La implantación de El mayo. Donilatxa
Durante el mes de mayo y también la víspera o la mañana de san Juan, en numerosas localidades se talaba un árbol y se plantaba delante de la iglesia parroquial y en muchos casos en las campas de las ermitas. Los encargados de su colocación siempre fueron los mozos de la vecindad. A este árbol se le denomina en algunos lugares El mayo y en otros Donilatxa.
En Améscoa (N) el objeto mágico por excelencia para proteger la cosecha contra las tormentas y la mala nube, fue El mayo. El mayo era una haya lo más esbelta posible (una chara), que cortada de hondón, libre de ramas y bien arreglada, se plantaba en el pueblo, bien tiesa y cerca de la iglesia. Ya este árbol tendría en sí una virtud mágica, pero para darle más eficacia, colocaban en él un gallo hecho de tabla, al que agujereaban con un berbiquí para incrustarle las plumas y al que plantaban en la cabeza una cresta de tela encarnada. El gallo debía colocarse mirando hacia el término sembrado de trigo “para que guardara la cosecha”. En la localidad de Larraona del mismo valle de Améscoa, además del gallo, ponían en El mayo un trozo de vela del tenebrario con dos ramitos de olivo bendecidos el domingo de Ramos y un poco más abajo un velo blanco con cintas, cruces y cascabeles. A las velas que habían ardido en el tenebrario mientras los maitines de la Semana Santa, se les atribuía una virtud especial para ahuyentar el pedrisco. En Artaza las repartían los monaguillos por la casa el día de sábado santo y las guardaban para encenderlas durante los nublados. El cura de Larraona recogía la que había ocupado la parte central del tenebrario y la conservaba para dársela a los mozos para El mayo[1].
En Bera (N) hasta finales del siglo XIX, colocaban en la plaza del ayuntamiento un árbol, chopo o cerezo, y sobre él la figura de un hombre. Colgando de las ramas aparecían berzas y hortalizas, y bajo el árbol, una barca de las que utilizan en el Bidasoa. Este árbol y todo lo demás se quitaba al día siguiente de san Juan[2].
En Moreda (A) los mozos talaban un chopo recto y alto de las orillas de los ríos Zampeo o Ren, la víspera del 3 de mayo, festividad de la Cruz de Mayo, y lo plantaban en el cementerio antiguo de la iglesia parroquial, en donde permanecía por espacio de un mes. El mayo, levantado junto a la parroquia, servía para proteger al pueblo y sus campos de los malos temporales y desgracias que pudieran venir de cara a la recolección de los frutos y granos del mes de junio y posteriormente. Esta práctica está documentada ya en el siglo XVII.
En Agurain (A) la noche del 24 de junio al 25 se planta un chopo, con todos los rituales de recogida en las choperas de las afueras por parte de los mozos, se lleva a hombros, se iza con unas cuerdas y se coloca una bandera trepando por él. Tradicionalmente se le tiene unos días plantado en la Plaza de San Juan y se le atribuye poderes sobre las cosechas.
En Itziar (G), en los años 1930, Barandiaran anotaba lo siguiente: “En la noche de la víspera de san Juan es costumbre plantar un árbol delante de la ermita de Santa Catalina”[3].
En el Duranguesado (Bizkaia), en muchas ermitas, ha sido costumbre todavía vigente, plantar en la víspera de la fiesta en la campa próxima un árbol que recibe el nombre de Donilatxa. Este término eusquérico puede aludir de un modo contraído a “doniane-haretxa, roble de san Juan”. A este árbol de gran altura, desramado y pelado le atan en su copa flores, plantas y hortalizas. Su colocación estaba a cargo de los jóvenes de la vecindad.