El inicio de los cambios
Los cambios operados en el trabajo de recolección de la hierba han afectado a todas las etapas del mismo, desde la siega hasta el almacenamiento. Algunos de estos primeros cambios ya se han anotado, como el que supuso en el Valle de Carranza (B) el desplazamiento de los dallos por dallas, guadañas más finas y ligeras que permitían realizar la tarea de segado con mayor comodidad. Otro cambio de menor importancia y que ha acontecido cuando el uso del dallo ya era testimonial ha sido la sustitución de las tradicionales piedras para afilarlo, de piedra natural, por materiales sintéticos más abrasivos y que ni siquiera requieren ser mantenidos en agua.
Un informante de Carranza (B) recuerda la introducción de las primeras segadoras que eran arrastradas por tracción animal, en este caso una pareja de bueyes, avanzados los años 1930. Consistían en un peine dentro del cual iba alojada una cuchilla que efectuaba un movimiento lateral para cortar la hierba que se lograba por medios puramente mecánicos, como consecuencia del desplazamiento que efectuaban los animales.
Para dar vuelta a la hierba se introdujo un apero que era arrastrado por una yegua. Contaba con dos varales para unirlo al animal, un sillín donde se sentaba quien guiaba a la yegua, dos ruedas de buen diámetro para facilitar el movimiento y entre medio de las mismas y por detrás, unos dispositivos formados por ganchos que rotaban por acción del movimiento de las ruedas y que recogían la hierba segada y la lanzaban al aire para darle vuelta.
Otro cambio en esta población vizcaína lo supuso la introducción de las enfardadoras de mano si bien no alcanzaron demasiada difusión. Se utilizaron dos modelos: uno de ellos era de disposición horizontal y el otro vertical. Las enfardadoras presentaban la ventaja de que permitían comprimir la hierba en el prado ahorrando mucho trabajo posterior. El transporte resultaba más sencillo que con la hierba a granel, ya que los fardos ocupaban menos volumen, eran más fáciles de plegar en el carro y después de almacenar.
En Urduliz (B) se empezó a enfardar hierba hacia los años cincuenta del pasado siglo. Al principio se enfardaba a mano; se introducía la hierba en una caja de madera donde se iba apretando con una madera larga y se ataba con cuerdas.
En Ataun (G) se empleó desde aproximadamente los años 1920 un peculiar modo de transportar el heno desde los prados de las pendientes laderas hasta sus caseríos llamado “belarra kablen ekarri”. Hay una gran inclinación en las laderas del monte a izquierda y derecha del valle en que se asientan los numerosos barrios de Ataun. Inicialmente la hierba seca se acarreaba hasta los caseríos a lomos de mulos que descendían por las serpenteantes veredas. El penoso trabajo de secar la hierba corría el riesgo de verse perdido cuando amenazaba lluvia, ya que el transporte del heno sobre el mulo resultaba lento a pesar de que se hicieran repetidos viajes diarios cargando fardos de considerables dimensiones.
Hacia el año 1924 al propietario de un caserío de la zona se le ocurrió colocar un cable de acero que partiendo de la empinada pradera que tenía frente a la casa entraba hasta el desván de esta, parece que ayudado por otro ataundarra que conocía la técnica del tendido de cables para el transporte de troncos en explotaciones forestales.
La caída era de unos cien metros en poco más de trescientos de distancia lo que da cuenta de la pendiente. El tambor para tensar el cable fue instalado en el desván, sujetando el conjunto a la viga principal del caserío. Tanto el soporte como el tambor, ejes, engranaje y pestillo de freno eran de madera y duraron cuarenta años, hasta ser consumidos por la polilla. A este conjunto se le llamaba danborra.
Pronto otros caseríos se sumaron a la iniciativa. Al principio la mayoría de los cables entraban directamente en los desvanes de los caseríos debido a la comodidad que suponía transportar el heno al lugar mismo en que se almacenaba hasta el invierno. Pero pronto acarreó amargas consecuencias ya que en época de tormentas el rayo recorría el cable y penetraba en el desván prendiendo fuego al heno. Así se quemaron varios caseríos. Para evitar este problema algunos alargaron el cable sacándolo por el otro lado del tejado y sepultando su extremo en la tierra; otros decidieron instalar los caballetes del tambor en el terreno contiguo a la casa, teniendo que subir después los fardos de heno al desván. En otros casos se optó por sujetar el cable en un machón de mampostería construido junto al caserío, lo que obligaba a poner el tambor de tensado al inicio del cable en lo alto de la pradera. En muchos casos solía ser un conjunto formado por este caballete y una plataforma llamada tranpalea desde la que se colgaban los fardos en el cable y se lanzaban hacia abajo.
En el punto de destino, unos dos metros antes de terminar el cable, este llevaba sujeto una especie de embudo de chapa para que la polea se saliese del cable y el fardo cayese sobre el desván o en tierra; a este dispositivo se le denominaba disparoa. Antiguamente se usaban cables de varilla trenzada pero las inclemencias meteorológicas los “quemaban”, erre, y se deshacían. Después se pasó a usar la varilla galvanizada por lo que su duración fue mucho mayor.
Cuando a principios de los años 1990 se hizo esta investigación todavía había cables instalados que tenían más de mil metros de longitud y que antes de llegar a su destino en el caserío tenían que modificar su inclinación dos o tres veces de acuerdo con la del terreno. Para salvar estos inconvenientes se colocaban otros tantos caballetes entre los que pasaba el fardo en su descenso.
