XIV. MANO DE OBRA Y FUERZA EMPLEADAS EN LA AGRICULTURA

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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El empleo de la fuerza humana en la agricultura sigue siendo importante, pero, sobre todo en tiempos pasados, tanto la fuerza humana como la animal hasta la introducción de la maquinaria moderna han tenido una influencia decisiva en la forma de trabajar y en los cultivos. Tal y como se señala en la investigación de campo de San Martín de Unx (N) la primera energía que se proyecta en la agricultura es la del propio hombre, que dirige y pone en movimiento otras energías instrumentales, como la animal o la mecánica, desde la herramienta manual a la motorizada.

Ambas fuerzas están imbricadas porque si bien algunos trabajos los realizan el hombre y la mujer directamente con los aperos de labranza, para los más duros necesitaban el apoyo decisivo de la fuerza animal y ahora el de la maquinaria correspondiente. Hoy día se puede aceptar con carácter general el dato recogido en la localidad alavesa de Moreda donde señalan que todavía pervive la fuerza humana, que prácticamente ha desaparecido la animal y que la más habitual es la mecánica o tractora.

En Abezia (A) hay una conciencia generalizada de que en las casas dedicadas a la agricultura se trabajaba muy fuerte, siendo necesaria la fuerza en todas las tareas: arar, segar, cosechar, cortar leña, etc. Se aprovechaba –señala algún informante– hasta la fuerza de la propia naturaleza, como en el caso de los molinos de agua para moler el trigo.

En Aoiz (N) han consignado que en la agricultura se empleó tanto la energía humana (layar, impulsar el brabán, empleo de la azada) en superficies pequeñas, como la fuerza animal en las parcelas de mayor tamaño. La maquinaria agrícola pasó desde mediados del siglo XX a ofrecer tecnología para realizar el laboreo agrícola.

En Beasain (G) en relación con la energía humana, anotan que las personas para trabajar en las heredades y huertas han utilizado sus brazos y manos con la laya, laia; la azada, aitzurra; el bieldo, sardea; la guadaña, sega; el rastrillo, eskuarea; la hoz, igitaia; el hacha, aizkora; la podadera, inauskaia, etc., y sus hombros para transportar los diferentes cestos cargados de tierra o frutos, o pesados haces de leña para el fuego o varas para ponerlas de guía en las plantaciones de alubias o vainas.

Labrando la tierra con layas. Zeanuri (B), 1920. Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa: Fondo Felipe Manterola.

En las investigaciones de campo se señala con carácter general que en torno al último tercio del siglo XX se fue desvaneciendo el recurso a la fuerza animal y se fue imponiendo la maquinaria agrícola. Así se ha constatado en Obanos (N) donde indican que en esa época la ganadería mular fue sustituida por la maquinaria. En Valtierra (N) precisan que este hecho se produjo en los años sesenta, en Amorebieta-Etxano (B) que ocurrió hacia 1960-1970 y dicen que las nuevas máquinas ofrecen la ventaja de que se pueden utilizar en cualquier clase de terrenos, incluso en los que presentan grandes desniveles. También en Moreda y en Valderejo (A) indican que la energía animal se ha venido utilizando hasta los años 1970. En el Valle de Carranza y en Urduliz (B) señalan que la mecanización del campo se produjo a lo largo del decenio de 1970. En Pipaón (A) hasta finales del siglo XX se aplicó casi exclusivamente la fuerza humana ayudada por la animal, que fue sustituida por la mecánica.

En Izurdiaga (N) hasta los años sesenta se emplearon bueyes y vacas en las labores agrícolas; mulos solo tenía la gente pudiente. A los aperos agrícolas se les enganchaba una pareja de bueyes o de vacas, o la combinación de la pareja de bueyes o vacas con el mulo por delante.

En Valtierra (N) a modo de ejemplo de cómo ha cambiado la utilización de la fuerza humana, se describe la siembra del maíz antiguamente y hoy día. En tiempos pasados había que labrar la tierra, abonarla, desmenuzar los terrones conmorón las rastras de clavos gruesos y pasar el (rodillo grande de piedra) para asentar el terreno. Una vez preparado este, se tendía un cordel bien tirante como guía, se hacían hoyos a distancia de paso corto, se ponía el grano en ellos y se tapaban con un poco de abono. Así surco a surco. Al final se regaba con cuidado de no descubrir el grano. En el período de crecimiento, había que regar y después escardar con azadillas pequeñas, quitando los cardos y otras malas hierbas. Las operaciones de recogida, separación de las hojas y desgrane se hacían a mano.

