Creencias y saberes sobre las abejas
En tiempos pasados estuvo extendida la costumbre de comunicar a las abejas la muerte del dueño o de la dueña de la casa y ocasionalmente la de cualquier miembro de la familia. La persona encargada de llevar a cabo el aviso solía ser el heredero, la viuda o viudo, un familiar e incluso un vecino o un amigo. Este anuncio obedecía mayoritariamente a dos razones. Según unos se evitaba así la muerte del colmenar; según otros de este modo fabricarían más cera con la que alumbrar la sepultura familiar. En este último caso, el anuncio se convertía en una petición para que incrementasen la producción de cera. También se ha constatado la costumbre de que el heredero simplemente comunicase a las abejas el fallecimiento del dueño asegurándoles que en adelante él se encargaría de su cuidado.
En un tomo anterior de este Atlas, en el dedicado a los Ritos funerarios en Vasconia, se describieron detalladamente estas creencias. En Larraun (N) cuando algún miembro de la familia fallecía se les decía a las abejas que debían producir más cera: «Alkoa il da ta egin zazu argezari geiago! Azkar, azkar!» (Se ha muerto tal y ¡venga!, a hacer más cera. ¡Rápido, rápido!). Esto se debía a la necesidad de proveerse de cera para tener cirios o también argizaiolak para la iglesia.
En Vasconia continental cuando moría el señor o la señora de la casa había que darles aviso. Alguien, un muchacho, se acercaba a las colmenas y le decía a las abejas: «Zuen nausia joan da bainan norbait jarraikiko zauzue» o «Zuen nausia zendu da bainan ordaina ukanen duzue» (Vuestro amo ha fallecido, pero tendréis quién le sustituya). En una casa, cuando murió la abuela, pusieron un paño encima de la colmena.
En Eugi (N) si moría alguien de la familia, a la mañana siguiente iban al colmenar y les daban la noticia a las abejas. Se golpeaba la colmena y se decía: «Hil dela etxean urlia eta egin dezazuela ezko ugari argizaria egiteko haren salbamenduaren alde» (Ha muerto fulano, producid mucha cera para iluminar la sepultura y rogad por su salvación). Esta práctica se repetía en cada colmena y de no hacerlo así se creía que todas las abejas morían. Se dice que así ocurrió en más de una ocasión.
En tiempos pasados se tenía un profundo respeto hacia estos insectos. En Carranza (B) entre los aficionados más viejos se señala que antaño este respeto era tal, que muy antiguamente a quien acababa con un enjambre se le amputaba un brazo. Aún se puede observar algún vestigio de ello entre las personas de avanzada edad, que nunca matan las abejas. En Apellániz (A) se decía que en otros tiempos al que cataba o robaba una colmena le cortaban el brazo derecho. En Zuya (A) anotan que era pecado matar uno de estos animalillos.
Respecto al hecho generalizado de que el apicultor, a pesar de trabajar a menudo desprotegido, no suele recibir muchos picotazos, en Ribera Alta (A) los encuestados afirman que es debido a que las abejas llegan a conocer al propietario y no lo atacan. En Apodaca (A) el apicultor de toda la vida apenas emplea la careta en su abejera ya que le conocen bien; sólo recurre a ella llegado el momento de catarla.
En Urkabustaiz (A) los entendidos señalan que las abejas conocen a su amo y que sólo pican a determinadas personas. Los hay que trabajan con ellas sin ningún tipo de protección. Aun así todos recuerdan el caso de animales que han muerto asfixiados a causa de los picotazos.
En Berastegi (G) se dice que si se les habla, las abejas terminan conociendo la voz de su amo, por lo que se ve libre de sus picotazos.
En relación con las picaduras ocasionadas por estos insectos, una vez sufrida una lo que se hace es extraer el réspere o aguijón, si es que ha quedado clavado en la piel. En Carranza en tiempos pasados una vez realizada esta primera operación se aplicaba arcilla o barro húmedo sobre la zona afectada para calmar el dolor y prevenir la hinchazón. Transcurrido un rato se lavaba y se untaba con aceite. También se recomendaba frotar la picadura con tres hojas o hierbas distintas; no importaba de cuáles se tratase, la única condición era que fuesen diferentes. Dándole humo también se calmaba. En los últimos años se ha extendido la costumbre de empapar la piel con amoniaco.
En este mismo valle vizcaino, a nivel popular, se suelen distinguir las abejas por dos rasgos: su agresividad y su capacidad de producción melífera. No se trata de una diferenciación racial propiamente dicha; sin embargo resulta interesante como reflejo del empirismo de quienes se han dedicado a la cría de esos animales. Según su agresividad se distinguen abejas de comportamiento pacífico, nobles, de las que muestran una notable agresividad, equiparándose estas últimas a fieras. En función de su productividad se diferencian en trabajadoras y vagas. También se correlaciona la agresividad con la capacidad productora: así se afirma de una colmena que cuanto más agresiva es, más miel produce.