A estos caballetes se les llamaba astoa o kableastoa y estaban formados por tres gruesas maderas, dos clavadas en la tierra a una distancia de unos tres metros y la tercera sujeta sobre las anteriores a modo de cabezal horizontal. En la parte central de este cabezal colgaba un gancho metálico con la punta rebajada de forma que encajase el cable y es lo que lo soportaba; se le llamaba aston pipak.
Otro asunto más complicado era cuando un promontorio entre el prado y el caserío obligaba a que el cable tuviera que hacer un giro. Esta situación fue solventada por medio de dobles caballetes colocados en ángulo que soportan una pletina curvada en el sentido vertical de su perfil con el ángulo exigido por el giro que debía hacer el cable; a este conjunto se le llamaba plantxuelea. En realidad eran dos los cables que se utilizaban en este recorrido: uno desde la plataforma de lanzamiento hasta el doble caballete y otro desde aquí hasta el caserío, haciendo coincidir la pletina curvada con el cruce de ambos.
En bastantes casos se daba la circunstancia de que el caserío se hallaba a un lado de la carretera y el hierbal en la ladera opuesta por lo que los fardos cruzaban sobre la circulación viaria. Hasta hace unos años existían unas defensas de protección para que el fardo que eventualmente pudiera salirse del cable no cayera a la carretera. Consistían en grandes redes metálicas colocadas horizontalmente a cierta altura, que se apoyaban en dos o tres postes colocados a cada lado de la ruta.
A lo largo de casi setenta años transcurridos desde su introducción hasta efectuar la investigación se instalaron más de cincuenta de similares características; pero el avance mecánico los estaba haciendo desaparecer ya por entonces, en concreto las enfardadoras, si bien ello fue debido a que primero se hicieron las pistas por las que podían subir los tractores que luego se compraron. Por entonces ya no le lanzaban fardos más que en contadas ocasiones, en praderas cuya excesiva pendiente suponía un riesgo para andar con maquinaria.
En Carranza (B) para subir la hierba al sobrao una innovación sencilla pero muy importante fue la polea, que en tiempos pasados recibió el nombre de chirricla. Este dispositivo se unía al extremo de un madero fijado al entramado de vigas que sostenían la visera o morisca del tejado. Este madero sobresalía de la vertical de los balcones para permitir el ascenso del sábano sin que tropezase con las barandas. Por un lado de la polea colgaba una soga en cuyo extremo contaba con un gancho, por el otro el resto de la soga de la que tiraban los participantes en el trabajo. Una vez cargado el sábano en el portal y atados los cuatro picos se le pasaba por el medio un ramal cuyos extremos se ataban tras rodearlo. Después se enganchaba en la parte superior del mismo el gancho de la soga que pasaba por la polea, lo que permitía que al tirar del otro extremo ascendiera hasta superar la baranda del balcón del sobrao. Si el sábano era de buenas dimensiones se necesitaban varias personas tirando de la soga, ya que al peso del mismo había que sumarle el rozamiento de la soga en la polea y de esta en su eje. De ahí la preocupación por engrasarla periódicamente con aceite. En el sobrao aguardaba una persona, que también había “tirado de la cuerda”, y que tras orientar el extremo más estrecho del sábano hacia sí tiraba del mismo con fuerza de tal modo que quedase apoyado en la baranda pero desvuelto hacia el interior del balcón. A continuación soltaba el gancho y el ramal que envolvía el sábano y los dejaba caer para que los de abajo pudiesen atar otro. Lo siguiente que hacía era arrastrar el sábano al interior del sobrao. Y aquí surgía el problema de que la puerta de entrada a este recinto solía ser estrecha (a diferencia de las puertas y de las escaleras de subida, más adecuadas al acarreo de los sábanos) por lo que si estaba demasiado cargado o atado endeblemente daba problemas para que atravesase el dintel.
La ventaja de la polea se puso de manifiesto cuando se generalizó el uso de fardos, ya que eran más livianos para subirlos y pasaban fácilmente por la puerta al ser de dimensiones más reducidas que los sábanos.
Muy pocos llegaron a utilizar a última hora polipastos, que suponían la enorme ventaja de reducir el esfuerzo necesario para subir un sábano. Esta labor podía llevarla a cabo prácticamente una persona sola, y más fácilmente si se trataba de un fardo al ser más liviano. Como contrapartida, la longitud de la soga, que en este caso debía ser un ramal fino para reducir el rozamiento, se multiplicaba, lo que suponía hacer un mayor movimiento de brazos.
En cuanto a las herramientas para trabajar en la hierba en Carranza (B) desaparecieron varias de las utilizadas para esparcir y dar vuelta hasta quedar reducido todo el utillaje al dallo (antes dalla), la rastrilla, la horquilla y la picona. Aparecieron a su vez horquillas con menos gangas o púas y por lo tanto más ligeras, lo que aliviaba el duro trabajo que se realizaba con ellas. En décadas más recientes han hecho su aparición peines de rastrillas de material plástico. Y por otro lado, se ha generalizado el comercio de mangos para todas estas herramientas, que antaño se fabricaban en casa al igual que el resto de componentes de madera de las mismas.