Injertado, txertatzea, eztitzea

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Los frutales son injertados a partir de variedades con mejores características con el fin de obtener frutos de mayor calidad en cuanto a tamaño, color, dulzura, precocidad, resistencia a plagas e insectos y a las inclemencias del tiempo. Los árboles más injertados en general han sido los ciruelos, manzanos, perales, cerezos, nísperos y almendros.

Al injerto se le denomina en Sara (L) xertu; xarte, xarto o xartu, xorte en Baja Navarra; enpeltü en Zuberoa; txermena en Bizkaia y mendue en Abadiño, Bedarona, Gernikaldea y Zeanuri (B). Se suele procurar que el árbol a injertar esté adelantado en el sentido de que haya comenzado a desarrollar las hojas, mientras que el injerto tenga yemas sin florecer.

Se han llevado a cabo injertos en especies silvestres, por ejemplo el espino albar ha servido de portainjertos para el níspero. También se ha injertado el peral sobre membrillos de los que crecen espontáneamente allí donde hay un árbol adulto, por considerar que de este modo el árbol tiene mejor vida que si se realiza sobre un pie de peral, o se ha recurrido a manzanos, perales, cerezos y ciruelos silvestres para obtener variedades cultivadas mucho más duras y con mayor capacidad para soportar las inclemencias y las plagas.

Básicamente se han practicado dos técnicas de injertar los frutales: mediante un esqueje o púa o simplemente utilizando una yema.

En Agurain (A) los injertos se realizan mediante una rama de otro frutal para que dé mejores frutos, después se anudan ambas partes con cinta aislante. Se injertan cerezos en guindos, incluso manzanos en perales, obteniendo muy buena fruta.

En Valderejo (A) antes se realizaban injertos. Se cortaba una rama con el serrucho, se hacía una hendidura en el corte y allí se introducía el esqueje; finalmente se rodeaba el tronco con una tela fuerte sujetada con cuerdas o alambres. Se injertaban los cerezos con esquejes que se traían del Valle de Tobalina (Burgos), donde había ejemplares de gran calidad. También los ciruelos. Se tiene noticia de realizar injertos de níspero en espinos albares.

En Abadiño (B) cuando algunos árboles que crecen sin intervención humana dan frutos muy pequeños y de escasa calidad, se hacen injertos, mentuek. Para ello es necesario conseguir unas ramitas de un árbol que dé el fruto que queramos conseguir. No todos los frutales se injertan, pero sí muchos de ellos: manzanos, perales, ciruelos, cerezos y nísperos. El injerto se hace en marzo.

El árbol debe alcanzar unos cinco centímetros de diámetro y se corta a una altura de un metro con una sierra. A continuación se le hace una hendidura longitudinal y se introducen en ella dos ramitas del árbol escogido, de unos 15 cm. Esas ramitas deben haberse cortado recientemente y tener el extremo afilado, pero con la corteza en uno de sus lados para que luego se una a la del nuevo árbol.

A principios del siglo XX para proteger la zona injertada se utilizaba estiércol de vaca mezclado con tierra y envuelto con un trapo. Más tarde se empezó a utilizar una pasta que se aplicaba templada y se podía comprar en las tiendas. También se podía hacer con trozos de resina de pino mezclados con manteca de cerdo. Esta pasta se endurece al enfriar, por lo que no necesita de trapos para envolverla. Es necesario tapar bien todas las heridas producidas.

Las plantas utilizadas para los injertos normalmente son de la misma especie que se desea conseguir, pero no siempre. El níspero, por ejemplo, se injerta en un espino albar, elorria. Los cerezos son los más sencillos a la hora de injertar y los ciruelos los más difíciles. El injerto prende mejor en árboles jóvenes.

