Cabañas y casetas
En los montes meridionales del Valle de Carranza (B) junto a los pastos de la Sierra de Ordunte las cabañas de los pastores son pequeñas construcciones de forma rectangular de unos tres metros de largo por dos de ancho: sus muros son de piedra arenisca y, salvo la puerta de entrada, carecen de huecos. Sobre los hastiales se apoya la viga que forma el cumbre; paralelas a ella, una a cada lado, van colocadas otras vigas, las sopandas; descansando sobre éstas, se disponen los cabrios. Encima de este entramado de madera se colocan losas de piedra que forman la cubierta a dos aguas.
La puerta de entrada recercada con piedra o con madera se sitúa en uno de los hastiales y, en ocasiones, en uno de los muros laterales. Para impedir el acceso al interior se ha utilizado una losa de piedra o, antaño, una puerta hecha de bardanasca, esto es, un entrelazado de varas de avellano.
El interior de la cabaña no presentaba divisiones. En una de las esquinas se preparaba el fuego bajo; el resto lo ocupaba la camareta, lugar destinado para dormir que quedaba separado del fuego por un grueso madero, la palanca, que a su vez servía de asiento frente a la lumbre. La camareta se hacía normalmente con varas de avellano, separadas unas de otras unos cinco centímetros, y colocadas sobre dos maderos paralelos. Encima de ellas se posaban brezos y una hierba menuda conocida como pelo ratón. Cada 20 días aproximadamente cambiaban esta hierba, para que no se acumulasen pulgas; la segaban a dallo, es decir, con guadaña. En ocasiones sobre el brezo se echaban hojones o perfolla de maíz que se traía al monte desde casa.
Estas cabañas de piedra, que se ubican principalmente en las zonas altas de la Sierra de Ordunte, eran compartidas en otro tiempo por tres o cuatro pastores; en los últimos años, antes de dejar de utilizarlas, dormía en ellas uno solamente. Se abandonaron a mediados de la década de los sesenta coincidiendo con la desaparición del lobo.
Otro tipo de cabaña, más rudimentaria, es la que se levanta con palos y tepes. Se colocan en el suelo dos maderas inclinadas formando un triángulo en cada uno de los laterales; se unen entre sí por otra horizontal que hace de cumbre. Los hastiales se cierran con muros hechos con trozos de césped dejando un pequeño hueco para puerta. La cubierta, a dos aguas, consiste en un trenzado de varas a modo de bardanasca sobre el que se apoyan los trozos de césped con la hierba hacia abajo. Algunos pastores acostumbraban a cubrirla por último con una capa de cagolitas o excrementos de las propias ovejas, con el fin de impermeabilizarla mejor.
Anejos o próximos a las cabañas están ubicados los corrales. Éstos consisten en cercados levantados generalmente con piedra, aunque también los había construidos con cerranchas o bardanasca. En ellos se recogen los rebaños para pasar las noches y para ordeñar las ovejas en la época en que éstas, estando en el monte, todavía dan leche.
En el norte del Valle, en las estribaciones del monte Armañón (865 m), estas construcciones eran aún más precarias. Se levantaban con madera de avellano; se clavaban verticalmente en el suelo dos palos terminados en horca; se disponían uno frente al otro de modo que se pudiese colocar un tercero horizontal que hiciese de cumbre. A los lados se apoyaban palos inclinados, cuantos más mejor; sobre ellos se ponían monchinos, una especie de brezo, y después césperes con la hierba hacia abajo; por último una capa de tierra fina.
En su interior podían dormir tres pastores. El sitio más cómodo era el central, ya que el que lo ocupaba se podía incorporar hasta sentarse. Los de los laterales debían permanecer tumbados pues de lo contrario sus cabezas tropezaban con el techo y les caían restos de tierra y brezo.
