Cerramientos de muros de piedra. Itxiturak

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En algunas localidades alavesas (Abezia, Agurain, Argandoña), las piezas cercanas a la casa, conocidas como rain o rein, solían estar rodeadas de paredes de piedra, generalmente a hueso, sin argamasa, y de poca altura. En Abezia los informantes indican que en los pueblos muy ganaderos, en los que el monte está próximo, es habitual que existan muros de piedra en el núcleo urbano para evitar que el ganado entre en las fincas cuando va a sestar o apacentar.

En Bernedo (A) las huertas están junto a los arroyos y ríos cerca de las casas o del pueblo. Estaban rodeadas de paredes de piedra para evitar la entrada del ganado, puesto que todo el tiempo tienen en cultivo plantas. También los linares estaban junto a las regatas de agua, aunque hoy pocos recuerdan su cultivo. Las fincas de cada vecino están extendidas y mezcladas en toda la jurisdicción. Se sembraba una finca de alfalfa cercana al pueblo para segar verde y darle al ganado.

En Apodaka (A) indican que antaño las parcelas estaban cercadas de pared, pero con motivo de la concentración parcelaria las derribaron, así como los ribazos y hoy solo algunas piezas que no entraron en la parcelaria las conservan. Lo mismo se ha consignado en Treviño y La Puebla de Arganzón (A) y esta consideración puede extenderse a otras localidades donde se realizó la concentración parcelaria.

En Valderejo (A) los límites de las huertas y de los espacios dedicados a la agricultura ubicados en el monte estaban constituidos por muros de piedra o empalizadas. Hoy día estos muros se encuentran, en su mayoría, derruidos ya que casi todos los espacios dedicados a la horticultura han sido abandonados y los espacios incluidos en los bosques han sido invadidos por el arbolado. Las fincas están ubicadas fuera de los núcleos poblacionales. Se puede acceder a ellas por la carretera, caminos carretiles y de parcelaria. A los pastos y a los bosques se accede por caminos y senderos. Algunas fincas están situadas en las márgenes del río Purón, que atraviesa el centro del Valle, el arroyo Bergazales en la parte alta del Valle y el Ampo en el pueblo de Ribera, todas las demás fincas se encuentran lejos de los cursos de agua. Hasta los años 1970 hubo pequeños manantiales entre algunas fincas.

Cerramiento de muro de piedra. Carranza (B). Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.

En Apellániz (A) las huertas situadas en terreno contiguo al edificio habitado se conocían precisamente con el nombre de cerrados. Estaban rodeadas por completo con paredes formadas de piedras superpuestas, a canto vivo, siendo su grosor de entre 50 o 60 cm, y su altura, normalmente de un metro a metro y medio, si bien debido a la inclinación del terreno algunas alcanzaban los cuatro metros.

En Muez (Valle de Guesálaz) y Ugar (Valle de Yerri) (N), en ocasiones, los campos más cercanos a los pueblos y las huertas están demarcados por muretes de piedra, como el talud que en Irujo (Guesálaz) llaman Larrainpeka y que separa las parcelas pegantes a las eras del alto del pueblo. Para los muretes se utilizaban a veces las piedras extraídas de los campos y que se amontonaban en los márgenes de estos formando morcueros.

En el Valle de Roncal (N) (Ustárroz, Isaba y Urzainqui) las huertas estaban limitadas con muros de piedra al igual que muchos allurkoak, que eran pequeñas tierras sembrables cercanas al río y comúnmente también al pueblo, como los de Ustárroz y los que colindan con el camino a la ermita de Idoia en Isaba. Pero siempre se mantenía la libertad de paso y se observaba en la medida de lo posible el camino comunal como límite entre los campos. En cuanto a la libertad de paso, hay que tener en cuenta la importancia y superioridad del pastoreo en el valle.

En San Martín de Unx (N) antiguamente solían cercarse de piedra algunas propiedades, tal como se ha conservado en la toponimia del pueblo, que se refiere constantemente a los cerrados y cerradicos. Los corrales y las eras tenían sus lintes (lindes) de piedras, sirviendo además, en este último caso, para fijar la tierra y asegurar la llanura. Las tierras explotadas eran concéntricas respecto al núcleo de población, desde el que salían caminos radiales en todas las direcciones. Los caminos principales llevaban a los términos extensos, y a partir de ellos, unas sendas o ramales inferiores acercaban a las piezas de cultivo. La red viaria de aquella época era peor que la existente a finales de la década de 1970, que permitía ya el paso de maquinaria agrícola y de turismos. En cambio, algunos caminos, especialmente los que llevan a la Sierra, al haber emigrado gran cantidad de mano de obra agrícola a partir de los años 1960, se fueron abandonando progresivamente y han sido pasto del matorral.