En Gautegiz Arteaga (B) para injertar, eztittu, se aprovechaba cuando el árbol era joven, zepie. A unos 40 cm del suelo se le hacía un corte y por ahí se introducía un cuchillo para hacer una hendidura donde se colocaba la ramita que se pretendía injertar, mendue, equivalente a la largura del dedo, atzamarren tamañukoa, una rama que debía tener dos o más yemas, begijek, de donde salían las hojas. Con un cuchillo se pelaba antes de meterla en la hendidura, pero se le quitaba la piel de la parte que iba a quedar al interior, no la exterior, porque al introducirla en la ranura había que poner piel con piel, azala azalagaz, para que prendiese, hartu deijen. Por lo común se ponían dos esquejes, mendu bi.

Después había que cubrir toda la ranura, arrakala, con brea, brie. Más antiguamente esta operación se hacía con excremento de ganado vacuno, ganadu-pekorotza, taponando bien con un trapo para que no entrara nada de aire. La brea había que ponerla al baño María para que se ablandase.

En principio hay que injertar en la luna menguante, ilbeheran, del mes de febrero. Si la flor del árbol viene antes, también hay que adelantar la operación.

Lo común es que se injerte un árbol con otro de su especie, por ejemplo castaño con castaño. Los manzanos se injertaban sirviéndose de manzanos silvestres, kukusagarrak. Los perales, madarijek y makatzak, y los ciruelos, okanak, se injertan en ocasiones con membrillos. A veces se ponen dos variedades distintas en un mismo pie, así un cerezo con dos injertos daba dos clases de cerezas, una temprana y otra más tardía.

Injerto de ciruelo. Carranza (B), 2009. Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker Euskalerria.

En Ajuria (B) se ha recogido que el espino, elorrije, es bueno para realizar injertos, menduek.

En Beasain (G) los árboles frutales que normalmente se injertaban eran los manzanos jóvenes, cuando se quería tener alguna variedad de manzana que le gustara al dueño. También se injertaba el níspero en un tronco de espino albar. Para injertar un frutal se corta una rama importante del árbol, se le hace una hendidura vertical en el centro, se introduce en ella un trozo de rama delgada del frutal deseado, se unta con un ungüento templado hecho a base de resina y se venda con unas tiras de trapo.

En Elgoibar (G) se solían injertar los cerezos, para ello se esperaba a que el árbol tuviese un grosor aproximado de cuatro centímetros. La época conveniente era el final del invierno, hacia la primavera, y era bueno que el árbol a injertar estuviese adelantado y el injerto retrasado. Se cortaba con una sierra y por la parte de arriba se le hacía una raja donde introducir una pequeña rama de la variedad que se quisiera injertar, teniendo la precaución de que ambas pieles se juntasen y quedasen pegadas la una a la otra, ya que es la piel la que injerta. Se ataba para sujetarla pero con cuidado de que no quedase muy prieto, para ello colocaban unos pequeños palos. Previamente se había preparado una especie de pasta a base de estiércol de vaca y arcilla que se colocaba sobre el mismo injerto al objeto de que conservase la humedad. Posteriormente esa masa se preparaba con sebo y resina. Luego había que esperar a tener éxito ya que no todos los injertos solían ser efectivos.

Dicen en Hondarribia (G) que todos los frutales se podían injertar para conseguir mejor fruta. Se hacía siempre en invierno, en febrero, “cuando la savia está dormida”. Cuando se quería injertar un arbolillo se esperaba a que creciese hasta tener un tronco de unos 5 cm de diámetro (al segundo año por ejemplo) y sobre el mismo se realizaba el injerto con la variedad deseada. El motivo era lograr mejorar la fruta pero utilizando plantas salvajes que son mucho más duras y resisten mejor las inclemencias del tiempo y las plagas e insectos.

En Sara (L) xertu es el nombre del injerto. Se corta el tronco junto a la copa, kapeta, y se hiende verticalmente por la superficie del corte; en los extremos de la hendidura se introducen dos ramillas de la clase que se desea, cortadas en bisel en sus bases, de suerte que las cortezas de ambas quedan contiguas a la del tronco. La parte afectada por la operación se tapa con arcilla o con estiércol de vaca que luego se envuelve con un trapo de manera que solo queden visibles las puntas de los injertos.