En esta misma localidad navarra, según los informantes, hoy día, en un par de fechas, mediante el tractor y los diferentes medios mecánicos, se labra, se abona, se desmenuzan los terrones y se asienta la tierra. La siembra se hace a máquina, preparada para hacer los hoyos a la distancia uniforme de 70 cm, depositando el grano en cada uno, cubriéndolo y haciendo seis surcos cada vez. No hace falta escardar porque se ha preparado la tierra con sulfatos que impiden el brote de las malas hierbas. La recogida y la separación del pie y las hojas se hace con medios mecánicos. La máquina desgranadora separa el grano del pinocho y lo recoge en sacos.

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Como modelo paradigmático de la implicación de la fuerza humana en la labranza, mostramos en primer lugar la extensa descripción recogida en el Valle de Carranza (B):

En la cultura tradicional no se concebía otra forma de producir alimentos o criar animales que mediante el esfuerzo físico. Solo en décadas recientes con la generalización del uso de maquinaria pesada se ha roto en buena medida este vínculo. En la casa de labranza todos los miembros de la familia se ocupaban de las labores del campo solos o con la ayuda de los animales, si bien existían diferencias en función de la edad, el sexo y el estado de salud de cada uno.

Para que la diferenciación sexual del trabajo se manifestase con nitidez en una casa, debía haber una familia extensa con un número adecuado de miembros. Entonces se apreciaba una diferencia más o menos clara entre las dedicaciones del hombre y de la mujer.

En líneas generales las mujeres se ocupaban de las labores cotidianas de la casa, de la asistencia a los niños, ancianos y enfermos, y del cuidado de los pequeños animales como gallinas y conejos, así como de dar de mamar a los becerros y becerras cuando se extendió la costumbre de criarlos con leche artificial, y de dar de comer a perros y gatos. Asimismo se hacía cargo casi exclusivamente de los cultivos de la huerta pero no de la preparación de la tierra (abonado y maquinado) que era más bien una labor masculina.

Un factor a tener en cuenta es la enfermedad. Si es ocasional e intensa, libera del trabajo al que la padece si en la casa hay quien le sustituya o si cuenta con vecinos que le ayuden. Cuestión diferente son las enfermedades crónicas que no sean excesivamente restrictivas. Entonces la persona sigue trabajando pero desempeña tareas acordes con esa limitación física.

El mantenimiento de familias extensas en cada casa parece haber sido un buen método para obtener el máximo aprovechamiento de los recursos obtenidos a partir del medio natural así como los logrados de la propia actividad agropecuaria, basada como estaba en el autoabastecimiento.

En la sociedad tradicional había una escasa circulación de dinero y a menudo una buena parte del mismo iba encaminada a pagar impuestos y a la adquisición de alguna maquinaria o equipo. Cuanto más atrás nos desplacemos en el tiempo, menor es el movimiento monetario, efectuándose los pagos en especie, generalmente en mano de obra.

El mejor aprovechamiento de los recursos se efectuaba sin recurrir a fuerzas externas y se conseguía diversificando los cultivos y aprovechando las distintas potencialidades de todas las especies de ganado conocidas, que permitían transformar fuentes de energía no asequibles a los humanos en alimento, fuerza de trabajo o estiércol, un elemento esencial para mantener girando la rueda de la actividad del labrador.

Pero esta estrategia generaba mucho trabajo, lo que exigía la implicación de todos los miembros de la casa y que además su número fuese más bien numeroso. En una familia típica y extensa que por ejemplo se localizase en un pueblo alto, próximo a los montes comunales, se podía apreciar una cierta especialización en el trabajo y no solo la condicionada por el sexo que se ha señalado, sino que cada hombre atendía preferentemente a una o varias especies del ganado que mantenían. Estos trabajos obedecían a los gustos y habilidades de cada uno y eran intercambiables, lo que permitía suplir el trabajo del familiar en caso de que este no pudiese llevarlo a cabo. Sin embargo en labores que requiriesen abundante mano de obra, como las siembras o las cosechas, todos los miembros del grupo familiar se volcaban en los mismos.

Arando. Valderejo (A), 1929. Fuente: Xabier Ortiz Vadillo (familia Perea Ortiz), Grupos Etniker Euskalerria.

