Apéndice: Betizu, vaca salvaje1

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Hace algunos años todavía había vacas salvajes por todos los montes de Vasconia, pero hoy en día sólo quedan algunos rebaños al borde de la extinción y sometidos a la domesticación y a cruzamientos. El nombre en euskera de este tipo de ganado es betiso basidi, basabehi o behi betizu dependiendo de las zonas. Por oposición a lo anterior una vaca doméstica se llama etxe-behi si vive en un caserío o sus prados aledaños y mendi-behi si lo hace en régimen de semilibertad en los pastos de montaña. En francés se emplean los términos bétissoa, béti ssou, vache sauvage, bœuf sauvage que en castellano se traducen como betisoa, betizu, vaca salvaje, vaca monchina, vaca montaraz o vaca vasca.

Hace unos decenios había rebaños de betizus que no pertenecían a nadie. Han sido libres de desplazarse a su antojo y buscar ellos mismos su alimento. El hombre no interviene de ninguna manera en su reproducción por lo que su ciclo se ajusta a los periodos naturales a diferencia de las vacas domésticas que entran en celo cada 21 ó 22 días por lo que sus crías nacen a lo largo de todo el año. Por todo ello se puede concluir que los betizus son salvajes.

Pero además existen otros aspectos que los diferencian de los domésticos. En cuanto a las proporciones del cuerpo, a diferencia del buey doméstico, el betizu tiene la parte delantera más desarrollada que la trasera. Es precisamente en las paletillas, la cruz, el cuello y la cabeza donde reside principalmente su fuerza. Por contra la grupa y las nalgas son reducidas. Esta morfología es particularmente manifiesta en los machos. Otras características son la espalda recta, la frente plana y la inserción de la cola muy alta. El macho mide alrededor de 1,30 m de altura hasta la cruz y pesa entre 300 y 400 kg. La hembra, 1,20 m y de 200 a 300 kg. El color de la capa varía en función del sexo y la estación. En invierno el macho es negro rojizo y la hembra roja y en verano el macho rojo y la hembra rubia rojiza. El pelo es más oscuro en espalda, cruz, paletillas y cuello y más claro en el resto del cuerpo, particularmente en el vientre. Como en todos los bóvidos es más corto en verano y más largo en invierno; no obstante es siempre más largo y abundante que en el buey doméstico. Cuando nacen las crías son amarillentas y este color les dura durante un cierto tiempo.

Novillo de raza betizu en Mondarrain, Itsasu (L), 1996. Fuente: Peio Goïty (Servane Legrand), Grupos Etniker Euskalerria.

Tienen cuernos medianamente fuertes, blancos en su base y negros en el pitón. Vistos de frente tienen forma de paréntesis y de perfil las puntas están ligeramente elevadas y las bases se insertan en ángulo recto respecto a la línea de la frente. En los machos las curvas de los cuernos están bastante menos pronunciadas que en las hembras, particularmente la forma en paréntesis no está más que esbozada. Las hembras presentan surcos transversales más visibles en las bases que en los pitones, que van apareciendo a razón de un par al año a partir del tercero de vida. Antes de madurar están protegidos por una piel que se ablanda y cae pasado un año y medio. El animal ayuda a que se desprenda frotándola contra los árboles. Por ello los cuernos del betizu muestran unos rasgos muy primitivos.

La pezuña de este animal es aproximadamente circular a diferencia del doméstico que la tiene más larga que ancha. Mide unos diez centímetros de diámetro en el caso del macho y entre siete y ocho en la hembra; es decir, es pequeño. Al pisar sólo marcan éstas; los espolones, únicamente cuando el pie se hunde en un terreno blando o en la nieve. Las pezuñas son ordinariamente muy cortas y sólo se separan ligeramente cuando el animal está cansado. Se puede afirmar que es un animal mucho más ágil de lo que hace suponer su talla, siendo capaz de trepar por zonas rocosas y de moverse por pendientes muy acusadas. Además es muy resistente en sus desplazamientos por la montaña.

