Rastras. Zaranda
En el Valle de Carranza (B) llaman rastro al apero formado por cuatro largueros de madera unidos entre sí por trancas, en los que iban embutidas unas piezas de hierro terminadas en punta. En la parte delantera contaba con una barra metálica y una argolla a la que se enganchaba la pareja de vacas o de bueyes. En la trasera las dos púas de los extremos eran diferentes a las demás ya que en su parte superior contaban con dos aros a través de los cuales pasaba una vara curva llamada camba que permitía dirigir el apero. La pareja de bueyes tiraba del rastro, cargado con peso para que dichas púas se hundiesen en la tierra, y conseguía deshacer los terrones que habían quedado tras la labor inicial de arado.
La labor consistente en pasar el rastro por la tierra arada para romper los terrones que quedan tras el maquinado se denominaba rastrar. Su finalidad era dejar la tierra menuda para después sembrar. Esta labor se realizaba con la pareja de bueyes y como quiera que se necesitaba peso sobre el rastro para conseguir que penetrase a mayor profundidad y deshiciese mejor los terrones, sobre él se cargaban piedras y en muchas ocasiones unos chiquillos con el consiguiente jolgorio de estos.
Con el rastro se realizaba también otra labor conocida como “correr la pieza”, que consistía en afinar la tierra, proceso durante el cual se procuraba además borrar la pisadas de la pareja de vacas o de bueyes que arrastraban el rastro. Para dar solución a lo último se enganchaba el rastro de un extremo de la barra de hierro delantera; eso suponía que era arrastrada en diagonal, sobresaliendo por la parte inferior de la línea de marcha de los bueyes, logrando así borrar las huellas.
En Viana (N) describen la rastra como un armazón rectangular provisto de púas de hierro que se usa para alisar la tierra después de labrarla y así desmenuzar los tormos. Se utilizaba también para enterrar las semillas. Era un apero de tracción animal sobre el que se subía el labrador para dirigirlo y darle peso para que penetrara en el suelo irregular.
En Valderejo (A) la rastra estaba formada por dos travesaños perpendiculares con púas de hierro en su parte inferior. Disponía de uno o de dos varales según fuera arrastrado por un caballo o por una yunta de bueyes. Estaba equipado por una esteva y se empleaba también para rastrear los sembrados de trigo y así “airear la tierra” en los meses de marzo y abril.
Esta misma función tenía la rastra en Berganzo (A) y Bernedo (A) donde anotan que su labor era más superficial que el de la grada metálica que se introdujo más tarde. Lo mismo en Argandoña (A) donde señalan que eran necesarias varias pasadas de rastra sobre el terreno para que este quedase preparado para la siembra.
En Urdiain (N) la rastra se basaba en cuatro traviesas cortas, que se estrechaban en la parte delantera. Los dientes, bastante cortos, iban incrustados en estas cuatro piezas. Delante llevaba una varilla de hierro con anilla de tiro. Generalmente llevaban un dispositivo de abrazaderas de hierro, que tenía por objeto encajar una piedra u otro objeto pesado, según lo requerían las condiciones de la tierra que se cultivaba.
En Arruazu (N) la rastra venía a ser rectangular y actuaba en sentido transversal. Los dientes iban sobre dos maderos largos, que constituían el armazón. Otra rastra típica de esta zona era la que disponía de timón, aretxikia.
En Améscoa (N) para igualar el terreno desmenuzando los terrones, termones, y para enterrar la semilla desparramada por la tierra recién labrada empleaban la narria. Era un bastidor, formado por dos largueros y cuatro travesaños. Los largueros llevaban incrustados en su cara inferior unas púas de hierro. Para pasar la narria se valían de una caballería o de la pareja de bueyes.
En Muez (Valle de Guesálaz-N) y Ugar (Valle de Yerri-N) labrada ya la tierra se pasaba la narria que consistía en un bastidor de madera y púas en su parte inferior. Con el tiempo, la narria sería sustituida por la grada que tenía rejas metálicas y su trabajo era más efectivo en el barbecho.
En Valderejo (A) la trapa estaba formada por unas maderas gruesas entrelazadas entre sí formando una cuadrícula. En su parte inferior se fijaban unas púas de grandes dimensiones. En su delantera tenía una barra metálica con una argolla en la que se fijaba el tiro. Sobre el apero se colocaba una piedra pesada o se montaba la persona que conducía la faena. Con esta se deshacían los terrones de la finca. La trapa era arrastrada, habitualmente, por una caballería. Se empleaba una vez labrada y sementada la finca para tapar el grano e igualar la superficie.
En Abezia (A) señalan que la trapa tenía púas rectas y la narria curvas; se pasaban después del arado, cuando estaba preparada la tierra para la siembra. En Apodaka (A) la trapa era un bastidor de madera con púas cortas, para pasar sobre los sembrados de trigo.
En Aoiz (N) la rastra recibe el nombre de zaranda. La describen como un instrumento en forma de parrilla de perímetro trapezoidal, entre la que se sujetaban varios travesaños con púas en su parte inferior. Tenía una mancera, que la unía a la yunta y permitía dirigir el instrumento. Se empleaba para romper los terrones, allanando la tierra después de haber sido arada para la siembra. El zarandón era una zaranda de mayor tamaño.
En esta misma localidad el apero empleado para alisar superficies más grandes después de labradas, se denominaba también rejón. Era una pieza similar a la zaranda con forma rectangular, como las escaleras de mano. Portaba una o dos anillas para enganchar a la yunta. Se empleó asimismo después con tracción mecánica.
También en Obanos (N) han utilizado la escalera o rastra. Aunque hay diferentes tipos; como se desprende de su nombre, es una pieza rectangular con travesaños que sirve para peinar y alisar la tierra.
En Moreda (A) describen la rastra como un instrumento a modo de escalera de madera que en sus travesaños tenía púas para alisar la tierra. Las rastras fueron primeramente travesaños de madera; posteriormente se fabricaron de hierro. En ambos casos las púas eran de hierro para deshacer los tormones de tierra.