En el Valle de Carranza (B) los frutales que comúnmente se han injertado han sido manzanos, perales, ciruelos, cerezos y castaños. Los informantes consultados de más edad no llegaron a injertar estos últimos pero lo oyeron a sus padres.

El portainjertos utilizado podía ser de la misma especie que el injerto o bien ser diferente. Tal es el caso del peral, que se solía injertar sobre membrillo. Este frutal crece espontáneamente cerca de donde haya un árbol de buen tamaño que produzca frutos. También se pueden cortar en invierno “quimas frescas”, es decir, ramas que hayan crecido ese mismo año, y trincarlas en tierra porque prenden sin mayor problema. Y si bien se terminan secando bastantes, las que quedan, en cuanto tienen un pequeño tronco del diámetro adecuado, se injertan con peral.

La persona “aficionada a injertar” solía contar con un cuadro de membrillos que iban creciendo escalonadamente para poder efectuar los injertos. Obviamente también se injertaba sobre portainjertos de peral pero los informantes reconocen que no debió de ser frecuente sembrar semillas de peral a fin de obtener plantones sobre los que injertar hallándose más disponibles los membrillos. Opinan los informantes que los perales obtenidos sobre membrillos tenían mayor vida que si el portainjertos era otro peral y no dudan en asegurar que duraban muchos más años que los actuales que se adquieren en el mercado.

El manzano se injertaba sobre un plantón de la misma especie obtenido por lo común en un semillero. Recuerda un informante del barrio de Paules que de chiquillos subían al monte Remendón a arrancar manzanos silvestres. Era una actividad invernal. Ellos conocían los lugares donde crecían, por lo general próximos a manzanos viejos y los arrancaban cuanto más grandes ya que suponía un ahorro de tiempo. Los plantaban y al año los injertaban. Después había que aguardar a que los injertos creciesen lo suficiente ya que si se volvían a trasplantar a su ubicación definitiva sin que hubiesen medrado, como entre ellos solían pastar las ovejas, le comían las hojas y los secaban. Se consideraba que de este modo, realizando los injertos sobre plantas silvestres, los manzanos tenían una vida más larga que los obtenidos a partir de semilleros de casa.

También se han conocido perales silvestres o monchinos que han recibido el nombre de perujos y que producen un fruto pequeño y de piel ordinaria. Algunos llegaron a injertar púas de peral en espina blanca (espino albar, Crataegus monogyna) pero consideraban que los árboles obtenidos tardaban muchos años en rendir ya que la espina tiene una madera muy dura.

Los cerezos monchinos o silvestres también se trasplantaban para después injertarlos con variedades que rindiesen frutos mayores y más gustosos. El procedimiento que se seguía era similar al de los manzanos. Recuerdan los informantes de más edad que en su juventud eran numerosos los cerezos injertados pero también eran abundantes los monchinos que producían cerezas lo bastante sabrosas como para aprovecharlas igualmente.

La práctica de injertar los castaños se abandonó hace tanto que los informantes de más edad ya no la llevaron a cabo; sin embargo conocían su existencia y sabían que los castaños que echaban (que vareaban para recoger sus frutos) eran injertados.

La forma más habitual de realizar injertos ha sido mediante púas. Se comienza por serrar el portainjerto a una cierta altura de la tierra, en una zona entre nudos, es decir, allí donde el tronco tenga una forma lo más próxima a un cilindro, y que presente la corteza bien lisa y sin lesiones. Si el arbolillo tiene un defecto en la corteza el corte se realiza por debajo del mismo. Se utiliza para ello un serrote o serrucho de carpintero y debe realizarse perpendicular al eje del tronco. Una vez efectuado es necesario recortar el perímetro de corteza para que quede lo más liso posible. Después, con la misma navaja se procede a abrir el tronco a lo largo coincidiendo la hendidura con el diámetro de la sección cortada. Para conseguirlo suele ser necesario golpear la hoja de la navaja. Después se introduce una cuña de madera para separar las dos partes de modo que la hendidura quede abierta. Una vez preparado de este modo el portainjerto, se procede a hacer lo propio con la púa que se va a injertar. Se corta el extremo de la varita para eliminarlo ya que suele estar estropeado si lleva tiempo cortada. La longitud que queda puede ser de unos 1015 cm, en cualquier caso conviene que no sea excepcionalmente larga. El corte debe realizarse en una zona donde no crezcan yemas, esto es, en la que haya al menos 1,5-2 cm de corteza lisa.

