Roturación de terrenos de pasto

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En ocasiones lo que se roturaba era un terreno que hasta ese momento se había destinado a la producción de hierba. A veces se trataba de tierras que en un período anterior estuvieron cultivadas y que después se sembraron a pradera.

En el Valle de Carranza (B) cuando se trabajaba un terreno por primera vez la labor inicial consistía en sorrerlo bien. Para ello se utilizaba el rozón o guadaña y mucho mejor una azada bien afilada ya que había que arrancar la capa vegetal hasta una cierta hondura para extraer cuantas más raíces. Después esta capa desprendida se esparcía bien y se dejaba que se secase por la acción del sol durante una semana o dos.

Si se pensaba sembrar a patatas se maquinaba al cabo de ese tiempo. Pero sobre la superficie estaba la capa sorrida ya seca, así que dos, tres o más personas se ocupaban de retirar de esta capa la anchura necesaria para que la pareja diese la “primera maquinada”, es decir, abriese el primer surco. Entonces introducían en el fondo del mismo la sorridura que habían retirado más otra franja para que trazase un nuevo surco. Se ayudaban en esta labor de la azada y mejor de la picona. La tierra que movía la reja al abrir el nuevo surco cubría la materia vegetal vertida en el fondo del anterior. Y así, poco a poco, iban maquinando todo el terreno y sepultando la capa que previamente habían sorrido en cada callejón que abría la máquina.

Los restos vegetales se introducían en cada surco para que pudriesen, esto es, para que se descompusiesen sirviendo de abono. Si se dejaban en la superficie, a pesar de estar secos, al llover algunas de estas plantas invasoras revivían y volvían a prender.

El maquinar un terreno que “estaba a campo” también presenta dificultades adicionales. Es frecuente que “los tarrones no plieguen bien”, es decir, la tierra que abre la reja no cae completamente en el surco anterior, lo que impide que la capa superficial que contiene aún restos vegetales quede en el fondo del callejón cubierta por la tierra movida (De este modo no hay riesgo de que vuelva a crecer la hierba). Al estar la capa superficial estrechamente unida debido al entrelazado que forman las raíces, ocurre que se forman liadas. En condiciones normales al trazar un surco el brabán, la tierra que levanta la reja se va rompiendo en terrones (“va rompiendo el tarrón”, se dice) a la vez que la voltea. Pero en esta ocasión no se fragmenta sino que queda unida formando una especie de hilera continua que recibe el nombre de liada. Ocurre que esta hilera no se voltea completamente quedando erguida o como mucho ladeada, por lo que deja ver la capa vegetal superficial.

Caserío a los pies del Untzillatx. Abadiño (B), 1974. Fuente: Archivo Histórico Eclesiástico de Bizkaia (Fondo Santuario de Urkiola: Foto Azpirichaga).

A menudo este terreno había podido estar en tiempos pasados cultivado pero llevaba años a pradera. Así ocurría con las campas ubicadas dentro de las llosas. Como de vez en cuando “gustaba cambiar algo la tierra”, se volvía a labrar.

Cuando se decidía trabajar una campa, por lo general era para cultivarla inicialmente a nabos o a patatas. En ambos casos, como ya hemos indicado antes, la labor previa consistía en sorrerla para eliminarle la hierba. Pero para poder efectuarla, sobre todo si se deseaba sembrar a nabos, debía acompañar el tiempo y caer un buen chaparrón, ya que como este cultivo se realizaba en agosto, si la tierra estaba reseca resultaba imposible realizar esta primera labor.

Si no era posible a causa de la sequía se debía aguardar a octubre o noviembre para realizarla, tiempo antes de iniciar las primeras siembras de patatas. Tras sorrerla se maquinaba y después se dejaba un tiempo para que “fuese pudriendo”. Llegadas las condiciones apropiadas, a últimos de diciembre, en enero o en febrero, se rastraba para desmenuzar la tierra, se abonaba y se efectuaba la siembra.

Cuando se rompía por primera vez una tierra era importante conseguir que la máquina penetrase a bastante hondura, obviamente sin excederse. La razón era que en esta primera labor quedaba determinada la parte que se podía trabajar en adelante, desde el punto más bajo que había alcanzado la hoja del arado hasta la superficie, y la que no se podría volver a remover, de ese punto hacia abajo, y que constituía lo que se llamaba la madre.

Obviamente la profundidad a la que podía penetrar la máquina también venía condicionada por el grosor de la capa de tierra, muy variable de unos pueblos a otros e incluso dentro de un mismo barrio de unas zonas a otras. Si la capa de tierra era delgada enseguida aparecía la arcilla, la cayuela e incluso la piedra.

La capa superior, a fuerza de abonarla y removerla va mejorando año tras año. Pero nunca más se debe profundizar con la máquina hasta “sacar la madre” a la superficie, lo que se reconoce fácilmente por tratarse de una tierra compacta, a menudo arcillosa, que a veces sale mezclada con cayuela y piedra, y que en ocasiones presenta un color azulado, ya que entonces la productividad de esa tierra queda mermada. Además de “sacar la madre” también se oye decir que “sale el lastrón”. La parte superior de la capa que se trabaja recibe el nombre de la “flor de la tierra”.

El peligro de “sacar la madre” era menor en tiempos pasados cuando se maquinaba con la pareja de bueyes, ya que no podían profundizar en exceso (30 o 35 cm), y creció con la introducción de los tractores y el progresivo aumento de su potencia.

Al principio la tierra recién roturada suele presentar una coloración que viene determinada por el sustrato rocoso y en ocasiones es muy arcilluda, arcillosa. Es necesario abonarla abundantemente para incrementar su fertilidad además de para mejorar su textura facilitando así los trabajos posteriores al arado mediante los que se disgregan los tarrones o terrones hasta dejar la tierra pulverulenta, o como se suele decir, como una talega de harina o como un cenicero. El primer año esos trabajos resultan dificultosos. De esa tierra inicial se dice que es insípida, desagradecida, brava, asperona. A fuerza de trabajarla y abonarla va adquiriendo una tonalidad cada vez más negra, se trabaja mejor, se va llenando de gusanas o lombrices y cada vez resulta más fértil.

En Amorebieta (B) cuando se roturaba un prado para huerta por primera vez, se araba, luego se sembraba trigo en los surcos abiertos y después se rompían los terrones. A esto le llamaban “lurre gozatute itxi”. El trigo crecía con normalidad.