Producción de cal. Kareharria
En Treviño y La Puebla de Arganzón (A) las caleras eran unos hoyos de unos dos metros de profundidad y un metro de ancho que se hacían en los ribazos entre dos fincas, en la superior se encontraba la boca por donde se cargaba la piedra y en la inferior el tiro por donde se alimentaba con leña. Se hacían lo más cerca posible de donde se dispusiese de leña y piedra.
Por dentro y por encima del tiro se colocaba una primera fila de piedras grandes en forma de bóveda y después se rellenaba el hoyo hasta la superficie con piedras calizas machacadas. Por el tiro se metía la leña, generalmente árgoma y ramas delgadas, que dan mucha llama. El tiempo de cocido duraba tres días y tres noches. Se sabía que estaba cocida cuando el humo salía blanco. De cada 3 kg de piedra se obtenía 1 kg de cal.
En Abadiño (B) para preparar un calero, karobeije, lo primero era conseguir combustible. En los bosques que rodeaban el caserío se recogían ramas y árgoma, que era muy abundante, y se apilaba todo cerca del calero; se necesitaba mucha cantidad, carros llenos.
Esta operación se realizaba durante el mes de agosto para que las condiciones meteorológicas fueran favorables; también porque el combustible debía estar seco. Más de una vez ocurrió que una lluvia repentina obligó a abandonar la labor porque no se podía quemar.
Para cuando apilaban suficiente combustible el calero también debía estar listo. Normalmente se había utilizado el año anterior. Entonces iban a por la piedra. Para ello debían hacer un trayecto de una hora con el carro y los bueyes. El camino hacia la peña, de roca caliza, tampoco resultaba cómodo. Esta labor dejaba bastante malparados tanto a los hombres como al ganado (“mankau-mankau eindde”). Cuando se almacenaba suficiente cantidad de piedra empezaba el trabajo propiamente dicho.
El calero se construía en ladera. Tenía tres o cuatro metros de altura y solía ser redondo con un diámetro de otros tres metros más o menos. En la parte baja tenía un orificio para introducir la leña y sacar las cenizas. Por la boca superior se cargaba la piedra, para ello primero se hacía una bóveda con las mismas rocas que debía sujetar el resto de la piedra. Se le daba fuego por el orificio inferior y se mantenía encendido durante ocho días aproximadamente. Eran dos las personas que se encargaban de mantenerlo ardiendo durante todo el tiempo, día y noche, sin dejar de introducir combustible. Los trabajadores solían ser jóvenes y les ayudaban los amigos o familiares.
El calero solía pertenecer a dos o tres vecinos y solían trabajar juntos. En el calero que había junto al caserío Betosolo, el combustible que se utilizaba era carbón y la cal producida se vendía. El calero pertenecía a seis casas. Este calero era de otro tipo, en él se iban alternando capas de roca caliza y carbón hasta llenarlo. La cal se sacaba por la parte inferior según se producía, así como la ceniza, y por arriba se seguía cargando.
En Amorebieta (B) los caleros eran cilíndricos, excavados aprovechando un desnivel. En la parte inferior se dejaba un espacio para ir metiendo el combustible, leña de distintas clases, seca y gruesa; se consideraba muy buena la de madroño. Desde la parte superior se iba almacenando la piedra mezclada con árgoma. Se prendía fuego por la parte inferior y con el calor la piedra se convertía en cal viva. Había que vigilar continuamente toda esta operación que duraba unas 24 horas. Por la parte superior se introducía una vara con la que se podía conocer cómo iba el proceso. Se sacaba una muestra, se le echaba agua y cuando se deshacía, significaba que ya estaba terminada la operación.
En Elorrio (B) ya para los años 1950 se hacía cal en pocas casas. En tiempos pasados gran parte de su producción se obtenía en caleros. Sus ruinas han perdurado hasta tiempos recientes en los alrededores del pueblo.