A continuación con la navaja se rebaja la madera de dicho extremo dándole forma de una cuña alargada pero generando una asimetría de modo que en un lado no quede piel mientras que en el otro sí. A continuación se introduce dicho extremo en la hendidura hasta que quede bien apretado y guardando la precaución de que ambas cortezas, la del injerto y la del portainjerto, coincidan. Cuando el pie que hace de portainjerto está bastante desarrollado ocurre que su corteza es más gruesa que la de la púa, entonces esta debe rehundirse. Antes de introducir la púa se suele humedecer con saliva.

Seguidamente se extrae la cuña de madera que había mantenido abierta la hendidura, entonces las dos partes del tronco separadas presionan el extremo de la púa inserto entre ellas, quedando definitivamente fijado. El paso final consiste en rodear la zona de unión con arcilla húmeda y maleable hasta que queda una especie de bola de este material. Previamente se han hecho tiras de tela de unos cuantos centímetros de anchura con las que se envuelve la bola de arcilla hasta dejarla completamente cubierta, por último con otra tira de tela, esta de apenas un centímetro de anchura, utilizándola a modo de cuerda, se ata la envoltura para que no se suelte. Así queda concluida la operación de injertado.

Para realizar este tipo de injerto se tomaban unas cuantas precauciones, como hacerlo con buen tiempo, pero un día sereno que no soplase el viento. Se debía procurar elegir también una fecha en la que no helase por la noche.

Por debajo del corte en el portainjerto se eliminaban todas las ramas que pudiesen robarle savia al injerto una vez comenzase a circular. Esto siempre y cuando se realizase en una planta pequeña nacida en un semillero o trasplantada joven, ya que también se han injertado árboles adultos.

En ocasiones, si el grosor del portainjerto era el suficiente, se colocaba la cuña que abría la hendidura en posición central y se insertaban dos púas a ambos lados de la misma. Además cada una de ellas podía ser de una variedad distinta, así que se podía dar la situación de que el portainjerto fuese de una especie diferente, por ejemplo un membrillero, y a partir de él creciesen dos ramas que en el árbol adulto darían dos tipos de peras diferentes.

Además de en Carranza se ha constatado en otras poblaciones la estrategia de aprovechar los manzanos silvestres para injertar sobre ellos y así obtener mejores manzanas.

En Bera (N) la planta de manzano se obtenía en viveros, sagar-muntegijak, de manzano silvestre, basatia. La planta pequeña, txotxa, se dejaba en él dos años y luego se injertaba, txertatu. El árbol comenzaba a dar fruta a los ocho o diez años[1].

En Abezia (A) todos los frutales son injertados. No se compran árboles, cuando descubren un manzano silvestre, de fruta más pequeña y dura, lo trasplantan y al cabo de un año o dos le hacen una incisión en el tronco y le introducen la púa de un manzano bueno. Luego cubren la zona herida con arcilla. Según recuerdan, para tener éxito con esta práctica es fundamental recordar que el injerto de un frutal de hueso debe realizarse con otro de hueso y  el de pepita con el de pepita.

Los injertos se llevan a cabo en primavera, en el mes de marzo. Consideran que el mejor momento es en menguante porque es cuando la savia “está más fuerte”. Aseguran que si es Viernes Santo y luna nueva también es un buen momento para proceder a esta operación porque es como si fuera menguante.

