Sal y pan
En Urkabustaiz (A) para atraer a los animales se utilizaba sal y pan. Se les llamaba con suavidad al tiempo que se les ofrecía este alimento en las manos. En el caso de las yeguas se solía dejar la sal en el suelo para que la comieran directamente. En la sierra existían también las llamadas saladeras, piedras conocidas con este nombre porque en ellas echaban la sal. El pastor siempre iba provisto de un cuerno con esta substancia para dársela a los animales. Con los cerdos, para que entraran en las chabolas preparadas en el monte, se echaban espigas de maíz o grano en el interior y luego se cerraba la boquera con espinos.
En Valderejo (A) con las yeguas que permanecían en los pastos altos y se destinaban a la cría se empleaba el siguiente sistema: dada su manifiesta inclinación a tomar sal y pan, una persona les ofrecía estas sustancias mientras se iba acercando pausadamente, hablándoles, hasta conseguir aproximarse a ellas, momento que aprovechaba para colocarles las cabezadas.
En Apodaca (A) cuando había que bajar el ganado caballar del monte, se llevaba un poco de pan o sal. Con cuidado se arrimaban a las yeguas llamándolas o silbándolas y mientras probaban el pan o la sal ponían el ronzal a la más vieja ya que las demás la seguían. Cuando llegaban a la barrera las separaban, tomando las que interesaban y arreando el resto al monte. En el caso de las vacas se les llevaba pan y sal y con la ayuda de los perros se bajaban todas en manada. Para recoger las cabras daban sal o pan a la más vieja o al chivo y a continuación iban todas las demás; como en el caso anterior también se valían del perro. Los rebaños de ovejas se conducían de un sitio a otro llevando el pastor el carnero detrás de él, dándole pienso. El día en que se iban a bajar los cerdos del monte a casa, se salía antes de amanecer para pillarlos tumbados en la chabola. Se les enseñaba el pienso y dándoselo al jefe de la manada, al mandamás, todos le seguían.
En Améscoa (N) para capturar las yeguas serranas y ariscas se valían de la cabezada de cuerda. Aquellos hombres musculosos de antaño estaban muy habituados a tratar con ellas y se daban maña para lanzarse al cuello y atraparlas con la cabezada. Cuando eran muy esquivas se valían del lazo. Echaban un poco de sal en el suelo, colocaban cerca un simple lazo hecho con una cuerda larga que ataban a un árbol y, cuando la yegua acudía a la sal y pisaba dentro de la lazada, tiraban con habilidad de la soga y la atrapaban por la pata.
En Lezaun (N) para capturar en el monte vacas o yeguas que fueran dóciles se les engañaba con sal o pan y se les ponía el cabestro a las yeguas o un ramal que iba de los cuernos al morro a las vacas.