El mejor aprovechamiento de los recursos exigía un trabajo coordinado y organizado, a menudo bajo la dirección del cabeza de familia. Dada la precariedad de estas economías, nadie podía reclamar un salario a cambio de su trabajo, bien al contrario, el hijo o hija que trabajase fuera de casa, entregaba el dinero obtenido a cambio del mismo por lo general a la madre mientras permaneciese soltero y a la mujer una vez casado, ya que eran ellas las que gestionaban la economía familiar. Esta fragilidad era la razón por la que no se recurría al trabajo asalariado, que podía ser suplido por la colaboración vecinal. Igualmente los hermanos y tíos emancipados que trabajasen como asalariados en áreas urbanas colaboraban en los trabajos de la casa sobre todo en los períodos en los que se requería más mano de obra, como en la recolección de la hierba. A cambio obtenían alimentos producidos en la casa. Esta siempre representaba para todos una garantía de supervivencia en casos de crisis siguiendo el principio de que la tierra siempre permitía la obtención de la comida necesaria.

La tierra que poseía cada casa era más bien escasa por lo que la capacidad para mantener una población numerosa ha sido limitada, razón por la cual, y teniendo en cuenta que el Valle de Carranza ha sido eminentemente agrario, se ha producido tradicionalmente una fuerte emigración bien a áreas urbanas cercanas como la Margen Izquierda del río Nervión a cubrir puestos de trabajo vinculados a la siderurgia, o más lejanas como Madrid y diferentes países de Centro y Suramérica, especialmente México.

Se entiende que la fuerza humana está estrechamente vinculada a la alimentación, de tal modo que determinados trabajos, muy exigentes, requieren el consumo de alimentos que se consideran energéticos. Hay varios dichos que constatan este vínculo: “Tripas llevan a piernas; Con chorizos y huevos se siega.”

Se aprecia también una relación con la esmerada alimentación que se proporcionaba a los bueyes. Se les daban comidas consideradas energéticas como habas o panojas, mazorcas, y el forraje debía ser sobre todo hierba seca, no verde. Por eso se considera que la alimentación humana, en unos tiempos en que casi era vegetariana, debía tener un componente más energético como la carne y la grasa, sobre todo cuando se debían realizar trabajos penosos. Ya lo asegura el dicho, que aunque aplicado a los humanos recurre a la figura del buey: “Al buey viejo poca verdura.”

En tiempos pasados se reservaba parte de la matanza (carne del cerdo) para el período estival de la recolección de la hierba seca. Además se adquiría un pellejo de vino para acompañar estos trabajos. Durante todo el año se requería una fuente de grasa, más cuando se precisaba hacer un importante esfuerzo físico. La grasa convertía en más agradable la ingesta de la comida (el aceite de oliva era escaso y muy caro), pero además constituía una importante fuente energética. Una buena parte del año se obtenía a partir de la manteca y el tocino del cerdo, ya que eran varios los chones que se sacrificaban en cada casa. Pero esta carne y sus derivados no llegaban más allá del verano, así que en la octubrada, en el otoño, antes de que a partir de noviembre se comenzase a matar una nueva tanda de cerdos, se producía una falta de estos alimentos que se suplían con el sacrificio de alguna oveja. Algunos informantes recuerdan haber hecho mantequilla cuando excepcionalmente no había otra fuente de grasa para cocinar.

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En la encuesta de la localidad alavesa de Bernedo se describen las labores más frecuentes del mundo rural y los útiles de los que se servían para ello: escardar se hacia a mano con la azada. También con la azada rozaban la hierba y sacaban las patatas. La hoz y la guadaña servían para segar la mies; con la guadaña se segaba más cantidad, con la hoz quedaba mejor segado. Con ambas herramientas se cortaban la alfalfa y demás forrajes verdes. Con el rastrillo se recogía lo segado por la guadaña o se pasaba por la pieza después de segada, recogiendo lo que se desperdigaba. El rastro, de distinta configuración que el rastrillo, servía en la era para recoger y amontonar la parva. Las horcas y bieldos de madera completaban esa labor en la era. Las horcas servían además para cargar en el carro los haces o gavillotes. Además había bieldos de hierro para recoger la basura o las patatas en los almacenes. Acabada la recolección de cereales, se recogían en el monte las hojas caídas de los árboles y se bajaban a casa en carros para camas de los ganados. Otro tanto se hacía con los helechos para las camas de los cerdos. Otra tarea doméstica consistía en picar la foguera y bajarla a casa para cocer la comida y calentar la casa. También había que sacar tiempo para cocer carboneras en el monte. El carbón se cargaba en la caballería para llevarlo a los pueblos de Rioja intercambiándolo por pan, vino y aceite. La patata daba otros trabajos durante el invierno seleccionándola en las bordas para quitar las estropeadas o dárselas al ganado como pienso.

