Cambios en la ganadería asociados a la mecanización
Los cambios detallados en este apartado, referidos todos al manejo de la hierba, no han sido los únicos. Las modificaciones acontecidas en la ganadería del Valle de Carranza, sobre todo entre los ganaderos medianos y grandes, han afectado a todas las etapas de la producción hasta el punto de que algunos autores para referirse a estas transformaciones recurren al concepto de Revolución Ganadera por comparación con la Revolución Verde que tuvo lugar en la agricultura y la Azul que afecta al mundo de la pesca.
Hemos ido recogiendo en los párrafos anteriores los cambios que han afectado a la maquinaria y que obviamente han sido mayores, ya que han trastocado otros aspectos de la actividad laboral y no solo lo que atañe a la recolección de la hierba. Las modificaciones también se han producido en el trabajo, que se ha uniformizado hasta hacerse indistinguible la forma de producir leche en el Valle de la de otras tierras europeas por lejanas que estén. La mejora genética ha conducido a la especialización en una sola raza de alta producción, la holstein. Se ha producido además una complejización administrativa y del mercado que ha llevado pareja una reducción en el margen de maniobra de los ganaderos. Y seguramente una profunda transformación en la mentalidad y en la forma de entender la ganadería, lo que se ha traducido en el paulatino abandono de un modo de vida y su sustitución por una actividad económica.
En lo que se refiere a la hierba y los prados, los cambios han ido más allá de la sucesión ininterrumpida de máquinas que cada pocos años dejaban obsoletas a las anteriores.
En un principio el crecimiento en el número de vacas de cada casa estuvo asociado a la disponibilidad de mayor superficie de terreno, así que a finales de los años setenta y principios de los ochenta algunos ganaderos de pueblos altos cerraron terrenos comunales en áreas de monte, en lo que tras el deslinde de los comunales llevado a cabo en los años cuarenta del pasado siglo XX se consideraban comunales altos. Estos cerramientos no contaron con el beneplácito de la Diputación. Se trataba de terrenos buenos desde el punto de vista de sus condiciones orográficas, ya que estaban situados en las suaves lomas de los montes que circundan el Valle, sobre todo en los que van desde el Mazo hasta cerca de la Calera del Prado.
A raíz de la entrada a mediados de los años ochenta en la Comunidad Económica Europea, comenzaron a llegar cuantiosas ayudas económicas en forma de subvenciones que favorecían el modelo que poco a poco se iba fraguando en el Valle y que ha devenido en una forma de producción intensiva e industrializada. A la vez los ganaderos más pequeños vieron comprometida su viabilidad a medida que las transformaciones neoliberales del mercado los convirtieron en escasamente competitivos. El resultado fue un progresivo abandono de muchos de ellos. La tierra de algunos de estos, más la de las casas que no habían tenido la oportunidad de que nadie de las mismas continuase trabajándolas, pasaron a manos de los ganaderos grandes, bien por compra o más comúnmente por arrendamiento. La consecuencia ha sido una progresiva concentración de la tierra.
Pero la que interesaba a estos ganaderos grandes era solo la que dadas sus condiciones orográficas permitía el uso de maquinaria. Al ir arrendando o comprando tierras contiguas han retirado las alambradas que las separaban e incluso los setos vivos si existían. En un interés por acondicionarlas y permitir el tránsito de los tractores muchos terrenos se han igualado mediante el uso de máquinas excavadoras. Y han desaparecido los árboles que crecían en los mismos y sobre todo los numerosos frutales, principalmente manzanos, ya que estorban el trabajo de los tractores y amenazan con romper los cristales de las cabinas.
La forma de cultivar y aprovechar la hierba de los prados, lo que se ha pasado a denominar en el argot técnico “gestión de praderas” ha experimentado un cambio notable respecto de la forma tradicional.
En los tiempos en que solo se recogía hierba seca el pasto nuevo se aprovechaba mediante pastoreo o como verde por las propias vacas de leche. Una vez se comenzó a ensilar, tras crecer el retoño se pacía o bien, si las condiciones del año eran buenas, se dejaba que la hierba siguiese medrando lo que permitía una corta algo más tardía que se secaba; en todo caso, después se pacía lo que volviese a crecer.
Con la difusión del ensilado, sobre todo en los últimos años, se produjo un abandono del pastoreo. Las vacas permanecían permanentemente estabuladas y si bien algunos siguieron proporcionándoles verde en el pesebre ayudándose para esta tarea de los autocargadores, poco a poco se renunció a esta forma de alimentación porque al ser efectuada en el período de más crecimiento de la hierba y por tanto de mayor humedad, escurría demasiada agua y los tractores introducían mucho barro en las instalaciones. A la vez se fue difundiendo la práctica de tratar de proporcionar a las vacas de “alta producción” una alimentación similar a lo largo del año para de ese modo mantener cuanto más estable la producción de leche, variando tan solo por efecto del transcurso del ciclo de lactación. En lo que atañe a la hierba esto se tradujo en dársela siempre ensilada. De este modo la hierba verde se siega, se embola y al cabo de unos pocos días, una vez efectuada la fermentación, ya se les puede suministrar.
A lo sumo las vacas secas y las novillas se echaban a pacer a los prados. Estas últimas se solían tener en fincas altas que contaban con caseta y agua. Pero los más avanzados en esta forma de producción optaron por llevarlas de terneras a centros especializados donde se las criaban y devolvían ya novillas y preñadas, todo a cambio de una cantidad económica. De este modo destinaban toda su finca a la producción de hierba para ensilar.