Drogas

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Recogemos en este apartado el cultivo de plantas que poseen efectos psicoactivos y capacidad para generar adición. La primera en ser cultivada fue el tabaco. En los últimos tiempos se ha extendido entre la gente joven la plantación y consumo de variedades de cáñamo con efectos psicotrópicos, la llamada marihuana o maría.

En nuestra cultura ha existido de siempre la costumbre de recurrir a la fermentación alcohólica de algunos productos vegetales a fin de obtener bebidas con alcohol. Las transformaciones clásicas han sido la uva en vino o txakoli y la manzana en sidra. Estos procesos se tratan extensamente en otros capítulos de este tomo.

Una vez que pudo disponerse de alcoholes en el mercado a un precio asequible también se comenzaron a macerar algunos frutos en los mismos a fin de obtener bebidas alcohólicas, la más conocida el pacharán.

Tabaco

El tabaco se cultivó para el abastecimiento casero, pero como puede verse por las siguientes descripciones, también alcanzó una producción a mayor escala.

En Treviño (A) se sembró para consumo de casa, una o dos docenas de plantas en la huertas. Cuando las hojas maduraban se les quitaban a las plantas y para su consumo las fermentaban entre basura seca. Después lo picaban a mano y dicen que resultaba muy fuerte. Cuando se suprimió el racionamiento desapareció su cultivo.

Es muy posible que se cultivara tabaco en nuestro territorio de forma clandestina en el siglo XIX, aunque las primeras autorizaciones del monopolio se producen entre 1899 y 1902 en Bizkaia, si bien es en la campaña 1932-1933 cuando se extiende su laboreo a numerosas localidades sin que arraigase del todo[1]. Vicario de la Peña informa al respecto sobre el antiguo cultivo del tabaco en el Valle de Carranza (B), en un texto de los años treinta del pasado siglo:

"Es otro de los que puede rendir pingües utilidades en el suelo de Carranza, como las está produciendo en el vecino Ayuntamiento de Rasines y en otros de la provincia de Santander.

El tabaco se cultivó en Carranza con anterioridad a 1873; recuerdo haberlo visto en muchos huertos de Sierra y otros pueblos; los carboneros lo cultivaban en el monte, en los parajes en que habían cocido hoyas para beneficiar las cenizas y obtener buenas plantas. En 1896 lo ensayó un natural de Carranza que vivió en Cuba, donde fue cultivador y tabaquero en Vuelta Abajo, obteniendo buenas hojas, preparándolo bien y haciendo excelentes puros.

En el año 1934, Francisco Vicario y Calvo obtuvo autorización del Gobierno para cultivar cuarenta mil plantas en un terreno roturado en la Sebe del Escobal, cuyo resultado podrá apreciarse en este año de 1935"[2].

Su cultivo en Gipuzkoa se mantuvo algo más de tres décadas. Actualmente solo se lleva a cabo en algunos lugares de Álava y Navarra, en poblaciones regadas por el río Ega[3].

El cultivo de tabaco en Gipuzkoa

Según los autores antes citados, las primeras autorizaciones para el cultivo de tabaco en Gipuzkoa se concedieron en la campaña 1932-33 a cinco baserritarras de Legazpia, que cultivaron un total de 10 000 plantas, y en la siguiente campaña a 78 baserritarras de Aretxabaleta, Zestoa, Eibar, Mondragón, Mutriku, Orio, Placencia, Zarautz y Zumaia, con 32 638 plantas con una media de 420 por cultivador superando a Bizkaia y Navarra, aunque por detrás de Asturias y Santander. Las principales variedades de tabaco fueron las de maryland y havano 142. El laboreo del tabaco continuó ganando entidad y en la campaña 1935-36 ya eran 80 cultivadores con casi 109 000 plantas y una media de 1360. Los pueblos de mayor importancia eran entonces Aretxabaleta, Orio, Zumaia y Tolosa.

En la difusión del cultivo de tabaco en Gipuzkoa tuvieron notable influencia ingenieros y peritos, sin olvidar la ayuda técnica y económica de la Diputación Foral.

En los años siguientes siguió aumentando la superficie dedicada al tabaco llegando en 1946 a 200 cultivadores de 36 municipios con 700 000 plantas alcanzándose en 1957-58 el máximo de solicitudes para cultivar tabaco con 407 baserritarras de 37 municipios y 2 373 000 plantas destacando tres áreas como principales productoras: la primera por su extensión, la cuenca del Oria, la segunda los valles próximos de la costa guipuzcoana y la tercera, la zona que va desde Eibar a Oñati.

