Selección de semillas
La semilla que se elegía para conservarla y utilizarla en la siguiente siembra era siempre la mejor.
En Zeanuri (B) por lo general, para las siembras del año siguiente, se elegían los granos de mejor calidad y mayor tamaño de maíz, alubia o habas.
En Zamudio (B) se reservaban para semilla los primeros tomates o los más grandes. Se cosechaban maduros y su semilla se ponía a secar sobre un trozo de madera o papel de periódico. Una vez seca se guardaba en un tarro de cristal hasta el año siguiente en que se sembraba en la sementera para obtener planta.
En el Valle de Roncal (Ustárroz, Isaba y Urzainqui) (N) las semillas se tomaban anualmente de las recolectadas y en cuanto al cereal se guardaba el mejor grano para utilizarlo al año.
Pero además del tamaño y el aspecto se tenían en consideración otros factores. Se detallan a continuación los criterios que se utilizaban en Carranza (B) para elegir algunas simientes.
En cuanto a la borona o maíz, mientras se realizaba la tarea de deshojar la borona, es decir, de eliminar la perfolla que cubre el grano de la mazorca, se tenía un carpancho o cesto en el que se echaban las panojas que cumpliesen una serie de requisitos para ser utilizadas como simiente de la siguiente cosecha. La elección también se podía realizar con posterioridad, como cuando se iban almacenando en un montón.
Por ejemplo se rechazaban las que tuviesen carollos o zuros gruesos y se preferían las que los presentasen finos. En un principio cabría esperar que una mazorca con zuro de mayor diámetro debería tener un número superior de carreras. Se llama carrera, término común en castellano, a cada hilera de granos. Pero no era necesariamente así porque en las delgadas las carreras se disponen apretadas mientras que en las gruesas se aprecia una cierta holgura entre hileras. Además las panojas gruesas suelen ser más cortas que las finas.
Por lo tanto se descartaban las panojas gruesas para semilla y se guardaban las finas por contener mayor cantidad de grano, además rendían más ocupando menos volumen y cuando se le echaban al ganado las comían mejor, ya que cuanto mayor es el carollo menos apetecible les resulta.
Otro matiz adicional era que el grano de la mazorca gruesa no cuaja como el de la delgada, que lo produce más relleno. Los granos de las gruesas suelen ser más cortos, más chaparros, y presentan la corona algo hundida.
Recibe el nombre de corona la parte superior redondeada de cada grano y punta el extremo opuesto puntiagudo que se inserta en el zuro. A su vez los dos extremos de la panoja se llaman punta y culo, siendo este último el de unión al tallo.
Cuajares que los granos aparezcan bien rellenos y no como desinflados. También se aplica este verbo a la mazorca que tenga granos hasta la punta; si el final de la misma muestra el carollo carente de granos o con ellos diminutos, se dice que no ha cuajado o que no está coronada.
Además de que la panoja fuese de carollo fino y de buena longitud, se elegía la que presentase carreras perfectamente rectas, desechando las que las mostraban torcidas o reviradas.
Que la panoja no tuviese granos hasta la punta no era un criterio que se considerase vinculado con la calidad de la misma. Si cuando las plantas de maíz comienzan a echar la panoja o panojar viene una seca prolongada “no tienen fuerza para que granen las puntas”.
Además cuando se desgranaban las mazorcas elegidas, para destinar los granos para simiente, aunque estas estuviesen bien granadas, es decir, con las puntas cubiertas, siempre se les eliminaba la punta y el culo, es decir, los granos de ambos extremos se desechaban no aprovechándolos como semilla. La razón es que se asegura que los granos de la punta producen en la siguiente cosecha panojas de granos ruines, pequeños, y que los del culo, que no son perfectos en su forma, las producen con granos retorcidos.
A la hora de elegir mazorcas para la siembra se preferían las que tuviesen granos más rojos frente a las más claras o amarillentas. No saben precisar con exactitud el porqué pero consideran que de los granos rojos salía mejor harina, ya que los más claros no solían rellenar el grano. Cuando se molía maíz se procuraba llevar grano bien formado, rendía más y con la harina obtenida se hacían mejores tortas.
En cuanto a los nabos, en el mes de diciembre o enero, coincidiendo con la luna menguante, se buscaba entre las piezas sembradas a nabos aquellos que tuviesen el mejor aspecto para trasplantarlos y usarlos en la producción de la semilla para la siguiente cosecha.
