Labores
La primera obligación del pastor concejil era reunir todas las reses del pueblo a primera hora de la mañana. Es lo que en Treviño (A) se conocía como «congregar las puntas» (partes del rebaño que juntas forman el todo).
Para llamar al ganado y que los vecinos lo soltaran, el pastor concejil solía utilizar una bocina de cuerno[1] (Berganzo, Bernedo, Ribera Alta-A; Bigüezal-N), cencerro (Allo-N), zumba e, incluso, campana y más modernamente corneta (Abecia, Moreda, Urkabustaiz-A; Bigüezal, Roncal-N). En Moreda a este toque se le conocía como «echar la maitinada». A continuación el pastor conducía el ganado al monte, donde lo tenía pastando todo el día hasta que llegaba el momento de regresar al pueblo; en ocasiones, sin embargo, pernoctaba junto a los animales.
En Roncal (N) el cabrero hacía sonar la corneta anunciando la recogida por las casas de las cabras para llevarlas al monte. En Abecia (A) al tiempo de tocarla gritaba: «¡Sacad las ovejas!». A continuación, conducía el rebaño hasta los barbechos o la sierra, evitando en todo momento que entrara en los vedados. En la sierra de Badaia (A) se acostumbraba descontar una parte del sueldo al pastor en caso de que el rebaño se adentrara en terrenos labrados.
El pastor debía cuidar de que el rebaño acudiera a los abrevaderos al mediodía en época de calor y después a los asestaderos, para bajarlo al pueblo diariamente al anochecer.
Álava
En Berganzo había dula, vacada y cabrada, atendidas por el dulero, vaquero y cabrero respectivamente. Todos los tipos de ganado, ya fueran vacas, ovejas, cabras o caballos, tomaban tanto como punto de partida como de llegada una zona en concreto de una calle. La labor consistía en llevar el ganado al monte próximo, en invierno, desde las nueve y media de la mañana hasta el anochecer, esto es, las cinco o seis de la tarde; en verano, desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. La función del dulero era la de cuidar de los animales del pueblo y para ello se ayudaba de un perro y un palo largo de boj, haya o roble. Los animales llevaban un cencerro grande de zinc o de chapa llamado zumba para poder localizarlos en caso de extravío. Las yeguas portaban campanillas en la cabezada. Debido al ruido que provocaban, su vuelta al pueblo congregaba a chiquillos y adultos en busca de sus animales. Los días de fiesta para el dulero eran los que caían nevadas copiosas; en esas fechas los ganados permanecían en sus casas. En la época de la trilla llevaba el ganado a los pastos al amanecer y regresaba al pueblo a las diez de la mañana para trillar; luego, a las cuatro de la tarde volvía a los pastos hasta el anochecer.
En el supuesto de que el concejo así lo decidiera, el pastor tenía que pernoctar junto al ganado en el campo. Si desaparecía una res debía comunicárselo al dueño antes de que anocheciera; si no lograban encontrar al animal, el pastor se responsabilizaba del daño causado. También era cometido suyo evitar que el ganado quedara atrapado en una grieta, sufriera el ataque de las alimañas o se mezclara con otro rebaño.
En Bernedo había pastor de ovejas, cabras, vacas, caballerías y bueyes de trabajo. El ganado se sacaba durante todo el año menos cuando nevaba o helaba y aunque no hubiese pasto, simplemente para que se moviese. A los bueyes sólo los sacaban de mayo a San Miguel, el 29 de septiembre. En las festividades del Corpus, la Ascensión y Jueves Santo, el ganado permanecía en casa todo el día para que los pastores tuvieran fiesta.
En Moreda las cabras de los vecinos constituían el rebaño de villa. Cada familia solía tener de dos a cinco cabras para abastecerse de leche y cabritos. Estos animales se reunían en un rebaño que salía a pastar bajo las órdenes del pastor de villa que era contratado por los vecinos. Al toque de la gaita o corneta, las mujeres sacaban las cabras de las cuadras y las llevaban hasta el corral, plaza o lugar donde tenían concertado. Al regreso, el cabrero las dejaba a la entrada del pueblo y cada animal iba por su cuenta a su casa. En verano el pastor retornaba al mediodía y volvía a salir con el rebaño al campo hasta el anochecer. Las jornadas del estío en que el sol no calentaba en exceso se quedaba con el rebaño todo el día en el campo.
En esta misma localidad alavesa, los machos y caballerías empleados como animales de montura o fuerza de trabajo, hace muchísimos años, se sacaban en rebaño cuando sus propietarios no los llevaban a trabajar. Cada vecino acostumbraba a tener un par de estos animales. El día que no le hacían falta los echaba junto a las caballerías de los otros vecinos en su misma situación al rebaño de ganados de villa, que recibía el nombre de dula. El pastor de caballerías recibía el nombre de dulero y salía por las mañanas con los animales al campo. Desaparecida la dula los ganados que no trabajasen eran sacados por sus amos a una era, rastrojo o finca para que pasaran el día y comieran.