En Berganzo (A) en las labores de labranza se utilizaban el aladro, el brabán y la rastra. Para la siembra se servían del cultivador y el marcador. En la recolección de los cereales se valían de la gavilladora, la guadañadora y la atadora. El carro con la caja forrada con tableros, estacas o barreras se utilizaba para transportar la cosecha a casa, al almacén o a la era para la trilla.

Trabajando con la grada de discos. Argandoña (A), 2003. Fuente: Juan José Galdos, Grupos Etniker Euskalerria.

En Moreda (A) el agricultor aplica la fuerza de brazos y manos directamente sobre los siguientes aperos y herramientas: azada y zadones para cavar y edrar, tijeras para podar la vid, serruchos para podar olivos, tijeras y corquetes para cortar la uva, cestos para llevar la uva y olivas, las propias manos para sacar piedras o mover y transportar los sacos de abono.

La fuerza bruta, como se conoce al esfuerzo y trabajo con las manos, cada vez se realiza menos. De esta manera, son recuerdo del pasado el uso de las layas para voltear la tierra, el cavar viñas y olivares, el manejo del arado romano, aladro-golpino, brabán, vertedera, grada y rastro en los labrantíos, el uso del forcate en viñas y olivares, la siega de las mieses con las hoces, el traslado de los haces en carros y galera, el empleo en las eras de trillar del bieldo, horca, horquillo, llegadera, pala de aventar, trillo, la subida al hombro de los sacos de trigo y cebada hasta los altos de las casas, y otras labores similares.

Directamente, agarrados con las manos y movidos por la fuerza de los brazos, se utilizan actualmente las siguientes herramientas: azada-morisca, zadones y zadillas para remover la tierra, hoces para quitar hierbas y matorrales de las orillas de las fincas y de los regajos, hacha para hacer leña, serrucho para podar olivos, tijera de podar para cortar sarmientos, herrón para hacer agujeros y plantar vides, tijeras y corquetes para cortar la uva. Colgados de la espalda, como si se tratase de una mochila, se lleva la azufradora y sulfatadora para proceder al tratamiento de cepas y olivos. Colgado del cuello va el cesto con el que se recogen las olivas. Y en las manos se llevan los cuévanos de plástico en donde se echa la uva recién cortada para trasladarla hasta el sacauvas o al remolque.

En Valderejo (A) aplicaban la fuerza humana directamente en el trabajo utilizando las manos, con la azada, el bieldo, el rastrillo, cestos, guadañas, hoz, layas, etc. En Pipaón (A) el dato recogido es similar.

En Abadiño (B) señalan que la mayor parte de las herramientas se utilizaban de forma manual: igitaia, la hoz; eskuarea, el rastrillo; sardea, el bieldo; atxurra, la azada; korainea, la guadaña; laia, la laya..., pero había máquinas y fuerza animal que ayudaban en este esfuerzo.

En Améscoa (N) se ha consignado que a principios del siglo XX la mayor parte de la energía empleada en la agricultura era humana, pues incluso en las labores que se servían de animales, era necesario un esfuerzo humano complementario. El esfuerzo que el hombre desarrollaba en el manejo de los aperos era considerable y el que exigían la azada y la hoz era penoso y durísimo.

En las investigaciones de campo también aparecen mencionadas la energía hidráulica utilizada para mover molinos (Treviño, La Puebla de Arganzón y Berganzo-A; Hondarribia-G), las bombas para extraer el agua de los pozos y la energía eléctrica para las ordeñadoras mecánicas, estas últimas introducidas en los años setenta del siglo XX.

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En primer lugar describiremos la fuerza humana empleada en las labores agrícolas, con un apartado específico para los obreros contratados temporalmente, y a continuación las prendas que se utilizan para trabajar en dichas faenas. La segunda parte está específicamente dedicada a la fuerza animal.