Los pastores se veían obligados a construir estas cabañas todos los años ya que no resistían las inclemencias del invierno; a menudo eran también derribadas por las vacas monchinas. Se levantaban en la parte más alta del monte, en el cordón o próximas a él, en los mismos pastos. Antes de anochecer cada pastor reunía a su rebaño en las proximidades de la cabaña donde permanecía toda la noche; no utilizaban corrales para encerrarlos. Era normal que para cuando se despertaran los pastores por la mañana las ovejas se hubiesen ido a pastar.
Estas construcciones se levantaban y se usaban para dormir en ellas únicamente cuando merodeaban lobos o zorros. De lo contrario no se subía al monte a vigilar el rebaño más que una vez por semana o cada quince días; las ovejas no requerían mayores cuidados ya que cuando habían ascendido a pastar en altura estaban secas de leche. Asimismo se recurría a dormir en estas cabañas para evitar los robos durante el período de las fiestas estivales; se daban casos en que vecinos de pueblos altos que carecían de rebaño subiesen a robar ovejas para guisarlas.
También aprovechaban las cuevas y los salientes rocosos para cobijarse tanto los pastores como sus rebaños. Un pastor del norte del Valle describe la que utilizaba su familia: se ubica en la zona kárstica de Sopeña, bajo los montes de Armañón. En realidad se trata de un saliente en el que se podían cobijar hasta 120 ovejas; está cerrado con una pared que por la parte interior alcanza un metro y medio de altura. En una zona donde el techo rezuma agua colocaron unos cabrios y encima tablas y tejas para evitar las goteras. Antes de subir con el rebaño a la cueva introducían en ella basura para camas, que acarreaban con el burro, ya que les resultaba más cómodo que con la pareja de bueyes. Cada una o dos semanas, cuando estos corrales se humedecían con los excrementos, se extendían coloños de casqueadura para que las ovejas siguiesen disfrutando de un piso seco. En un extremo de la pared se dejaba una entrada estrecha que se cerraba con espinos y en el otro se abría otra más amplia por la que se podía introducir el carro. Esta última se cerraba con un seto formado por palos tejidos como una bardanasca y espinos.
Cuando andaba el lobo se colocaban sobre las paredes espinos para que las ovejas no huyesen del interior de la cueva. De este modo se evitaba que las matase; este depredador nunca osaba atacarlas en el interior del cercado pues recelaba del olor que dejaban los hombres y sus perros. En tiempos en que el lobo realizaba sus correrías era habitual dejar al perro atado junto a la entrada durante la noche. También los pastores se quedaban a dormir. Para ello trincaban o hincaban verticalmente en el suelo unos palos; procuraban hacer esto en una zona del saliente donde se reducía la altura del techo para poder fijar también a éste los palos que subían del suelo. Así colocaban cuatro o seis palos y a ellos ataban o clavaban otros horizontales a una altura de un metro del suelo de modo que las ovejas pudieran pasar por debajo.
Sobre estos palos se colocaba una bardanasca y encima de ella una colchoneta de lona. Utilizaban madera de avellano por ser frecuente en la zona y proporcionar palos derechos, poco pesados y fáciles de trabajar. Sobre este entramado podían dormir dos personas; se cubrían con mantas viejas o tapabocas. No pasaban frío ya que las ovejas desprendían calor. El informante recuerda el rumor incesante que durante toda la noche producían las ovejas al rumiar al unísono.
Casetas. Tras aprobarse en 1910 el Reglamento para la roturación de los terrenos comunales los vecinos comenzaron a solicitar los cierros, zonas de pasto y bosque de aprovechamiento comunal, que fueron pasando a manos de particulares. La mayoría de estos cierros se convirtieron en zonas de praderío y se comenzaron a construir en ellos casetas o casillas donde refugiar el ganado de monte tanto ovino como vacuno.
Están levantadas con materiales del lugar en planta rectangular de dos alturas; planta baja dedicada a cuadra y alta o sobrao, destinada al almacenaje de hierba. Otros edificios, de menor volumen, tienen una sola planta destinada a cuadra solamente. Este tipo de construcción es más habitual en la zona sureste del Valle aunque está presente también en otras zonas de Carranza.