En Lanciego hubo dula de caballerías, especialmente de muletos para su recría en el monte.
En Apellániz, según se constató a principios del siglo XX, en tiempo de faena, el bueyero reunía el rebaño a las tres de la tarde para conducirlo a los prados hasta la mañana siguiente en que iba devolviendo las reses a sus dueños para que trabajaran en la era en la trilla o fueran a acarrear. En septiembre, cuando las yuntas solían ir al monte para traer las suertes de leña, los ganados que se ocupaban en esta faena debían ser llevados por su propietario a un punto determinado, a las seis de la tarde, donde eran recogidos por el bueyero para pasar la noche fresca. El pastor los reunía con los de las reses de la tarde. La bueyería comprendía los ganados que se destinaban a la agricultura y también las vacas y novillos de más de cuatro años.
La mulería la constituían todos los caballos, machos, potros y yeguas que mandasen los ganaderos. La yegüería la formaban las yeguas y caballos de la mulería, excepto caballos mayores de tres años sin castrar. El responsable de la mulería, por su parte, sacaba los animales a los pastos por la mañana, regresando con ellos a última hora de la tarde.
El conocido como rebañero era el encargado de cuidar de los rebaños de ovejas, aunque a veces también de las cabras. El cabrero, tan pronto amanecía, llamaba a la manada a son de corneta y la llevaba a los pastos de Izkiz o de la sierra, cada día por diferente camino. En el almaje de cabras entraban todas las de esta clase.
Además, en la época en la que abundaba la grana, solían encargar al gurrinero del cuidado de los cerdos que echaban al monte para aprovechar el fruto de hayas y robles. A pesar de todo, la mayoría de las veces estos animales pastaban sin tener a nadie que cuidara de ellos.
En el Valle de Arana, entre los pastores más importantes estaban el vaquero y el yegüero. A principios del siglo XX, se contrataba boyero desde el día de la Cruz de mayo hasta la festividad de Santa Úrsula (21 de septiembre) o San Andrés (30 de noviembre). Debía recoger los bueyes vacantes en la plaza de las ocho de la mañana a las cuatro de la tarde.
Navarra
En Améscoa, a principios del siglo XX, los concejos contrataban vaquero y yegüero para el cuidado de las vacas y de las yeguas respectivamente. Los de San Martín le construían una chabola de ramas y céspedes en la sierra para que pernoctara cerca del ganado. Entrado ya el siglo y una vez que hubo desaparecido el lobo, los concejos dejaron de contratarlos. Había yegüería concejil que se componía de las yeguas de los vecinos. Cuando había que bajarlas al pueblo para darles sal o para la trilla, ayudaban al yegüero dos o tres vecinos designados «a renque», según la lista de vecinos propietarios de las yeguas, y por tal motivo les llamaban renqueros. También en Bernedo (A) se ha recogido el dato de que el dulero se encargaba de bajar quincenalmente el ganado vacuno al pueblo para que tomara sal.
En la Sierra de Codés había pastor de ovejas y cabrero que se ocupaban de subir el ganado ovino y caprino, respectivamente, a los pastos de altura. Las vacas y caballerías se consideraban como ganado de villa, y se sacaban de las casas tras el anuncio del pastor de villa, dulero o machero (pastor de machos), que las llevaba igualmente a las majadas.
En Izal también queda constancia de la boyería y la cabrería, así como del pastor comunal que tenía derecho a llevar su ganado con el resto del rebaño.
En Allo contaban con dula, boyería y cabrería. A continuación se describe pormenorizadamente su funcionamiento:
La dula era un descubierto amplio cercado con tapia de piedra, de propiedad municipal, al que se llevaban los machos, mulas, yeguas y caballos. Adosado a él había una pequeña casa que servía de vivienda para el pastor, el dulero.
Cada mañana el dulero recorría las calles tocando un cencerro grande, con badajo de palo, denominado zumba con el que iba avisando a los vecinos para que sacaran sus ganados. Aquéllos que por la mañana no tenían intención de llevar su ganado al trabajo, lo conducían puntualmente a la dula, sin más aparejos que el cabestro y el ramal. No había preferencias a la hora de conducir los animales de casa a la dula o viceversa. Unas veces lo hacían los hombres y otras muchas iban las mujeres, sin que ello estuviera mal visto. Siempre se les llevaba bien sujetos pues de lo contrario constituían un continuo peligro y por ello eran frecuentes los bandos públicos que recordaban este deber.
El número de caballerías que se reunían variaba mucho, según la época del año. En temporadas de grandes faenas como eran la labranza, siembra, trilla y acarreo, iban pocas; y los domingos o festivos lo hacían casi todas las del pueblo.