En toda la Valdorba (N) hay parcelas con cerca, pequeñas y grandes, que llaman el cerrau y en la zona norte la cerrada. A veces las paredes han desaparecido para hacer unión de campos o concentración de fincas. Antaño se cuidaba mucho su estado y los agricultores reparaban los deterioros después de la recolección[1].

En Viana (N) desde muy antiguo ha sido costumbre rodear de pared de piedra a seco algunas propiedades, especialmente los huertos cercanos a los riachuelos, en menos ocasiones algunas viñas. Los documentos oficiales los denominan cerrados, “un cerrado de fulano de tal de tantas robadas”.

En Beasain (G) para evitar que el ganado se introdujera a comer en las heredades labradas, ha habido que protegerlas con diferentes tipos de vallados. Antiguamente solían ser de piedra, levantando unas paredes circundantes de un metro y medio de altura aproximadamente, construidas con piedras que se hallaban en las cercanías, colocadas unas sobre otras sin ningún tipo de masa de unión. A partir de los años 1960 se empezó a utilizar el alambre de espino, colocando unas cuatro hileras clavadas en postes de madera situados de dos en dos metros.

En Berastegi (G) el vallado de muros se realiza con piedra triásica de mampuesto; los muretes tienen 60 centímetros de alzada. Si el pastizal es grande los cercados, itxiturak, se hacen con avellanos, hurrak. Los hay también de enormes lajas o losas de piedra triásica, ya que en la localidad hubo una importante cantera de la que se extraía este material.

En Elgoibar (G) el terreno cultivado se cerraba con muros de piedra seca y los caseríos en pendiente aprovechaban el terreno haciendo bancadas. Otro tipo de cerramiento denominado lueia consistía en abrir una zanja colocando estacas y entre ellas espino, elorria, para evitar la entrada de ganado. Los alrededores de las zanjas servían de semillero, miteia, de robles, castaños, etc.

En Hondarribia (G) antiguamente, los cierres de los terrenos se hacían construyendo un murete de un metro de altura en la técnica de piedra seca. Hacia los años 1950 empezó a usarse alambre de espino; los primeros alambres los tomaron de los militares del fuerte de Guadalupe. Los terrenos de cultivo y los frutales estaban cerca de la casa. A las masas arbóreas hoy convertidas en su mayoría en pinares se destinaban las peores tierras y las más alejadas de la casa, por ello más difíciles de vigilar.

Cerramiento con alambre de espino y malla. Carranza (B), 2010. Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.

En Telleriarte (G) las heredades y los herbazales han estado en su mayoría cercados, itxiturak, con muretes, paretak; con estacas, hesola-hesiak, de castaño o de acacia; con alambradas, alanbra-hesiak, de pinchos o de red; o con espinos, elorri arantza-hesiak. Los arbustos de espino se ponían unos juntos a otros para que trenzaran una red, y periódicamente había que podarlos. La huerta, baratza, se encuentra en una pequeña heredad próxima a la casa.

En Améscoa (N), según se recogió en los años 1960, todo el labrantío estaba cercado y separado de los montes por setos. Cada vecino tenía la obligación de cercar con seto la parte de sus fincas que mugaban con el monte para que los animales pudieran pastar libremente en los montes sin peligro de hacer daño en los cultivos. Los setos se hacían: a) clavando estacas de roble o enebro en el suelo y entrelazándolas con abarras de espino; b) con un emparrillado de abarras de chopo y estacas que se fijan al suelo y c) con hileras de espinos, zarzas y otros arbustos. El acceso a las piezas de cultivo se hacía únicamente por los portillos, antiguamente llamados langas, que se cerraban con dos pies derechos; los tentes, de roble o enebro y unos palos largos, gruesos y consistentes, las barandas, que horizontalmente paralelos, se acoplan a los agujeros respectivos horadados en los pies derechos, hincados en tierra estos uno a cada lado del portillo.

También un número muy considerable de casas amescoanas disponen de huerta pegante o muy próxima a la casa que está cercada de pared o de tablas gordas de roble labradas con hacha a las que llaman hesolas.

