Cuidado de la colmena

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En Carranza (B) el dueño de un colmenar lo visitaba regularmente a lo largo de todo el año. El final de la primavera y el comienzo del verano marcaban el inicio de la temporada en que las colmenas enjambraban por lo que el apicultor debía estar atento a la salida de los enjambres con los que reponer las bajas producidas durante el invierno o ampliar el colmenar.

El otoño era el tiempo de catar o extraer la miel de las colmenas y observar el estado en que se encontraban. El apicultor determinaba entonces la fuerza o cantidad de ganado de cada una de ellas, esto es, la abundancia de abejas que la componían, y en función de su fortaleza extraía mayor o menor cantidad de panales. Aunque la época propicia para catar era el otoño, tal y como señala el refrán que se recoge a continuación, cuanto más tarde se procediese a esta operación mayor seguridad había de que el enjambre sobreviviese al invierno:

Si quieres miel por San Miguel,
si quieres colmenar por Navidad.

Otra de las preocupaciones era la alimentación de las abejas. La única forma de controlarla era disponiendo las colmenas en áreas con abundantes plantas melíferas. Tradicionalmente se ha considerado que las mejores zonas son las de monte, allá donde predomina el brezo. Se considera que ésta es la ubicación idónea para el colmenar pues las abejas disponen de una abundante y prolongada floración y la miel resultante es de excelente calidad. Por el contrario se solía decir que la miel obtenida de hieras (hiedras) era muy amarga. La actividad de libar las flores y de recolectar su polen es denominada por algunos pacer, por equiparación a los demás herbívoros.

Durante la época invernal, sobre todo cuando nevaba, algunos alimentaban directamente a las abejas para evitar su muerte. Cerca de la piquera se les ponían platos con azúcar en estado sólido y a veces con compota de manzana. Se les tiraban las frutas medio podridas y cuando se hacía la sidra parte del orujo, esto es, los residuos prensados de la manzana tras haber extraído el zumo. También los cerotes o restos de cera que quedaban después de sacar la miel de los panales o éstos mismos cuando apenas contenían miel.

Durante la recolección de la miel el apicultor ya se había percatado de cuáles eran las colonias con menos reservas de alimento y era a éstas a las que prestaba más atención. En el barrio de la Calera, en tiempos pasados, metían dentro del cepo una torta de maíz. Esto lo hacían justo después de catar; si veían que el cepo estaba flojo dejaban una torta sobre el asiento antes de volver a poner la colmena vertical. También las alimentaban con los cerotes o untando con miel palos que introducían a través de los orificios de la piquera.

En Abanto y Zierbena (B) en épocas de escasez se alimentaba a las abejas con azúcar y vino. En Urduliz (B) cuando el invierno era duro y las abejas consumían todas sus provisiones, les solían poner un poco de azúcar. En Moreda (A), habas cocidas con azúcar, y en Urkabustaiz (A), agua y miel. En Astigarraga (G) se les proporcionaba agua con azúcar en unas tejas que se colocaban junto a las colmenas en las temporadas en que no había suficiente flor o en invierno.

Al estar las colmenas a la intemperie, con el transcurso del tiempo se agrietaban. En Carranza (B) tanto las grietas como otros desperfectos se cubrían con tablillas o trozos de hojalata. Los orificios y pequeñas hendiduras se tapaban con arcilla o con boñiga de vaca. Si la madera se rajaba completamente se clavaba una herradura para unir las dos partes o se rodeaba con un cello, esto es, con una tira metálica estrecha. Algunos consideraban que el momento idóneo para realizar estas labores era recién catado el cepo ya que entonces las abejas no atacaban.

En Valderejo (A) para evitar corrientes de aire en las colmenas cilíndricas, fabricadas a partir de troncos vaciados, y que pudiesen introducirse insectos o ratones en su interior, se tapaban las ranuras con estiércol fresco de vaca.

En Carranza antaño poco se sabía de las en fermedades que podían padecer las colonias de abejas y de los parásitos que se desarrollaban en ellas. El único tratamiento recordado consistía en quemar tabaco en el interior del cepo para que el humo ahuyentase a los arañones, las arañas. Se introducía ardiendo, depositado en un plato o liado en cigarrillos gruesos. La muerte de un enjambre se atribuía siempre a la falta de alimento y al frío, no a enfermedades ni a la actividad de parásitos. En cambio, se sabía que algunos animales atacaban las colmenas para aprovechar la miel. La marta y la garguña roían la madera hasta hacer un agujero por el que extraían la miel y la cera provocando la muerte de la colonia. Los picorrelinchos o picorrolinchos, pájaros carpinteros, también abrían agujeros con su pico con idéntica intención.

En Telleriarte (G) recuerdan que el peor enemigo en invierno era el pájaro carpintero. Dando golpes con su pico hacía salir a las abejas a la entrada de la colmena y se las comía a medida que iban apareciendo.

En Urkabustaiz se intentaba evitar la entrada de ratones, que comían la miel, y de arañuelos, unos animales de minúsculo tamaño. En Apodaca (A), de los ratones, además del ataque de animales mayores como el tasugo o tejón.

En Vasconia continental saben que las abejas han de protegerse de los ratones y las garduñas, sagu eta pitotxak; también tienen constancia de que las avispas, leizorrak, capturan abejas y se las llevan.

En cuanto al colmenar, en Carranza el apicultor se encargaba de segar la hierba y la maleza que creciese alrededor y cuando había vendavales acudía a reparar los tejados de las colmenas y devolver a su posición las que hubiesen resultado volcadas.