayudan a los padres trabajando en el campo. A partir de los 16 años colaboran en la vendimia y en la recogida de la oliva, además de escardar, desnietar o despuntar las viñas.