En Beasain (G) se juntaban dos o tres vecinos cercanos y preparaban una hornada para todos ellos, generalmente cada dos años. Para ello, en los días de menos trabajo, transportaban hasta la calera montones de piedra caliza, que los labradores de Beasain tenían que extraer y acarrear desde casi la cima del monte Murumendi, lugar distante a más de una hora desde el caserío más cercano y dos horas desde otros.
Una vez terminados los trabajos de la siembra del trigo en el mes de noviembre se iniciaba la preparación del material para la calera, y una vez acarreada toda la piedra necesaria, que suponía muchos carros, se empezaba a apilar la leña, consistente en algún árbol ya viejo que no serviría para material y que había que trocear, y en ramas de árgoma. La calera debería estar encendida día y noche durante al menos una semana, pues había que tener rusiente la piedra durante cuatro o cinco días para que se cociera bien.
Una vez comprobado que la piedra estaba bien cocida, se dejaba apagar el fuego y se cubría la calera mientras se enfriaba, para que si llovía no se mojara la cal. Luego se la repartían entre los partícipes, transportándola en carros a sus casas.
En Zerain (G) en el calero, karobie, se disponían las piedras calizas, kareharriak, hasta alcanzar la parte superior. Contaba con una entrada inferior con forma de arco, kiltza. Para este trabajo no servía cualquiera, había que saber realizarlo. Se hacía fuego con árgoma mezclada con zarzas manteniéndolo durante tres días sin apagarlo. Cuando se obtenía la cal se introducía en sacos y se acarreaba a casa.
En Telleriarte (G) el agujero del calero, karobi-zuloa, servía para quemar la piedra caliza, kareharria, que se utilizaba solo para abonar. Se le llamaba cal negra porque la piedra era oscura y no servía para blanquear. Se acarreaba una carretada de piedra de las faldas del Aizkorri. Era una actividad que requería tiempo y fuerza, sobre todo los preparativos anteriores a la quema. Una vez troceada la piedra y dispuesta en el calero, se prendía fuego por la parte inferior y había que mantenerlo encendido empleando árgomas y leña. Dos hombres se ocupaban de custodiar el fuego por turnos. Se necesitaban tres días con sus respectivas noches para convertir las piedras en cal. Una vez que se enfriaba, al de unos días, se vaciaba el calero por la boca inferior, por donde se le había dado fuego.
Los caleros, karobiak, están hoy en día en mal estado y para evitar el riesgo de que alguien caiga en su interior se rellenaron de piedra o troncos y se hallan tapados por zarzas.
En Elgoibar (G) hasta hace pocos años la cal se elaboraba artesanalmente en multitud de hornos distribuidos por la inmensa mayoría de los municipios; hoy en día se produce industrialmente en Arrasate y Legorreta.
Elaborar la cal era un trabajo muy cansado y de una dedicación absoluta, ya que mientras estaba encendido el horno había que estar continuamente alimentándolo con leña.
Los hornos de cal generalmente los construían redondos, de piedra negra de pizarra, harri beltza, o arenisca y con un frontal de piedra a modo de contrafuerte; en el interior, sobre el suelo y alrededor de todo él, un pequeño peldaño. Una portezuela en la parte inferior y debajo de la misma un canal para sacar la ceniza. Su parte posterior sobre un montículo que facilitaba la carga del material. Asimismo, los hornos de las dos tejeras existentes en otros tiempos en la villa fueron utilizados en la elaboración de la cal. Es difícil precisar cuántos caleros se construyeron a través de los tiempos en este municipio, pero la mayoría de los caseríos tenían el suyo.
A la hora de comenzar la elaboración de la cal acercaban la piedra caliza necesaria. Luego formaban una bóveda justo encima de la portezuela inferior, para ello apoyaban la piedra sobre el peldaño y a cada vuelta de piedras se cerraba un poco más, hasta conseguir la bóveda en el interior de la calera; empleaban piedras gruesas al objeto de soportar toda la carga. Después se colocaba el resto de la piedra hasta llenar completamente la calera con una especie de montículo sobresaliendo de la misma.
