Consideración social

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Las condiciones de vida de los pastores asalariados han experimentado importantes cambios con el paso de los años. Los avances técnicos, la imposición de nuevos modelos organizativos o la disminución progresiva del papel del mundo rural y de las explotaciones agrícolas y ganaderas en el conjunto de la sociedad son factores que han determinado estas transformaciones.

En términos generales puede afirmarse que el oficio del pastor asalariado era duro, penoso y se desarrollaba en condiciones difíciles. Baste con señalar a modo de ejemplo que la manutención era, para muchos de ellos, la única compensación a cambio del trabajo realizado.

Pero, además, por si el frío, la nieve, la escasa alimentación o la soledad a la que debía hacer frente el pastor no fueran suficientes, se añadía el escaso reconocimiento social que ha tenido en su entorno, hasta el punto de que su profesión ha sido denostada y despreciada en no pocos lugares.

En Apellániz (A) este pastor asalariado, imprescindible en tiempos pasados, ha perdido su importancia y hoy apenas si queda alguna persona que se dedique a este oficio. Los adelantos mecánicos para el cultivo y recolección de las especies agrícolas han hecho disminuir las yuntas de bueyes y vacas dedicadas a estos trabajos, así como las de caballerías que ayudaban a la trilla; los rebaños de cabras han sido suprimidos para evitar daños en el arbolado; las vacas, de razas elegidas para la producción de leche, se mantienen en los establos o acuden a los prados cultivados cercanos al pueblo, y las ovejas, de dominio particular, son atendidas por los familiares del dueño del rebaño.

Por otra parte, cada vez más iba escaseando el individuo que quería dedicarse a estas ocupaciones. El trabajo era muy pesado, todo el día a la intemperie sufriendo los rigores atmosféricos, y en ciertas épocas debiendo pasar la noche en el monte, sin más alicientes que la venida al pueblo los días de fiesta para oír la obligatoria misa, sin familia, casi siempre, que cuidase de ellos, haciendo su vida, cuando estaban en la aldea, en la casa del vecino que le tocaba por renque este servicio, poco considerado en su relación social, pues así lo acredita la sentencia que solía oírse corrientemente de que los pastores son como los trillos, «toda la vida arrastráus, y de viejos, al fuego».

Prueba de lo mal considerado que este gremio estaba en el vecindario, la tenemos en un par de coplas que los mozos solían cantar en las rondas que, algunas noches, celebraban por las calles de la villa:

Los pastores en el monte
todos hablan de cencerros
quién tiene mejor ganado,
quién tiene mejores perros.
Los pastores no son hombres,
que son brutos y animales
que hacen sopa en las gamellas
y oyen misa en los corrales[1].

Todo lo anterior fue causa de que prefiriesen la vida en la ciudad, donde tenían menos horas de trabajo, más ocasiones de divertirse, y un futuro, si no muy envidiable, siempre mejor del que podían esperar en el campo. Esta escasez dio motivo a que en Apellániz prescindiesen de sus servicios, cerrando con alambradas de espino artificial todos los límites con los pueblos circunvecinos para evitar las prendarias del ganado que pasaba a terreno ajeno, lo que traía aparejada la consiguiente multa, así como vallando las heredades cultivadas para precaver los daños que podían producirse en los sembrados, con cuyas cerraduras, cercanas a los pastizales, no fue necesario el concurso del pastor.

En Urkabustaiz (A) los informantes señalan que no tenían demasiado trabajo dado que sólo se encargaban del ganado en invierno, cuando los animales debían regresar diariamente a la cuadra. Por el contrario en verano el rebaño permanecía en la sierra día y noche, por lo que se limitaban a realizar visitas esporádicas. Esta visión contrasta con la de Moreda y Berganzo (A) donde se reconoce que el oficio de pastor era muy sacrificado ya que se tenía que trabajar todos los días del año, excepto si la climatología era adversa. El pastor de Lanciego (A), que sube al monte comunero de Toloño todos los veranos, señala que sólo guarda fiesta una jornada al año y baja a comer al pueblo dos días, por la Virgen de Septiembre, en que se celebran las fiestas patronales de Lanciego.

En Navarra, numerosos documentos dejan constancia de la mala fama de los pastores en siglos anteriores[2]. Estos recelos también se percibían en la zona de Lezaun (N), fundamentalmente para con los pastores que llegaban de otras zonas, a los que se acusaba de pendencieros y poco escrupulosos.


 
  1. Los datos referentes a esta localidad han sido tomados de Gerardo LÓPEZ DE GUEREÑU. «Apellániz. Pasado y presente de un pueblo alavés» in Ohitura, 0 (1981) pp. 121-123.
  2. «Estos pastores asalariados y desarraigados crearon en nuestras sierras un mundo pastoril y una picaresca que nada tiene que ver con nuestro mundo pastoril indígena. So pretexto de arreglar diferencias y devolverse mutuamente las ovejas mezcladas y encontrar dueño a las monstrencas, tenían sus juntas presididas por el juntero o sustituto del Patrimonial, a las que llamaron Juntas de Mesta, que se multiplicaron excesivamente y degeneraron en días de diversión, juego, comilonas y quincallería de ‘zapatos de juego’ y de barajas, lo que obligó a nuestras severas Cortes a poner orden en las Mestas de las sierras, prohibiendo los excesos que se cometían y determinando que las juntas fueran cuatro al año: los días de San Juan, Santiago, San Bartolomé y San Mateo, de sol a sol y no más». Vide Luciano LAPUENTE. «Estudio etnográfico de Améscoa» in CEEN, VIII (1976) pp. 437-438.