Enfardadora manual
En el Valle de Carranza (B) las enfardadoras de hierba seca más antiguas que se recuerdan eran de buen tamaño y consistían en un cajón de madera abierto por la cara superior.
Para enfardar la hierba se llevaba la enfardadora al prado en el carro de bueyes. Ya en el mismo se colocaba de pie, vertical, junto a una cina o almiar para facilitar el trabajo posterior consistente en introducir la hierba en el cajón. Una vez se agotaba la hierba del mismo era necesario arrastrar la enfardadora hasta otra cina para lo cual se empleaba la pareja uncida.
Por lo tanto este trabajo se realizaba habiendo hacinado previamente la hierba. Se comenzaba echando una buena horquillada de hierba a su interior. Uno de los participantes trepaba a ella y se introducía dentro del cajón donde se iba a dar forma al fardo; su función era la de pisar cuanto más la hierba para compactarla. Después de pisada cada horquillada se convertía en una tástana o pliego del fardo.
Cuando se llenaba completamente el cajón de hierba y el situado dentro no podía compactarla más, se bajaba de la enfardadora y entre dos personas, una de cada lado, basculaban la tapa hasta que cayese sobre la parte superior del hueco. Después la enfardadora contaba con dos palancas con una especie de mecanismo de cremallera que empujaban dicha tapa hacia abajo comprimiendo aún más la hierba contenida en el hueco. Dos personas al menos presionaban hacia abajo las palancas aplicando toda su fuerza. Con cada impulso bajaban un diente metálico que pasaba de uno de los huecos de la cremallera al siguiente más bajo e impedía que volviese a ascender.
Una vez descendidas las palancas y prensada la hierba al máximo había que coser el fardo. En tiempos pasados se utilizaba para ello alambre, ya que no había cuerda. Para pasar el alambre de un lado al otro del cajón se contaba con una varilla metálica que recibía el nombre de aguja. Una persona manejaba la aguja en un lado del cajón y hacía pasar los dos extremos del alambre hasta el lado opuesto donde el otro operario los anudaba.
Una vez cosido el fardo el frente de la enfardadora contaba con una puerta que se podía abrir. La puerta permanecía en su sitio mediante unos dispositivos metálicos que hacían tope; se golpeaban con el martillo y al liberarlos la puerta salía disparada. Después un par de personas, utilizando unos hierros con forma de garfios tiraban del fardo hacia fuera para extraerlo. Una vez sacado el fardo se colocaba la puerta en su sitio y se levantaba la tapa basculándola hacia uno de los lados para así poder reiniciar la tarea. El fardo que se obtenía con esta enfardadora era de dimensiones mayores que los que se conocieron después con las movidas por tractores, pesaba entre 40 y 44 kilos.
Con posterioridad apareció otro tipo de enfardadora más liviana que la anterior y que a diferencia de ella se disponía horizontalmente.
La enfardadora horizontal consistía en un cajón de madera que se transportaba hasta el prado y se colocaba en un sitio llano. El cajón era alargado y el extremo más alejado al operario estaba cerrado por una puerta que se podía retirar. En toda la longitud de lo que iba a ser el fardo el cajón estaba cerrado en los cuatro lados, pero se prolongaba un poco más y aquí faltaba la cubierta. Dentro, unos rieles metálicos permitían el desplazamiento de otra especie de puerta accionada por una palanca alargada; venía a ser como un émbolo.
Se levantaba el extremo libre de la palanca hacia arriba, lo que hacía que el émbolo se retirase hacia un extremo del cajón donde se situaba el que manejaba la palanca, se introducía la hierba por la superficie libre y se volvía a bajar la palanca que a su vez desplazaba el émbolo hacia el interior del cajón empujando hacia delante la hierba depositada. Una vez realizado este movimiento se retiraba de nuevo el émbolo levantando la palanca. Una persona se dedicaba a mover la palanca y otra, con la ayuda de una horquilla, depositaba la hierba en el interior del cajón. A medida que el interior se iba llenando había que hacer cada vez más fuerza para prensar la hierba. Al final tenían que tirar hacia abajo de la palanca los dos. Una vez conseguido prensarla al máximo se sujetaba con unos ganchos el émbolo, para que al soltar la palanca la presión de la hierba contenida dentro del cajón no le disparase hacia atrás. Entonces uno de los trabajadores tomaba una pieza metálica alargada llamada aguja que en uno de los extremos tenía una hendidura en la que se podía fijar un alambre o una cuerda. Pasaba la aguja por un canal y repetía la operación por el otro extremo del fardo, la persona situada al otro lado del cajón tomaba las dos puntas del alambre y las anudaba. Después repetían la operación con un alambre más y de este modo quedaba atado el fardo. Seguidamente liberaban la puerta del extremo que había permanecido fija desde el principio, así al iniciar de nuevo el prensado de otro fardo iba sacando poco a poco el que ya estaba cosido.
Las enfardadoras grandes tuvieron poca difusión. Las tenían aquellos que contaban con fincas de gran extensión y suficientes recursos económicos. Por lo general se trataba de personas que vendían parte de su producción de hierba seca, por ejemplo los que suministraban fardos al matadero de Zorroza, que era un importante consumidor de hierba seca. Estos propietarios solían contratar a varios jornaleros durante el período de recogida de la hierba.
La mayoría de los agricultores contaba con pocas cabezas de ganado y guardaba la hierba a granel, sin enfardar.