En Apodaka (A) los injertos son de esqueje y se realizan cuando empiezan a brotar los árboles en marzo o en abril. Antes los injertaban en frutales silvestres y al año de prender los trasplantaban al lugar que tenían destinado para ello. Los mejores eran los de maguilla (manzana silvestre).

El otro sistema de realizar injertos es el que se lleva a cabo mediante yemas.

En Moreda (A) los frutales adultos se injertan con el sistema de yema. Así, por ejemplo en el caso de un almendro, se toma un brote pequeño de yema de un almendro de buena calidad, por ejemplo de la clase de largueta, y se injerta en otro almendro de peor calidad que dé almendrucos comunes (El almendruco de largueta es grande y alargado con la forma típica de almendra mientras que el almendruco común es pequeño y redondillo). En un brote nuevo del almendro común se abre con una navaja una raja y dos cortes, se despega la piel como si fuera un libro y y se introduce la yema del de largueta, luego se ata con rafia y ya está injertado. Esta labor se hace a últimos de agosto o a primeros de septiembre, cuando la savia está en su punto ideal.

Con los perales y otros árboles frutales se puede practicar la misma forma de injertar si bien se considera bueno introducir la yema con un poco de madera.

En Cárcar (N) en el mes de marzo daba inicio el injerto de los árboles. Antes se hacía una incisión en forma de T en la corteza del árbol y se introducía la yema que se ataba con rafia.

En alguna población se llevaban a cabo ambos sistemas.

En Viana (N) hay dos maneras de injertar, a púa y a yema. El injerto a púa se realiza en primavera, en los meses de marzo y abril. Se corta un brote del año, la púa, de la clase del fruto que se quiere injertar y se mete en un corte inclinado realizado a bisel, con una navaja bien afilada, en el tronco del árbol que hace de patrón. Una vez realizada esta operación se forra y ata bien con rafia, fibra vegetal. El injerto a yema se llevaba a cabo en verano, agosto, en este caso se abrían unas aberturas en el patrón horizontales y verticales y en ellas se introducía la yema, que asimismo se ataba con rafia.

La regla de oro de los injertos es: “De pipa a pipa, de hueso a hueso”, es decir que solamente se podían injertar frutas afines. Siempre  procuraban que el árbol que hacía de patrón fuera muy fuerte y sano. Por ejemplo un ciruelo arañonal silvestre servía de patrón para injertarle melocotón, albaricoque o almendro. En el patrón de guindas garrafales injertaban cerezas y en el de almendro amargo almendras dulces. En el patrón de membrillo podían injertar peras y manzanas. Siempre había la posibilidad de injertar en el mismo árbol manzanas o cerezas de más de una variedad.

Otra forma de injertar constatada en tiempos pasados en el Valle de Carranza (B) consistía en trasladar al portainjerto no una púa sino una simple yema o botón. A diferencia de la técnica descrita antes, esta se llevaba a cabo en el otoño, en el mes de octubre. En el árbol que actuaba de portainjerto se practicaban dos cortes perpendiculares entre sí de tal modo que después se pudiese levantar la piel en los cuatro vértices. Antes se había extraído la yema de la variedad que se quería injertar acompañada de un trocito de piel con forma alargada. Este se insertaba en la zona donde se había levantado la corteza y después se volvían a colocar sobre ella los cuatro vértices de piel de modo que la abrazasen. A continuación se cubría bien la zona injertada dejando al aire solo el botón. Cuando este prendía y comenzaba a crecer se cortaba el padre por una zona superior al injerto pero próximo a él.

En Telleriarte (G) se han constatado tres formas de realizar los injertos: utilizando esqueje, txotxetik, por contacto con la piel, azaletik, y de yema, begiko txertua.