El cultivo de tabaco registró un importante retroceso en las siguientes campañas, de forma que en la de 1964-65, fueron poco más de un centenar los cultivadores (107), casi una cuarta parte de los de un quinquenio antes, que se ubicaban en 18 municipios. El número de plantas fue de 545 000 con una media por explotación de 5100.

En la pérdida de importancia de este cultivo hasta su casi desaparición, en los años setenta del siglo pasado, influyeron decisivamente otras opciones laborales, sobre todo en la industria, que a juicio de los baserritarras eran más rentables, aunque también se cita la competencia de otras áreas y la aparición del moho azul que destruyó las plantaciones varios años.

El tabaco guipuzcoano fue considerado de buena calidad, lo que se atribuía a un suelo y clima propicios para su cultivo y al buen hacer de los caseros. En la campaña 1934-35 de toda la zona cantábrica se situó en primer lugar el cultivado en Beasain que se pagó a 3.75 pesetas el kg. También los cosechados en Zumaia, Hondarribia y Zestoa alcanzaron cotizaciones altas.

Los semilleros

Para poder cultivar tabaco era necesaria la autorización del Servicio Nacional del Tabaco, lo que se consiguió por primera vez en la zona en 1933[4]. Su laboreo comenzaba preparando los semilleros sobre un "terreno sano" de una anchura del orden de 1.5 metros y longitud variable, según las plantas de tabaco a cultivar (cada metro cuadrado unas 500). Estaba formado por tres capas. La inferior de grava para facilitar el desagüe; la segunda de estiércol, preferentemente asnal, caballar o mular y la superior de mantillo solo o mezclado con tierra. Era conveniente rodearlo con un sencillo tabique y cubrirlo con una cristalera para cuya construcción la Diputación Foral de Gipuzkoa concedía ayudas económicas.

Una vez preparado y desinfectado el semillero, a principios de marzo, se procedía a la siembra de las diminutas semillas entregadas por el Servicio Nacional del Tabaco (un gramo, según variedades, contiene entre 8 000 y 20 000 simientes) y con las que había que cultivar un determinado número de metros cuadrados.

El calor reducía el tiempo que tardaban en aparecer las pequeñas plantas, por lo que humedecían las semillas con agua templada y las mantenían sobre un lienzo en el interior de una habitación que estuviera a 18-20 °C, enterrando a continuación la simiente, medio gramo por metro cuadrado, antes de que germinaran.

El semillero requería una notable atención, pues había que regarlo diariamente, manteniéndolo húmedo pero sin encharcamientos, evitar que una vez que brotaran las plantas les diera el sol con intensidad y protegerlas de las noches frías. Asimismo, había que eliminar las hierbas y clarear el cultivo, manteniendo entre sí una distancia uniforme, llevando las plantas sobrantes a otro semillero, labor que era conocida como repicado. Por último, abonar para favorecer su desarrollo normal.

Transcurridos unos cien días, a finales de mayo o principios de junio, cuando la planta tiene de 12 a 15 cm, se procedía al trasplante a su asentamiento definitivo, lo que había que llevar a cabo los días de poco viento y a primera hora de la mañana o al anochecer cuando el sol tuviera poca fuerza, colocándolas a una distancia entre sí de algo más de medio metro.

Los cultivadores

Los baserritarras recogían las plantas del semillero para trasplantarlas a su ubicación definitiva. Era muy importante la elección y preparación del terreno de asiento que iba a recibirlas para su crecimiento hasta la recolección, teniendo que abonarlo con estiércol, potasa y cal varias veces durante el invierno.

Una vez trasplantadas al terreno de cada cultivador, comenzaba el trabajo de hacerlas crecer con las mayores atenciones y cuidados. El tabaco necesita una atmósfera húmeda, por lo cual había que regarlo en las épocas muy secas durante su crecimiento.

También había que despuntar la planta, es decir quitarle la flor, suprimir los hijuelos o brotes, kimuak moztu, y eliminar las hojas más bajas o cercanas al suelo; escardar y recalzar con la azada, jorratu, es decir, eliminar las hierbas que nacían alrededor de la planta y acumular tierra entorno al tronco de la misma. Todas estas operaciones favorecían su crecimiento y la calidad de las hojas y por tanto la del tabaco.

Los cultivadores de tabaco consideran que solo la experiencia permitía conocer el mejor momento para proceder a su recogida, lo que generalmente se llevaba a cabo en septiembre.