Tiene un olor característico muy fuerte y persistente que se percibe de lejos. Es suficiente perseguir a un betizu cuando hace tiempo seco para que la ropa quede impregnada de su olor.

Tiene muy desarrollados los sentidos: el oído es ciertamente el mejor de ellos, seguido de cerca por el olfato; en cuanto a la vista, como ocurre con la mayoría de los herbívoros, es mediocre. Generalmente son silenciosos y es muy raro escucharlos. No obstante, tienen por lo menos dos mugidos diferentes y característicos. Por un lado una suerte de gruñido muy sordo que a veces emiten cuando se les molesta y por otro un bramido parecido al de los bueyes domésticos pero mucho más grave. Los machos lanzan este mugido durante los combates que preceden al celo de las hembras y éstas cuando tienen crías y son atacadas.

Estos animales son aptos para reproducirse cada dos años. El celo está acompañado de combates entre los machos. Los vencidos son separados sin que sean plenamente excluidos de la manada. El acoplamiento va precedido de una parada nupcial que dura dos o tres días y a veces más. La gestación se prolonga alrededor de nueve meses y medio. Para el parto la hembra se separa a un lugar retirado y abrigado. A la mañana siguiente del nacimiento la cría es capaz de seguir a la madre, que se vuelve extremadamente desconfiada. Suele ser entonces cuando a menudo se la encuentra subida a un roquedo o en un alto para divisar mejor los eventuales peligros, a menos que viva completamente escondida en un paraje impenetrable, en un barranco o en una cavidad de la montaña. Pasadas unas semanas sale de su aislamiento y acompañada de su cría se une de nuevo a la manada. El ciclo reproductor es normalmente de tres años: durante el primero no se producen nacimientos y el celo se manifiesta en mayo-junio; en el segundo los nacimientos tienen lugar en febrero-marzo y el celo en agosto-septiembre; en el tercero los nacimientos son en mayo-junio y no hay celo y en el cuarto, de nuevo no se producen nacimientos y la temporada de celo se manifiesta en mayo-junio. Este ciclo puede ser perturbado en algunos animales, por ejemplo, por la pérdida de una cría de corta edad.

Las migraciones del betizu obedecen a un ciclo específicamente salvaje. Pasan el verano en zonas bajas húmedas y boscosas o en áreas más elevadas pero en vertientes que estén expuestas al norte. Constituyen entonces manadas completas formadas por un macho dominante, las hembras, los jóvenes y los machos no dominantes. En otoño vuelven a disgregarse y separarse. Las manadas se escinden en dos grupos, por un lado las hembras con sus crías del mismo año y por otro los machos, las hembras estériles y los inmaduros. Ambos grupos se instalan en zonas altas pero en la vertiente orientada al sur y a cierta distancia uno del otro. El invierno lo pasan así. Cuando acaba, de una manera brusca el grupo de machos se dirige en busca de las hembras y una vez completa la manada comienza a vagabundear por montes y valles. Como ya se indicó antes cuando llega el momento de que las vacas preñadas paran, abandonan la manada y cada una por su cuenta se aisla y guarece en las zonas bajas. Después vuelven al grupo con su cría. Coincidiendo con el primer brote de hierba, los machos se enfrentan entre sí y el más fuerte cubre a todas las hembras receptivas que estén en celo. En la primavera la manada completa se establece en una zona baja o en la vertiente norte dispuesta a pasar el verano. Pacen por la mañana y a media jornada se tumban para rumiar y dormir. Eligen para ello un lugar agradable, al sol y al abrigo del viento en invierno y a la sombra en verano. Pero si llueve y hay viento y tienen la desgracia de estar lejos de un lugar abrigado, se quedan de pie dando la espalda al viento. Por la tarde vuelven a pastar y sólo cuando la noche está muy avanzada duermen, para lo que buscarán un lugar despejado, una altura o un claro.


 
  1. Jean-Pierre SEILIEZ. «Quelques notes sur le betiso» in Bulletin du Musée Basque. N.º 67 (1975) pp. 31-36.