A la hora establecida, que también difería según fuera verano o invierno, el dulero abría las puertas del corral y marchaba con el ganado camino de Río Mayor, Orzalapaiza o Monte Ezquivel. En este lugar lo dejaba suelto durante todo el día mientras que él se dedicaba a cortar ollagas (aulagas), que amontonaba en gavillas y traía luego al pueblo. Se las vendía a los panaderos como combustible para sus hornos, al precio de 5 reales la carga a principios del siglo XX.
Al atardecer regresaba a la dula, donde ya le esperaban los dueños de las caballerías con el cabestro y el ramal en la mano, para volverlas a llevar a casa. Algunos optaban por dejarlas en el corral hasta el día siguiente. Cuando nevaba o llovía mucho, las caballerías no salían al campo; permanecían en casa.
En esta misma localidad navarra de Allo se ha constatado la existencia de la bueyería, que era el lugar donde se daban cita los bueyes y vacas de labor que no habían de ir a trabajar para salir al campo a pastar cada mañana. El recinto era un descubierto de medianas proporciones, cerrado con alto muro de piedra de mampostería. A su cargo estaba el bueyero, nombramiento concejil por el sistema de «memorial» que más adelante se describirá. Salía al campo siempre que el tiempo lo permitiera aunque se reunieran pocos animales.
Tenía además la obligación de sacar el ganado durante cuarenta noches de verano, generalmente en la época de acarreo y trilla. Al atardecer se llevaban los animales a la bueyería y a algunos de ellos el pastor les colocaba una zumba al cuello para que no se despistaran en la oscuridad de la noche. Con la amanecida regresaban, dejándolos el pastor a la entrada del pueblo y los animales por su cuenta se encaminaban a sus casas. Algunos pasaban el día en la cuadra, pero a la mayoría los dueños se los llevaban a la era.
Por lo que respecta a la cabrería normalmente era tarea de las mujeres llevar las cabras al lugar desde donde puntualmente salían cada mañana custodiadas por el cabrero a pastar al campo. Volvían al pueblo al atardecer y una vez entraban en él, el pastor se desentendía del rebaño. Las cabras más dóciles o mejor disciplinadas regresaban solas a su casa pero a las otras debían ir a buscarlas; normalmente se encargaban de ello los chicos antes de que anocheciese. A estos animales se les adiestraba para que volviesen a casa teniéndoles preparado un puñado de cebada. A principios de la década de los setenta se vendieron en los pueblos vecinos las últimas cabras y sólo desde principios de la década de los noventa se han vuelto a ver, esta vez mezcladas con las ovejas que constituyen el rebaño de un pastor.
En Mélida los animales que se sacaban a pacer o se soltaban eran las vacas secas, las novillas y las cabras, la cabrería que llamaban. Las primeras se sacaban principalmente en primavera y otoño mientras que en invierno se las tenía a resguardo. Las cabras, en cambio, salían durante todo el año, desde las ocho de la mañana hasta el anochecer. Las mujeres se ocupaban de sacarlas y el cabrero las tenía pastando durante toda la jornada. Una vez que llegaban al pueblo por la noche sabían regresar solas a sus casas. Los dueños acudían a buscarlas sólo cuando habían salido por primera vez y no conocían el camino. Cuando se juntaba un buen número de cabezas, casi todos los animales del pueblo, a este agrupamiento se le denominaba dula y podía ser tanto de vacas como de cabras.
En Valtierra y San Adrián, los vecinos sacaban por la mañana los animales a una era de las afueras de la localidad, donde esperaba el dulero. El rebaño pastaba por los faceros de los sotos y no por las corralizas. Al regreso dejaban los animales donde los habían recogido y ellos solos volvían a casa.
En San Martín de Unx las cabras, conducidas por el cabrero, iban a los lugares que tenían asignados. El cabrero recogía las cabras de la calle, donde las echaban sus respectivos propietarios, y las iba encerrando en el corral del cabrerío antes de salir a los pastos. A su regreso dejaba a los animales en libertad por las calles del pueblo, desde donde cada uno volvía a su casa. También salían durante todo el año los machos y las mulas, que formaban la dula. En esta población se denomina dula al rebaño formado por caballos, mulas y asnos. Las vacas, cuando las hubo, sólo salían en verano, mientras que en invierno permanecían estabuladas.
En Sangüesa el ganado mayor se podía llevar a la dula, a cuyo frente estaba un yeguacero nombrado por el pueblo. El menor, constituido por las cabras, acudía a la cabrería municipal. Las cabras partían de la localidad desde un sitio concreto a primera hora de la mañana hacia los pastos comunales y regresaban al anochecer.
En Zirauki, Tafalla y Olite, además de haber propietarios particulares, también los ayuntamientos poseían numerosas cabezas de ganado que explotaban en beneficio del erario concejil.
- ↑ En algunas localidades como Valderejo (A) se ha recogido que se servían del cuerno de hueso y de metal para comunicarse los pastores entre sí o con los pueblos.