Se cortaba la planta que tenía un tronco de 50-60 mm de diámetro a ras del suelo, utilizando una hacha pequeña o una hoz, dejándola orear sobre el terreno, sin exponerla al sol. Trasladadas las plantas al lugar de secado, generalmente el desván de los caseríos, aunque en ocasiones también se utilizaban las cuadras y hasta las cocinas, se separaban a mano las 1520 hojas que tenía cada planta formando ristras que se colgaban en alambres colocados a lo largo y ancho del secadero.

En Elgoibar (G) al principio y al final de cada alambre con tabaco colgado, instalaban una especie de ruedas hechas de árgoma, otea, al objeto de que los ratones, saguak, no pudieran acceder al tabaco. De esta forma, a la vez que la árgoma pinchaba, se giraba e impedía el paso al ratón. A veces se calentaba el local, pues la temperatura y la ventilación eran muy importantes para el correcto secado y para evitar pérdidas por putrefacción[5].

Una vez seco el tabaco, para su envío al Centro de Fermentación de Pamplona se apilaba en fardos entrecruzando las hojas. Se clasificaba según calidades, que determinaban los responsables técnicos del Centro de Fermentación, que apreciaban las hojas de tabaco que habían sido "mimadas" en su crecimiento y su curado por los baserritarras.

El pago se realizaba en función de las calidades obtenidas interviniendo un representante de los cultivadores. Actualmente la subvención de la Unión Europea es la parte principal de lo que perciben quienes cultivan tabaco.

En las épocas del racionamiento (no hay que olvidar que duró hasta comienzos de los años cincuenta del siglo pasado) y tras una previa fermentación, las hojas sirvieron para elaborar cigarros (puros) y cigarrillos que se cambiaban a los eibarreses por cartuchos para la caza. También era frecuente el cultivo para consumo propio. Además se han utilizado para "matar angulas", operación muy importante para la calidad culinaria de este plato.

En Zumaia (G) más de una treintena de caseríos cultivaron tabaco en la postguerra. Y en Nabarniz (B) se sembró planta del tabaco hasta los decenios 1940-50 como una posibilidad de obtener dinero, pero la experiencia no duró demasiado. La semilla se sembraba en abril y se recogía en otoño; las hojas se ensartaban con una cuerda al modo de los pimientos choriceros y se ponían a secar en el camarote. El ayuntamiento avisaba de la llegada del camión que venía a recoger la mercancía a la localidad y en esa fecha las casas debían acarrearla al núcleo de la población, Elizalde. Se entregaban las plantas empaquetadas, "galtzu-parduen moduen'; como los fardos de paja.

El cultivo del tabaco en Navarra

Cuando se autorizó a Navarra el cultivo del tabaco en 1933 por parte del Estado, la Diputación Foral comenzó a subvencionar con 250 pesetas por hectárea a cuantos agricultores se decidieron a establecer en sus fincas este cultivo. Desde el año 1939, vista la dificultad del agricultor para obtener la planta, se suprimieron las indemnizaciones y se establecieron semilleros por toda la provincia en los que el agricultor pudiera adquirir la planta ya producida. En 1944 se facilitaron 800 000 plantas a cerca de 900 agricultores que producían unos 75 000 kg de tabaco seco, que se entregaba en el Centro de Fermentación de la zona, para cuya instalación en un solar de 2000 m2 junto a la Estación del Norte de ferrocarril la Diputación ofreció una fuerte subvención económica. Dicho Centro funcionó hasta la década de 1970 en que necesidades urbanísticas lo hicieron desaparecer. La mejor clase de tabaco se obtenía en la zona atlántica, del tipo habana, pero también estaba extendido por la parte oeste en poblaciones del alto Ega[6].

Tabacal del Bidasoa (N), 1940. Fuente: Vida Vasca. Núm. 17. Vitoria: 1940, p. 153 (foto Galle).

Antaño, en una de ellas, Genevilla, cada familia lo sembraba en la huerta por san José (19 de marzo) para después pasarlo a las fincas en forma de planta. Todo el tabaco que se producía se debía vender al Gobierno, pero cada vecino se guardaba una parte o aprovechaba los retoños que salían después de cortar la planta, que eran de bastante peor calidad, para venderlos en régimen de estraperlo en los tiempos del racionamiento durante la posguerra, pues de este modo obtenían más beneficios que con la venta del bueno al Gobierno. El transporte ilegal del tabaco se hacía por el monte con ganados a altas horas de la noche para evitar arbitrios y controles de la guardia civil. Hombres y mujeres ocultaban los manojos de hojas húmedas forrándose con ellos el cuerpo o se disimulaban como fondo de sacos de alubias.

