La hierba en la cultura tradicional
Antes de iniciar este capítulo conviene hacer alguna consideración previa acerca de las razones que han movido a los ganaderos a almacenar hierba seca a fin de suministrársela posteriormente a sus animales como fuente de forraje y, en épocas pasadas y sobre todo con determinados animales, como alimento principal durante el invierno.
En la sociedad agraria tradicional existía un mayor equilibrio entre las especies de ganado con que contaba cada casa y los efectivos de cada una, y la superficie de pastos disponible. Es decir, había una mejor adecuación de lo que en la actualidad se denomina carga ganadera. Y si bien la casi totalidad de los animales domésticos consumían hierba al tratarse de herbívoros, destacaremos el papel de vacas y ovejas por ser mayor su importancia numérica.
Las localidades ubicadas en la Cornisa Cantábrica cuentan con una estacionalidad que, si bien no es tan marcada como la de la vertiente mediterránea, sí que limita el ciclo vegetativo del pasto.
El mayor crecimiento se da a partir de la primavera y principios del verano, de tal modo que la producción de los prados sobrepasa la capacidad de consumo del ganado de casa, bien por pastoreo o tras ser segada la hierba y transportada al pesebre. Ese excedente se almacena para proporcionárselo a los animales en el período del año en que la hierba apenas crece o lo hace limitadamente, que es siempre al final del otoño y en el invierno, sobre todo si las condiciones atmosféricas son desfavorables, y en menor medida en el estío los años de intensa y prolongada sequía.
Hasta la incorporación de la nueva técnica de ensilado a finales de los años sesenta de la pasada centuria, la única forma de conservar ese excedente fue mediante su henificación aprovechando que el máximo crecimiento coincidía con el período de mayor insolación. En esos tiempos, además, se segaba la hierba una vez había madurado, por lo que las labores de secado se iniciaban a partir de junio y sobre todo en julio, mes muy cálido, con pocas precipitaciones que pusiesen en peligro ese proceso de secado y escasos rocíos nocturnos.
El trabajo de recoger hierba seca abarcaba un período bastante largo en tiempos pasados, coincidiendo con la época en que la ganadería de leche experimentó un incremento en el número de cabezas. Los días de trabajo resultaban agotadores, ya que a menudo se prolongaban durante muchas horas y porque una parte importante de las labores debían realizarse al sol.
Por ello, los días de lluvia, a pesar del perjuicio que esta podía acarrear al mojar la hierba que estaba secándose en los prados, constituían un alivio. También era muy importante contar con suficientes personas en casa y recibir ayuda sobre todo de los familiares que habían marchado a vivir a la ciudad y que aprovechaban las vacaciones estivales para “echar una mano” a sus parientes.