El uso de la ceniza, errautsa

De Atlas Etnográfico de Vasconia
Saltar a: navegación, buscar

La ceniza empleada en las huertas y en las tierras de cultivo ha tenido dos orígenes, bien procedente del fuego del hogar, que se guarda en recipientes adecuados y después se vierte sobre la tierra; o bien la procedente de amontonar restos vegetales en la zona de cultivo y tras quemarlos esparcir sus cenizas. Al principio de este capítulo ya se recogió en un apartado dedicado a la roturación del monte bajo o con arbolado varios casos en que tras desbrozar la capa de materia vegetal se amontonaba y se quemaba para utilizar las cenizas como fertilizante. Estos montones recibían distintos nombres: ramoras (Apodaka-A), hornos o remoras (Bernedo-A), hormigueros o karraka (Valle de Roncal-N). Similar a esta última práctica ha sido la costumbre de quemar el rastrojo del cereal.

En Bedarona (B) a las huertas se vertía y se vierte la ceniza del fuego que se guardaba en grandes cubos de metal. En Berastegi (G) tanto para las hortalizas como para las flores aprovechan las cenizas, sutako hautsak, de la cocina económica o del fuego bajo. En Hondarribia (G) también hay constancia del uso de ceniza.

En San Martín de Unx (N) solían hacer hornigueros en las piezas, amontonando leña de coscojo que luego cubrían con tierra y le prendían fuego por el interior. El túmulo se consumía lentamente hasta el final. Después se extendían las cenizas por el campo como abono. Algunos aprovechaban estas piras para asar patatas.

En Viana (N) la ceniza la conseguían en el pasado quemando las matas secas. Se llamaba a esta operación hacer hornos o quemadina. Se limpiaba el rastrojo y todas las pajas, las matas secas y la broza se amontonaban “igual que una cisquera o carbonera”; es decir, dejaban un canalillo a ras de tierra comunicado con otro vertical, a manera de chimenea para el tiro, echaban tierra por encima y le prendían fuego. Cuando este tomaba mucha fuerza, se tapaba por la parte superior el tiro con una piedra o con tierra para que se quemara despacio el montón. Tanto la ceniza de la combustión como la tierra ennegrecida servían como abono. También ha sido muy frecuente quemar los rastrojos y luego esparcir las cenizas, así como los restos de las huertas, matas secas de berza, tomates, alubias, habas, etc. e igualmente esparcir la ceniza sobre la tierra.