El empozado del lino, lihoa urtaratu

De Atlas Etnográfico de Vasconia
Saltar a: navegación, buscar

Una vez desgranadas se recogían todas las gavillas de lino, jemena txikie, en Ataun (G) y urmena en Urdiain (N); se cargaban en el carro, se llevaban al río. Allí se introducían en el agua en lo que se llamaba liñapotzu o liñosiña. Topónimos como Linaputzueta en Ataun (G), Linosiña en Gabiria (G) y Pozolino en el Valle de Carranza (B) aluden a esta operación.

No todas las aguas eran buenas para esta operación. Se necesitaban aguas frías y duras. La función de este remojo era el ablandar la corteza del tallo para que se pudriera y soltara un líquido sucio del color de la tinta[1]. Con esto el agua quedaba contaminada y perjudicaba a los peces; tampoco era apta para que la bebiera el ganado, además del hedor que emanaba. Así describía estos efectos Mogel en su obra Peru Abarka de finales del siglo XVIII[2].

“Ura iminten dabe / dan dana loiturik / baster guztietara / atsa zabaldurik”.

(El agua la dejan / del todo en suciedad / y su hedor se esparce / por toda la vecindad).

Una antigua creencia extendida en Vasconia decía que los gitanos bautizaban a sus hijos en esta agua de liñapotzu para que salieran ladrones como sus padres[3].

Nuestros mayores preferían para esta operación que las aguas fueran corrientes y movidas y no estancadas para que el agua misma fuera limpiando durante el proceso de remojo. El agua corriente tenía el peligro de que una crecida del río se llevaba consigo el lino puesto a remojo. En Bizkaia se cantaba antaño: “Urioleak eroan deustaz / neuri aurtengo liñuak” / La avenida de agua se ha llevado/ mis linos de este año.

En Ataun (G) echaban los haces de lino a los pozos llamados linosiñek (= pozos de lino) instalados en las orillas de las regatas, de las que recibían el agua mediante un pequeño canal. El haz, apisonado mediante piedras colocadas encima para que permaneciera en el fondo del agua, solía estar en el pozo, ordinariamente, de quince a veinte días. En ese período se desprendía del tinte azul y de la porquería que pudiera tener adherida. El lino, después de extraído del pozo, era extendido en el prado donde debía de permanecer de diez a veinte días para secarse y reblandecerse.

En Zerain (G) las plantas de lino se introducían en un pozo, linosine, para que perdieran su tinte y se ablandaran. Se necesitaban de 15 a 20 días para que se maceraran. Para mantenerlas bajo el agua se ponía encima peso, tablas. Una vez sacadas las plantas del pozo se extendían en un prado, mejor si fuera a pleno sol para que se secaran. Se llevaban a casa y se guardaban en el camarote. Hacia 1930 en vez de introducirlas en el pozo lo extendían en el prado.

En Urdiain (N) el empaquetado del lino para sumergirlo en el agua requería una técnica particular. Se pasaba una cuerda por las ligaduras de los haces hasta cubrir la cuerda necesaria para abrazar toda la cosecha. Anudados los extremos de esta guirnalda servía de anillo para rellenar con el resto de los manojos. El gran paquete era introducido en el río. Se cubría de mimbres y colocaban encima pesadas piedras para impedir que fuera arrastrado por la corriente. A pesar de estas precauciones no siempre se lograba el objetivo y desaparecía el lino. El empozado duraba seis u ocho días. Una vez extraído del agua era necesario secarlo. Lo hacían en algún prado. Soltaban para ello los haces y extendían cuidadosamente sobre el suelo. Más tarde se retiraba el lino al desván.

(a y b). Empozado del lino. Aramaio (A), 1987. Fuente: Gerardo López de Guereñu, Grupos Etniker Euskalerria.

En Améscoa (N) los manojos los remojaban sumergiéndolos en el río Urederra por espacio de quince días.

En Bernedo (A) los haces se introducían en el río durante ocho días, al cabo de los cuales se sacaban y se extendían para que se secaran.

En Apellániz (A) el lino, en haces, se trasladaba al lugar adecuado para remojarlo en agua, donde solía estar durante una semana. Los pozos donde se ponía a macerar estaban determinados por el Concejo[4]. Recogidos los haces, se ponían a secar bien extendidos.

En Treviño y La Puebla de Arganzón, el remojo lo hacían en pozos o charcas de aguas estancadas o que apenas tuviese corriente.

En el Valle de Carranza (B) se echaba durante ocho o diez días en un pozo del río, cubriéndolo con piedras, para que no lo arrastrase la corriente, hasta que entrase en fermentación. Se sacaba del río después de diez días y se tenía en algún campo, para que se secasen antes de recogerlo a casa.

En Amorebieta-Etxano (B) se dejaban a remojo en un pozo durante ocho días. Se colocaban en el fondo unas ramas, encima las gavillas de lino atadas unas a otras y sobre estas unas piedras para que se hundieran; encima otras ramas o troncos para que todo quedara bien sujeto. Se sacaban del agua y se extendían al sol hasta que se secaban.

En Zeanuri (B) no era costumbre el empozado. En su lugar las plantas de lino permanecían quince o más días extendidas en el campo para que recibieran la lluvia y el rocío.

En las localidades donde tenía lugar el empozado eran las mujeres las que vigilaban si el lino puesto a remojo se había ablandado suficientemente. Luego se llevaba en carro o en burro a la casa. Allí se soltaban las ataduras de los haces o gavillas, se extendían en un prado o en la era para que al calor del sol se le pudriera la corteza a las plantas remojadas.

En Uharte Arakil (N) después de extender finamente las plantas de lino en el prado, en sus cuatro esquinas había que colocar cuatro cruces confeccionadas con planta de lino y colocar sobre cada una de ellas una piedra. Durante esta fase el peligro estaba en un soplo imprevisto de viento que en el Goierri guipuzcoano se denomina sorgin-haizea / viento de brujas[5].


 
  1. El empozado tenía como efecto la disolución de la sustancia gomosa (pectosa) que liga las fibras a la corteza. Para conocer si el empozado había producido efecto se frotaban las plantas entre sí. Si la corteza se separaba con facilidad se sacaban del agua y se procedía a su secado. Cuando el tiempo no permitía el secado al aire libre se secaban las plantas en el horno de hacer pan. Vide: [Leopoldo ZUGAZA]. Euskal oialak. Tejidos vascos. Bilbao: 1986, s/p.
  2. Juan Antonio MOGUEL. Peru Abarka. Bilbao: 1978, p. 97.
  3. Testimonio de José M.ª SATRUSTEGUI. Euskaldunen seksu bideak. Oñati: 1975, p. 170.
  4. “...que nadie sea osado de echar los cáñemos a aguar en los Ríos o Arroyos de Santira para abajo, ni en el que baja por Sarba, pena de que será castigado en quinientos marevedís y tres días de cárcel... pero que se podrán aguar libremente así cañemos como linos en los Pozos o Balsas de Lacucho, Lugurri, en el río del Molino y en el de Murrullo....” Vide: Capítulo 100 de las Ordenanzas Municipales de Apellaniz. Año de 1781 in Gerardo LOPEZ DE GUEREÑU. “Apellániz. Pasado y presente de un pueblo alavés” in Ohitura. Núm. 0 (1981) p. 309. Monográfico.
  5. Julián ALUSTIZA. Lihoaren penak eta nekeak. Oñati: 1981, p. 44.