En Viana a partir del primer tercio del siglo XX se empezó a cultivar el tabaco en tierras de regadío en Recajo, La Lastra y otros términos del municipio. Una vez recolectadas las hojas se sometían a una operación de secado en los graneros altos o en las bajeras.Toda la producción se entregaba a Tabacalera Española, en la estación del tren de Logroño, con la que previamente se firmaba un contrato. El género se depositaba en Logroño y los encargados sometían a las hojas a una fuerte selección de primera y de segunda clase. Este cultivo fue abandonado hacia 1950 pues no resultó muy rentable a causa del clima excesivamente seco.

Hoy en Genevilla solo viven del tabaco dos familias. Una de ellas explicó en 2006 el proceso del cultivo de esta planta[7], que consta de ocho fases:

  • Preparación de la tierra con fumigación de productos fitosanitarios para evitar la aparición de las numerosas plagas a las que es vulnerable la planta; labrado para oxigenarla y adecuarla para la plantación. Se hace con tractor dotado de bombona de fumigación y barras herbicidas.
  • Plantación de los cepellones de tabaco recibidos de los invernaderos en cuyos semilleros se han desarrollado previamente. Se hace a mediados del mes de mayo usando el tractor dotado de una máquina adecuada al caso, semiautomática, dado que dos agricultores, sentados sobre ella, de espaldas al conductor del tractor, deben ir colocando uno a uno los plantones en una rueda giratoria que los va introduciendo en la tierra a una distancia de unos 30-40 cm. Una mujer camina detrás, y con una azada va repasando cada uno de los plantones asegurándose de que quede la planta al aire desde su cuello.
  • Riego de la plantación en la cantidad justa para que los plantones asienten bien. En los primeros cincuenta días transcurridos desde la plantación no se requieren riegos fuertes, porque se estropearía la raíz. A mediados de julio asoma la flor de la planta, que es de color rosáceo en la variedad plantada, y a partir de entonces el cultivo admite mayor cantidad de agua, que se distribuye mediante aspersión. Es más aconsejable regar por la noche.
  • Desflorado y deshijuelado una vez producida la floración de la planta, a mediados de julio, que se hace manualmente con la ayuda de una navaja, planta por planta, con el fin de que la fuerza de la savia vaya a las hojas exclusivamente. Una vez realizadas estas operaciones comienza a madurar la planta y en unos veinte días estará lista para ser cortada. El crecimiento ha sido rápido, la planta ha alcanzado los 170 cm de altura.
  • Recolección con cortadora de cuchilla rotativa a motor. Se realiza una por una y se dejan sobre el suelo durante un par de horas para que se oreen y adquiera más consistencia la hoja. Antiguamente se empleaba la hoz. Estas operaciones deben hacerse con tiempo seco. Se trasladan las plantas al secadero, donde permanecerán hasta el mes de noviembre.
  • Secado en un pabellón específico, de altura suficiente que permita suspender de las vigas del techo las plantas en condiciones de aireación seca con orientación norte, para lo que se han previsto pasillos intermedios y un hueco cada tres plantas. Transcurridos los primeros diez días de secado las plantas ya amarillean, pero lo que más cuesta secarse son los nervios de las hojas. Con el paso del tiempo las hojas pierden volumen y hasta un 20 % de su peso. Hay que considerar que los tronchos o tallos de la planta se desecharán porque no sirven como picadura de tabaco. Las cuerdas escogidas para la suspensión son de fibra vegetal, de cáñamo o sisal, para evitar que dejen impurezas en las hojas. A las plantas se les hace un simple nudo de dos vueltas para sujetar de las vigas del techo.
  • Descolgado y clasificación. A finales de noviembre o principios de diciembre las plantas se descuelgan por el mismo procedimiento manual con que se suspendieron, lo que se hace con gran cuidado dada la fragilidad que ahora presentan del todo secas. A las cuerdas, agrupadas en haces, se les hace un nudo y se ocultan sobre las vigas para futuras reutilizaciones. Posteriormente se realiza la clasificación con ayuda de tres cajones: uno para las hojas inferiores del tallo, otro para las intermedias y otro para las superiores, ya que no fermentan al mismo ritmo. Las intermedias son las de mayor tamaño y calidad. Los haces de hojas se atan con cuerdas formando fardos que se depositan en el suelo del almacén, también aireado.
  • Envío del producto a las empresas especializadas para su transformación y comercialización posterior.