El más practicado tradicionalmente es el de esqueje. Se deben unir las pieles del esqueje y del árbol al que se injerta. Esta operación hay que llevarla a cabo con la subida de la savia y la planta que se quiere injertar tiene que tener aproximadamente un metro de altura. Se practica con una sierra una hendidura, printzatua, de unos dos centímetros en cuña y allí se introducen dos esquejes con tres yemas cada uno a cada lado de la piel. Después tanto el corte, epaia, como la piel suelta, azaleko zartatua, se deben tapar con musgo, goroldioakin, o estiércol, simaurrakin, y sujetarlos con un trapo. Hoy día se utilizan resinas, erretxiñak.

El injerto por piel se parece al anterior y solo se practica en plantas gruesas, de al menos 18 centímetros de diámetro. En este caso sin hendidura, sacando la piel de la madera hacia afuera e introduciendo los esquejes en el límite de la piel y la madera. Se pueden introducir de dos a cuatro, sujetándolos del mismo modo. También en esta ocasión cuando comienza a subir la savia.

Para el injerto de yema, la savia tiene que estar viscosa, en época de mies, uztail aldera. Al árbol bravío, txertaka, (lo más indicado es disponer de un brote, kimua, de dos años) se le hace con una navaja dos cortes en forma de cruz en la piel y las cuatro hojas de la misma se levantan para introducir ahí la yema. Tiene que ser yema de primavera con un trozo de piel. Después se ata con un trapo. Una vez que la yema comience a crecer, se puede cortar la rama a diez centímetros sobre dicha yema y si no se espera al invierno siguiente.

Dicen en esta población que la mayoría de los árboles frutales se pueden injertar, txertatu: manzanos, ciruelos, cerezos, perales, nísperos, castaños, etc. Al espino albar le va bien el injerto de níspero y pera; la pera también en el membrillo y el melocotón en el ciruelo. Consideran que no conviene injertar los árboles que tienen kaña, es decir, médula.

En Améscoa (N) solo se empleaba el injerto de coronilla, que consiste en introducir una o dos púas de un árbol de buena calidad entre la corteza y la albura del tronco patrón.

Se asegura que da buen resultado injertar manzano de calidad fina en tronco de sagarmin o manzano silvestre. El peral se obtiene injertándolo en tronco de membrillo, que se multiplica fácilmente por medio de estacas. La fruta que llaman mizpola, níspero, producida por el arbusto denominado mizpolo, se obtiene injertando púas de mizpolo en tronco de espino.

Se ha constatado en alguna localidad más una técnica diferente que se realizaba en el hueso.

Los agricultores de Sartaguda (N) son especialistas en todo tipo de injertos en árboles frutales. Todos los árboles de la misma familia se pueden injertar. Antiguamente se llevaban a cabo por medio del portainjertos en los huesos y ahora mediante cuñas que posibilitan hacerlo en árboles adultos.

En Muez y Ugar (N) antaño no se realizaban injertos, pero posteriormente se comenzaron a practicar tanto en el árbol como en el hueso con el parteinjertos (especie de cuña).

También se ha constatado la práctica de injertar árboles frutales en las siguientes poblaciones:

En Pipaón (A) se injertan generalmente manzanos, ciruelos y perales. Si un manzano da frutos pequeños y de poco sabor, se injerta con otro que los produzca mayores y más dulces. Con el peral se hace lo mismo, también con el ciruelo, si bien en este caso se puede cambiar el color de las ciruelas, de blancas a negras y viceversa.

En Argandoña (A) los agricultores más habilidosos realizan injertos, pero esta práctica se está reduciendo a las personas de más edad que generalmente han heredado esta técnica de sus antepasados.

En Elorrio (B) el injerto se ha practicado sobre todo en manzanos, ciruelos, perales y cerezos.

Sin embargo, en Berganzo (A) el injertar árboles frutales no era una práctica usual, más bien se trasplantaban de unas zonas a otras con diferente tipo de suelo, tierra, etc., labor que se hacía por san José.

En San Martín de Unx (N) no había costumbre de injertar estos árboles, pues la Diputación los vendía ya injertados, como sucede con los almendros.


 
  1. Julio CARO BAROJA. “Un estudio de tecnología rural” in CEEN, I (1969) p. 224.