Sierra de Andia

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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La Sierra de Andia o «la del rey» como la llamaban los mayores en Lezaun (N) siempre fue más explotada que la de Urbasa. Al estar a mayor altura sus hierbas son consideradas de más calidad. El pastizal ocupa casi la totalidad de las 4.700 ha de extensión de la sierra.

En Andia no se podían construir bordas para acoger al ganado; pero estaba permitido hacer chozas y majadas cumpliendo las siguientes prescripciones, según los informantes de Lezaun.

– No se permitía cubrir con teja ningún edi-ficio; ni siquiera la txabola del pastor. Así se evitaba que estas construcciones tuvieran carácter permanente. Fue en los años treinta cuando se comenzó a utilizar la teja y el cemento en las edificaciones.
– Las paredes de la majada no podían reba-sar la altura de una vara navarra (80 cm aprox.); éstas tenían que ser de canto seco, sin argamasa y las piedras de una hilada no podían cruzarse con las de la hilada inferior. Con todo ello se quería subrayar la ausencia de toda propiedad.
– Si durante dos años se dejaba de utilizar lamajada se perdía el derecho de uso.
– Cuando un pastor abandonaba al entrar elinvierno la txabola construida en piedra debía quitarle la puerta o, en todo caso, dejarla abierta. Actualmente el Gobierno de Navarra permite cerrarla si en las proximidades hay un refugio abierto para la gente.

Los pastores que herbagaban[1] en la Sierra de Andia construían dos tipos de txabolas. Por una parte estaban los llamados riberos, pastores de ovejas churras que subían de la Ribera; éstos levantaban unas chozas de estructura muy simple. Un palo horizontal apoyado sobre otros dos palos ahorquillados hacía de gaillur o caballete; de esta cimera se echaban, a ambos lados, ramas hasta el suelo; para que esta cubierta quedase impermeabilizada las ramas se cubrían con céspedes. Estos pastores, que no se separaban del rebaño durante todo el día, permanecían en la sierra solamente durante la etapa cálida del año. Sus majadas eran también muy simples: un cercado de piedra para recoger en él por la noche las ovejas. Adosada a él se levantaba la choza del pastor.

Por otra parte estaban las txabolas levantadas por los latxeros o pastores de ovejas latxas. Estas ovejas no necesitan un seguimiento tan continuo como las churras pero, por contra, sus pastores tienen que pasar más tiempo en la majada y en la txabola por razón del ordeño diario y la fabricación de los quesos. En las majadas más antiguas estas txabolas son de planta circular y techo de falsa cúpula. Algunas son de planta cuadrada y otras, más escasas, de planta rectangular.

La majada de los latxeros es más compleja; dispone del estajo o cerco de estacas para ordeñar y curar las ovejas y también de la pocilga para albergar los cerdos que engordaban con el suero residual y con achunes (ortigas). Los latxeros de la Barranca llaman zotola a esta pocilga construida con ramas y tepes.

Al grupo primero de los riberos pertenecían los pastores de San Martín de Unx (N), que trashumaban con sus rebaños a la Sierra de Andia. En sus bosques construían un tipo de choza similar a una tienda de campaña: su estructura constaba de dos bípodes sobre los que se colocaba un larguero. Entre éste y el suelo, a dos aguas y paralelamente a los bípodes, se ponían palos en los lados laterales y en el trasero, dejando una luz de 15 cm entre uno y otro. La estructura se terminaba mediante una cubierta de tolmos[2] o tepes. La entrada se orientaba hacia un lugar resguardado del viento.

Esta costumbre de levantar chozas en el monte se extinguió en la década de los años setenta cuando los pastores comenzaron a alojarse en los pueblos próximos a la sierra.

Al grupo de los latxeros pertenecen los pastores del Valle de Ultzama que iban en primavera a la Sierra de Andia, a la que ellos llaman Aundimendi y donde tenían sus chozas, etxolak. Éstas están construidas con piedra caliza del lugar; son de planta cuadrada y cubierta de teja a dos aguas (antaño el tejado era de tablillas de madera). En su interior se encuentra el fogón, sulekua, y una mesa para elaborar el queso. A un lado y separado por un tronco se halla la cama para dormir, oatzea, que venía a ser un montón de helecho, iratze ugari metatuz, sobre el que se colocaba alguna tela y mantas viejas como cobertores. En la pared disponían de estantería, apalategia, para dejar los alimentos y depositar los quesos. Colgando de los muros estaban las herramientas de trabajo: hacha, sierra, martillo, etc. La puerta de entrada era partida; la parte superior permanecía habitualmente abierta para que entrara la luz al interior.

