Industrialización de los aperos de labranza

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La industrialización también alcanzó a los demás aperos de labranza. Surgieron varios modelos nuevos de rastras o gradas si bien en la Llanada Alavesa se dieron básicamente tres tipos: de púas, de flejes y de disco. El primero constaba de un armazón de hierro en forma de retícula en zigzag con púas de hierro sujetas con tornillos. La grada de flejes constaba de un bastidor rectangular con varios ejes en los cuales se situaban las púas metálicas de forma helicoidal flexible que mediante un mecanismo de palanca regulaban su penetración en el terreno. El modelo más perfeccionado era el tercero, la grada de discos, que no tuvo tanta incidencia como los anteriores. Los modernos modelos de rastras y gradas tirados por el tractor incorporarán sistemas mecánicos cada vez más complejos y eficaces.

Respecto a la siembra, hasta finales del siglo XIX en todos los lugares fue mayoritariamente a voleo. Bien entrado el siglo XX, en la zona del Alto Ebro se estaba iniciando la introducción de máquinas sembradoras. A lo largo de la centuria, las sembradoras han visto aumentada su capacidad y su rendimiento gracias a la aplicación de mejoras técnicas en continua renovación. La principal, la adaptación de las sembradoras a la fuerza motriz mecánica representada por tractores cada vez más potentes y capaces.

La siega tradicionalmente se ejecutaba a mano con la ayuda de hoces o guadañas. Debido al esfuerzo y desgaste humano que este proceso requería, la aparición de máquinas segadoras de tracción animal se dio tempranamente, a finales del siglo XIX. Las máquinas guadañadoras se empleaban para segar los forrajes alcanzando gran perfección en su trabajo. De las primeras segadoras guadañadoras la que más fama adquirió fue la McCormick, de cuyo sistema se hicieron muchos otros modelos. Respecto a las segadoras gavilladoras, las empresas punteras fueron Wood, Samuelson y Massey Harris. Uno de sus modelos más prácticos y sencillos constaba de tres aspas volantes y un rastrillo que amontonaba el cereal cortado en gavillas que debían ser atadas a mano. La siguiente mejora técnica fue la introducción de mecanismos para ligar o atar las gavillas, la segadora atadora, innovación que fueron aplicando los diferentes fabricantes de segadoras. El uso de estas máquinas se generalizó en las primeras décadas del siglo XX.

Este proceso cambió radicalmente con la aparición de las cosechadoras, y más cuando se convirtieron en automotrices. Con las cosechadoras la siega y la trilla se concentraron en una misma labor en el momento de la cosecha, para lo cual se hizo necesario avanzar en la motorización del resto del parque móvil con el complemento de los tractores, los remolques y las enfardadoras de paja.

Cosechadora de cereal. Álava. Fuente: Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz: Donato Sáenz.

Antes de la difusión de las cosechadoras, otra innovación revolucionaria se hizo presente con la aparición de la trilladora. A finales del siglo XVIII, en el Reino Unido ya se había inventado una máquina con fuerza motriz animal para el tratamiento de los cereales una vez segados. Posteriormente aplicaron a la trilla las máquinas de vapor locomotoras. La trilladora separaba el grano de la paja, de tal manera que el primero era envasado en sacos y la segunda se conducía por tubos hasta los pajares.

Sin embargo, el trabajo de estas trilladoras se limitaba a desgranar el cereal y a dejar la paja larga y entera sin tener en cuenta su aprovechamiento como alimento para el ganado. Esto último provocó que trilladoras más modernas llevaran acoplado un sistema que quebrantaba y machacaba la paja.

Antes de utilizar los tractores como fuerza motriz de las trilladoras, lo fueron las máquinas locomóviles a vapor que llevaban un gran volante que comunicaba el movimiento de la correa hasta el cilindro batidor de la trilladora. Del grano resultante no suficientemente limpio se eliminaban las impurezas mediante una máquina aventadora que consistía en un gran tambor con un ventilador en su interior que, movido manualmente o por medios mecánicos, provocaba una corriente de viento que limpiaba las partes ligeras y desechables de los granos. En la primera mitad del siglo XX se generalizó el uso de trilladoras y aventadoras.

En los habituales concursos y exposiciones de maquinaria agrícola de finales del siglo XIX y principios del XX ya se atisbaba la implantación gradual de todas las mejoras técnicas descritas. En Álava, dicho avance estaba auspiciado por el empuje de empresas de fabricación de maquinaria agrícola, entre ellas las casas alavesas de Vda. de Gamarra, Echevarria, Urquizu, Ajuria y Aranzabal. Esta última empresa fue pionera en todo el Estado español durante buena parte del siglo XX.