Una vez llena de piedra caliza, depositaban leña en la bóveda formada para posteriormente darle fuego. Durante unos tres días debían alimentarla continuamente con leña, sin dejar ni un solo instante que el fuego se extinguiese. Para abastecer el fuego se ayudaban de una especie de Y en hierro, que denominaban porkatxa; uno apuntaba el material en la bóveda y el otro con el instrumento, lo introducía. Cuando comenzaba el fuego, todas las piedras se ponían negras, más adelante se volvían verdes y al final, salía el fuego blanco, señal de que la piedra se hallaba cocida y lista para ser utilizada como cal, aunque dejaban que pasasen unos dos días hasta sacarlas de la calera, debido al calor contenido. Como mínimo se necesitaban dos personas para atender la elaboración de la cal.
Generalmente, siempre que limpiaban un pinar o talaban pinos, hacían cal, utilizando todas las ramas, otie (árgoma) y malezas al objeto de mantener encendida la calera durante los tres días. Se necesitaban treinta carros de material combustible para una hornada.
Como es natural, la bóveda donde se producía el fuego se llenaba de ceniza que cada cierto tiempo había que retirar por el conducto inferior descrito anteriormente utilizando una varilla larga con una especie de paleta en la punta.
Existía otro modelo de calero, el llamado tipo francés, que a diferencia del anterior era de producción continua, por ello se le instalaba una reja hecha a base de varillas de hierro para contener, en principio, las ramas, palos y demás material de combustión y encima se colocaba la piedra caliza, otra porción de material y otra de piedra y así sucesivamente. Según se iba quemando la madera se cocía la piedra que se iba recogiendo por la parte inferior.
En Zeanuri (B) existió un calero de tipo francés que se utilizó por última vez en 1950. Su producción dependía del tiempo que estuviese encendido; la última fue de 100 000 kilos de cal.
Tenía forma troncocónica con una altura de 4 o 4.5 metros y un diámetro en su parte superior de 1.40 m y en la inferior de 0.80 m. Tenía dos bocas, una en la parte superior por donde se cargaba y una pequeña en la inferior por donde se le daba fuego. Las labores que se realizaban en el calero se llevaban a cabo en auzolan, es decir, por barrios, y todos colaboraban. La cal se repartía.
Los caleros de estas características se cargaban por la parte superior. Se echaba una pequeña capa de madera o ramitas, abarrak, y árgoma, otea, para que prendiese bien. Se añadía la madera, llenando prácticamente el horno. En la parte superior se colocaba una capa de piedra caliza. Cuando ya estaba cargado se le daba fuego por la parte inferior.
Cuando la madera y la piedra se iban quemando se le añadía más madera y piedra, siempre en capas, así hasta que se considerase oportuno o se llegase al límite de producción de cal que se quería. El tiempo de producción de la primera hornada (cuando empezaba a escupir la cal) podía rondar las veinticuatro horas, pero cuando se calentaba, el tiempo se reducía.
La cal se iba sacando del calero a medida que se iba haciendo. Se extraía en caliente y había que extenderla sobre una superficie seca que no se pudiese quemar. Cuando estaba fría se introducía en sacos[1].
En Valderejo (A) no existieron caleros propiamente dichos. La cal que se empleaba procedía de las tejeras de Polledo en las que se aprovechaba la cocción de la teja para generar cal. Sobre la parrilla del horno se colocaban piedras calizas, sobre estas otras menudas para relleno, encima se colocaban ramas y helechos y sobre estos las tejas.
En Hondarribia (G) la cal se traía de las caleras de la propia Hondarribia, que eran municipales y se arrendaban para este fin, por lo que había una cuadrilla dedicada a hacer la cal, a la cual se la compraban los caseríos. Luego se empezó a traer en camiones de fuera, de Lizartza, Legorreta, etc.
- ↑ Cristina LLANOS. “El calero de san Justo (Zeanuri-Bizkaia)” in AEF, XLVIII (2009) pp. 213-215.