Txabola circular en Andia. Lezaun (N). Fuente: José Zufiaurre, Grupos Etniker Euskalerria.

Los pastores de Ultzama disponen en Aundimendi de corrales, korraleak, levantados contra rocas y cerrados con piedras abundantes del lugar y con ramas. Así se formaba el lugar de ordeño deistegia.

Pero cuando estos pastores pastan con sus rebaños en los montes de Ultzama colocan el corral entre dos grandes hayas. Para ello clavan en el suelo una empalizada en forma de círculo hecha con gruesas estacas, trenzándolas con ramas más delgadas y consiguiendo así un buen cierre. Luego en el interior del corral se hace una separación para el ordeño, deistegia. En estos rediles permanecen las ovejas solamente en las noches templadas; si el tiempo es malo y las bordas no están muy alejadas se conduce el rebaño hasta ellas. Las madres que tienen cría se quedan todos los días en la borda para completar con cereal su alimentación de hierba.

Bordas para refugio del ganado. Los vecinos de Lezaun (N) en el límite meridional de Andia, en tiempos pasados no tenían majadas en plena sierra. Ello era debido a que, hasta los años cincuenta, solamente criaban ganado merino que necesita techo para pernoctar.

Por eso los pastores cubilaban el ganado lanar en bordas sitas en la muga con la sierra, en términos del pueblo, y bajaban a dormir a sus casas.

Lo mismo ocurría con otros pueblos que limitan con la Sierra de Andia. Ni en esta sierra ni en La Planilla podían hacerse edificaciones consolidadas. Por esta razón había bordas para refugio de ganado en términos de Abarzuza, Iturgoien, Arguiñano, Munarriz, Goñi, Urdanoz, etc. El terreno en el que se levantaban era cedido en usufructo y con la condición de que en cada borda se refugiara únicamente ganado propio. Hoy estas bordas están en ruinas.

En Lezaun (N) a los rediles se les llama majadas y en la toponimia de la zona se conservan denominaciones como La majada cara y La majada de Ollarín.

Actualmente en esta localidad hay cuatro rebaños de ovejas latxas que tienen sus majadas en la Sierra de Andia.

Chabolas tumulares. Junto a majadas actuales de pastores latxeros se encuentran en esta misma sierra de Andia ruinas de antiguos albergues pastoriles a los que Leizaola denomina chabolas tumulares[3].

Estas cabañas generalmente de planta rectangular fueron construidas en lo alto de un túmulo que, en algunos casos, llega a tener más de tres metros de altura y una base circular de trece metros de diámetro. Su construcción y uso se atribuye, según este autor, a los pastores que subían a esta sierra a primeros de junio procedentes de la Ribera y de la Zona Media de Navarra.

En los años ochenta estos refugios se encontraban arruinados. Restos de antiguas construcciones de estas características se encuentran junto a las majadas de Iruzpegi, Dorrokotea, Medios, Sosa, Sosa Portillo, Laskardi, Mirandasario, Pokapena y Erriturri entre otras[4].


 
  1. José María IRIBARREN en su Vocabulario Navarro. Pamplona, 1984, define «herbagar» como «pastar un ganado en las hierbas de un monte o corraliza».
  2. En San Martín de Unx, tolmo equivale a tormo, esto es, «terrón de tierra». Vide Ibidem, pp. 514 y 516. Pero uno de los pastores informantes de esta localidad lo hace sinónimo de tepe, en su acepción de «pedazo de tierra cubierto de césped y muy trabado con las raíces de hierba que sirve para hacer paredes y taludes». Vide Francisco Javier ZUBIAUR; José Angel ZUBIAUR. Estudio etnográfico de San Martín de Unx. Pamplona, 1980, p. 196.
  3. Fermín LEIZOLA. «Las ‘Txabolas’ tumulares de la Sierra de Andia» in Pyrenaica. Nº 125 (1981) pp. 329-333.
  4. Ibidem, p. 330.