Los criterios para su selección eran los siguientes: Se buscaban en primer lugar los que tuviesen la cabeza alargada en vez de redondeada para así asegurarse de que en la siguiente cosecha dominasen los alargados. La razón era evitar que las vacas al comerlos se atragantasen.
Los primeros nabos que se les suministraban al principio del otoño, aunque fuesen redondos, no ocasionaban problemas porque aún eran tiernos y los podían masticar. Pero en febrero o marzo, e incluso algo más tarde, los redondos que tuviesen el tamaño de un puño o algo menos suponían un peligro porque al estar ya muy duros no podían masticarlos y ocasionalmente se les escapaban hacia la garganta provocándoles el atragantamiento. Los nabos redondos que engordaban bastante tampoco constituían un problema porque para comerlos tenían que partirlos en trozos.
Se elegían además los nabos que mostraban un característico color azulado frente a los blancos, ya que estos últimos tienden a producir cabezas redondeadas y aplanadas y rara vez alargadas, por lo que no interesaban tanto. Por lo general con una docena de nabos se consideraba suficiente.
Los nabos trasplantados no solo conservaban los rasgos deseados sino que además las plantas que crecían de ellos solo echaban una raíz; sin embargo, si se dejaban uno o dos años sin trasplantar tendían a degenerar produciendo cabezas que echaban varias raíces. Eso suponía que costase más arrancarlos y también que fuese más difícil quitarles la tierra al limpiarlos con el cuchillo.
Los que no trasplantaban los nabos dejaban para semilla los que crecían en las orillas o márgenes, para que no estorbasen al tener que realizar nuevos cultivos en esa tierra.
Las personas que obtenían semilla de remolacha para la siguiente cosecha guardaban plantas que consideraban bonitas, preferentemente de las amarillas, ya que tenían cabezas más grandes y al presentar enterrado solo el morro de las mismas salían con poca tierra al ser arrancadas. También se preferían las que tenían el bulbo alargado frente a las redondeadas. Se conservaban las plantas que estuviesen en una huerta cercana a la casa en vez de las que crecían en las piezas y entre aquellas las nacidas en las orillas o márgenes en vez de las situadas en el centro para que así no estorbasen a los siguientes cultivos. A diferencia de los nabos, las remolachas destinadas a producir semilla no se trasplantaban.
Para que los pájaros no comiesen la semilla cuando estaba madurando, clavaban tres palos rodeando la planta y por encima colocaban invertido un saco de los de yute de trama rala de tal modo que no tocase la planta.
En cuanto a los ajos, cuando los extendidos en el balcón se han secado adecuadamente se procede a ensartarlos, labor consistente en trenzar una rastra aprovechando los restos de tallo seco que le quedan a cada cabeza. Durante ese proceso se eligen las cabezas de mejor aspecto y con los dientes más gordos. Con estos ajos seleccionados se trenza una rastra que se conserva para utilizarla como simiente en la siguiente siembra. Si no se procede de este modo, llegado el momento de efectuar la siembra se eligen las mejores cabezas entre todas las rastras colgadas que aún se conserven.
En Ajangiz y Ajuria (B) se seleccionaban las mejores mazorcas, artaburuak, se les quitaba la cabeza y la base, y se reservaban los granos de la parte central.
En Bedarona (B) siempre se dejaban varios nabos para simiente. Para ello las cabezas más hermosas se trasplantaban. Se sacaban de la heredad, soloa, y se plantaban en una esquina de la huerta; cuando florecían y maduraban se cortaban desde el tallo y se colgaban en una viga de la tejabana boca abajo. Al secarse se desgranaban a mano, se aventaba la semilla, nabazia, en la criba y se guardaba en botes de cristal para realizar la siguiente siembra.
En Zerain (G) para preparar la simiente de los nabos se arrancaban unos sesenta nabos, los mejores, y se replantaban en la huerta de casa, donde florecían. Al secarse por san Juan se arrancaban de nuevo y se colgaban en el camarote hasta que llegase el momento de la siembra. En un barreño de metal, un buen día de sol, se depositaban mientras se hacía el trabajo consistente en coger pequeños manojos y con ambas manos frotarlos hasta que saltase la simiente y cayese al fondo. Después para separar la paja se pasaba todo por un cedazo de alambre y se aventaba.