La crisis que azota el campo en la actualidad y las añadidas dificultades que conlleva la producción de un cultivo como el tabaco, sometido a controles sanitarios muy estrictos por el perjuicio que causa su consumo a la salud de las personas, explican que la treintena de familias que se dedicaban a este sector en Milagro (el último reducto de este cultivo en la Ribera del Ebro del que llegaron a depender cien familias y que también abarcó a Funes y Azagra) hayan abandonado definitivamente su cultivo en 2008, ante la inseguridad de recibir subvenciones de la Unión Europea y el escaso beneficio que el agricultor recibe por su venta al Estado (un 20 % frente a un 80 % que ingresa este de impuestos por comercialización).

Planta de la marihuana. Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.
Cartel de feria de la marihuana. Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.

En la Ribera la variedad cultivada era del tipo burley. Este cultivo, que alcanzó su cénit entre 1951-54, hoy está en declive. Se limita en Navarra a algunas poblaciones del Alto Ega (Marañón, Cabredo y Genevilla en particular) y del medio (Abáigar, Murieta). Pese a las dificultades del sector, un informante de Abáigar confiesa que el tabaco "encaja muy bien con los huecos libres que dejan otros cultivos[8]", y una labor que durante más de ochenta años ocupó a un estimable número de agricultores navarros y guipuzcoanos, se ha convertido en algo residual pese a la calidad contrastada del producto[9].

Marihuana

Este cultivo, que ha ido cobrando extensión en los últimos años, no alcanza demasiado importancia cuantitativa ya que su plantación bordea la legalidad. Por otro lado, excede el ámbito rural de modo que también se cultiva en áreas urbanas.

Se asegura que está permitido cultivar un número reducido de plantas por persona ya que se considera autoconsumo. Los que cultivan mayores cantidades para obtener un beneficio económico con su venta deben hacerlo ocultamente ya que entonces se convierte en una actividad ilegal.

En los últimos años se ha generalizado su cultivo entre gente joven y en áreas rurales con clima húmedo constituye una interesante fuente de ingresos dado el abultado precio que alcanza en el mercado. Se ha desarrollado toda una cultura relacionada con su cultivo: Existen comercios que proporcionan semillas y todos los útiles y productos necesarios para su cultivo; son numerosas las publicaciones que tratan de su cultivo y propiedades y difunden información sobre las variedades de semillas; y tienen lugar ferias monográficas como la que se celebra en el recinto ferial de Ficoba en Irun (G).


 
  1. Manuel LLANOS; Jaime ZUBÍA. "Nuestro tabaco oscuro" in Enciclopedia guipuzcoana. Fascículo 2. San Sebastián: 1964. Informantes: Eustaquio Alberdi Lizaso (1922) y Santiago Salegui Al-corta (1928). Los autores manifiestan que las aportaciones de Javier Carballo fueron fundamentales para la realización de su trabajo. Disponible en: http://www.oficiostradicionales.net/es/#otros Acceso: 09/04/2014.
  2. "Nicolás VICARIO DE LA PEÑA. El Noble y Leal Valle de Carranza. Bilbao: 1975, p. 166.
  3. En el 2001 el Estado español fue el tercer productor de tabaco de la Unión Europea, que trata de reducir la producción mediante ayudas económicas para financiar nuevas actividades. La condición esencial para obtener este apoyo es el abandono definitivo de su cultivo y de la cuota asignada.
  4. Información de Eustaquio Alberdi Lizaso (1922) nacido y residente en la casa Rentería Nueva más conocida como Kondekua sita en Oikia Auzoa del término municipal de Zumaia (G), conocido horticultor que desde su juventud participó con su familia en el laboreo del tabaco, siendo el responsable, durante varias décadas, de la coordinación de los baserritarras que se dedicaban a esta actividad en la zona.
  5. Koldo LIZARRALDE. Apuntes etnográficos (1). Elgoibar: 1994.
  6. Antonio PURROY; José Antonio MENDIZABAL. La agricultura navarra en la primera mitad del siglo XX. Pamplona: 2011, pp. 125-126.
  7. Eugenio MONESMA. "El tabaco en Tierra Estella" in DVD. Navarra: tradiciones y costumbres. Núm. 6. Huesca: 2006.
  8. Jaime Alegría Pascual en declaraciones a R. A. MURIETA. "El cultivo de tabaco hace de Tierra Estella su último feudo en territorio navarro" in Diario de Navarra. Pamplona: 18 de junio de 2010.
  9. En el año 2000, un 0.5 era la producción de Navarra y un 0.1 %, la de la Comunidad Autónoma Vasca, frente a Castilla-La Mancha (0.8 %), Castilla y León (1.6 %), Andalucía (10.2 %)y Extremadura (86.7 %). Vide: José Luis DÍAZ-MAROTO MUNOZ. "Impacto socioeconómico del consumo del tabaco en España" in El Médico. Anuario 2001, p. 167.