En Bedarona (B) los campos particulares, las tierras de labranza se hallaban y se hallan separadas por medio de setos o de vallas. Los vallados pueden ser: a) de piedra, harresia, entre el campo de hierba, mota, y un camino. b) de setos, hechos con estacas y ramas, donde han crecido zarzas y maleza que dividen el terreno claramente; los hay entre los campos de hierba silvestre, mota. Y c) de madera, estacas que se colocaban clavadas en la tierra con mazos y unidas entre sí por dos o tres varas atadas con cuerdas. Con ellas se cercaban las praderas donde pastaba el ganado. En la huerta se ponía un vallado de tablas y ramas alrededor o al lado de las plantas para que los animales no las rompieran o pisaran.

Estos cercados, erremadak, disponen de pasos para las personas en los puntos de unión de varias praderas o existe un camino para el tractor. El paso consiste en tres estacas que se colocan haciendo una S, sin ningún alambre, de manera que el ganado no pueda pasar pero sí las personas. Tienen pasos para el ganado entre las diferentes praderas para pasto y cerca de casa, de la cuadra. Se deja un espacio de varios metros sin alambre entre dos estacas. Estas estacas se agujerean en varios sitios. En medio se colocan cruzados tres o cuatro palos largos cuyos extremos se introducen en los agujeros de las estacas, de manera que se puedan sacar y meter cuando se quiera.

En Abadiño (B), en ocasiones, los terrenos podían tener cercados de piedra, si las piedras eran muy accesibles o el dueño era rico y podía permitírselo.

En Amorebieta-Etxano (B) hay huertas o terrenos vallados con un muro construido con piedras pequeñas colocadas a hueso. En ocasiones, para la separación de terrenos se recurre a setos de arbustos o plantas, pero lo más usual es separar con estacas y alambres de espino.

En el Valle de Carranza (B) las tierras de cultivo conocidas como llosas[2] ofrecen interés por lo que suponen de progresivo apropiamiento de la tierra por los particulares porque constituían un estadio intermedio entre la propiedad comunal y la privada. Las numerosas parcelas que se encontraban en cada llosa estaban cerradas conjuntamente en su perímetro, generalmente por pared o por cárcava y seto vivo, lo que obligaba a celebrar concejos para acordar su forma de explotación. La necesidad de ponerse de acuerdo venía reforzada también por el clima lluvioso que hacía que las tierras estuviesen blandas unido a la estacionalidad de los cultivos.

Para acceder a la llosa solía haber una barrera o lata constituida por un par de maderos clavados verticalmente en la tierra, llamados pisones, y unos largueros, denominados barrerones o latones, dispuestos horizontalmente que se introducían por unos orificios abiertos en los pisones. En tiempos pasados estuvo prohibida la entrada de animales salvo para el laboreo y el acarreo hasta que se recogiera la cosecha, momento en que el ganado, casi siempre ovejas, podía entrar a pastar. Esta práctica se abandonó con carácter general en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.

Las tierras ganadas al monte bajo o al arbolado estaban dedicadas a prado, que en el barrio de Ahedo se conocían como cierros, se cerraban con cárcavas y vallaos o con setos vivos. Eran de naturaleza comunal pero funcionaban como privados con las salvedades de que se pagaba un canon y en las transmisiones hereditarias el nuevo titular debía solicitar la aquiescencia del ayuntamiento. Entre las llosas y los prados también había terrenos, normalmente praderas pero que también se podían cultivar. Eran terrenos comunales ganados al monte, estaban cerrados y recibían los nombres de returas, arreturas o roturas.

En este Valle también las huertas siempre estaban cerradas para que no penetrase en ellas el ganado, a menudo con paredes y otras veces mediante setos vivos. Otro tanto ocurría con los huertos que estaban cerrados con pared.

En Lanestosa (B) las huertas se ubican en el interior del núcleo de la villa cerradas con pared de piedra, que a su vez delimitan las callejuelas de la villa. Los cierros son terrenos de monte roturados cuyo cercado se hacía con muro de piedra o con cárcava. Existía una clase de cierros que por su proximidad a las casas se conocían como returas. En su mayoría, los cierros se han hecho después de la Guerra Civil y siempre en terreno comunal. Han sido numerosos también los roturados en el Valle de Carranza.


 
  1. José de CRUCHAGA. La vida en el Valle de Orba. Pamplona: 1977, p. 125.
  2. Esta voz deriva del latín clausa, cerrada.