Control de los animales en los prados

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Con anterioridad a la generalización de las vallas que delimitan los prados e impiden que los animales salgan de ellos, era necesario cuidarlos para que no se escaparan. Ya se ha recogido en los apartados anteriores que ésta era una tarea que en muchas poblaciones de la vertiente mediterránea ocupaba a los pastores contratados por los vecinos. Allí donde no se conocía esta figura, mayoritariamente en la vertiente atlántica, esta labor solía correr a cargo de los niños.

Cuando no se podía permanecer vigilando a los animales se les mantenía atados en los prados para que no se escapasen o se les aplicaba algún dispositivo que les impidiera alejarse demasiado o entrar en las heredades sembradas.

Soga o cadena atada a una estaca

Para que las yeguas pasten sin moverse demasiado, se les ata en corto una mano o pata delantera con un ramal o cadena a una cuña de madera que se introduce en el suelo, de forma que puedan trasladarse escasos metros. Lo mismo puede hacerse con las vacas, cabras y burros. Es lo que se denomina traba (Urkabustaiz-A). En Apodaca (A) le ataban a las patas una soga larga amarrada a un árbol o estaca, así pastaba en una zona limitada.

En Valderejo (A) se ataba una cadena larga, de unos seis metros, a una de las patas delanteras, y por su otro extremo se sujetaba al suelo mediante una estaca con un reborde orientado hacia abajo que impedía que se saliera la cadena. Otro sistema consistía en atar una anilla a una de las manos del animal, generalmente caballar. A esta anilla se le ataba una cuerda, que a su vez se sujetaba a un madero alargado. Este método si bien permitía el desplazamiento del animal obstaculizaba en gran manera que recorriera grandes distancias.

Asno atado. Zenarruza (B), 1997. Fuente: Luis Manuel Peña, Grupos Etniker  Euskalerria.

En Moreda (A) cuando la caballería permanecía sola pastando en el campo y se quería evitar que se alejase del lugar, se enganchaba un cabo de la soga de una pata y el otro de un poste, árbol o piedra. Nunca se ataban del cuello para evitar que se enredase la cuerda y pudieran llegar a ahorcarse.

En Beasain (G) el único animal del caserío que se ha solido atar mientras pacía era el burro o el caballo. Con un ramal atado a su cabezal, se sujetaba el otro extremo a un hierro, por ejemplo una laya vieja, clavada en el centro del trozo de herbazal en que debía moverse. Así se le tenía sujeto pastando en la superficie circular que le permitía la cuerda. Rara vez se veía pastando alguna vaca así atada. En Elosua (G) se sujetaba mediante una cadena metiendo un eslabón en la laya, e hincando ésta en tierra. De esta forma el animal podía alcanzar una distancia determinada. Se dejaba al burro pastando hasta que agotara la hierba que alcanzaba, cambiándolo después de lugar. En Urduliz (B), cuando se iba por hierba con el burro, se le ataba con una cuerda a una laya que se hincaba en la tierra. Este mismo procedimiento se empleaba cuando se le llevaba a una campa a pastar. A medida que iba comiendo la hierba se le desplazaba de sitio.

En Sangüesa (N) en el campo y para que los animales de labor descansasen o paciesen se les ataba con una soga larga, ramal, a veces con cadena metálica, a un árbol, a una piedra grande, a una estaca de madera o a un largo clavo de hierro hincado en la tierra. En San Martín de Unx (N) si dejaban las caballerías pastando en el campo, les ponían trabas en las manos o bien un ramal largo sujeto a una piedra.

En el Valle de Carranza (B) hasta bien avanzada la década de los sesenta, las vacas que se echaban a pacer en los prados se amarraban por los cuernos con cadenas de 6 ó 7 metros de longitud, cuyos extremos se sujetaban a picachos, pequeños troncos de madera hincados en el suelo. Igualmente, para la sujeción de este tipo de animales se llegaron a utilizar las encuertas, especie de maromas que se hacían con varas de rebolla, roble. En el caso de las caballerías, hasta no hace muchos años los que se tenían en la cuadra se echaban en ocasiones a pacer a los prados cercanos del caserío. Para impedir que se alejasen del lugar amarraban a la cabezada, hecha con cuerda de cáñamo, una cadena o un ramal que se sujetaba a un picacho hincado en el suelo.

Carnero atado. Sierra Salvada (A), 1992. Fuente: Félix Murga, Grupos Etniker Euskalerria.

En Abanto, Zierbena, Galdames y Muskiz (B) se usa el hincón, litón o picarrón, pieza de hierro clavada en el suelo (el picarrón también suele ser de madera) y a ella se ata el extremo de una cadena que sujeta al animal al objeto de restringirle la zona donde puede pastar.

En Allo (N) cuando pacían en el campo los dejaban atados con el ramal, cuyos extremos estaban unidos uno al cabestro del animal y el otro a una estaca puntiaguda que se hincaba en el suelo. En este caso la longitud de la cuerda era más o menos larga según fuera la extensión de la era o el pasto donde se dejaba apacentar la caballería.

En Bernedo (A) si se sacaba cerca de casa para que pastara un rato, se le ataba con una soga larga a un árbol hasta que consumiera toda la hierba del entorno. En Ezkio (G) mientras se dejaban pastando en el prado se sujetaban con una larga atadura unida a una rama.

Algunas encuestas anotan también el sistema de sujeción de las ovejas primerizas, normalmente con poca leche, reacias a dejar mamar al cordero. Se atan de una mano a una estaca o a un clavo en la pared, a fin de que no puedan huir ni morder al cordero. Pasados cuatro o cinco días, el animal «se da», permitiendo al cordero mamar, por lo que ya se le puede librar de la atadura (San Martín de Unx, Sangüesa-N).

Para sujetar las cabras e impedir que se escaparan, se les ataba una cuerda del cuello, que se enganchaba por la otra punta a una estaca (Izurdiaga-N).

Hay lugares donde suelen tener estos animales en los pinares o en los prados, algunos de ellos atados a los árboles (Ezkio).

Atado de las patas entre sí

Se trata también como en el caso anterior de trabar o impedir que las caballerías troten o sobrepasen el límite que el dueño les ha marcado para que pasten. Se han recogido dos sistemas similares, el primero de trabar el animal con una cadena y el otro más rústico, de hacerlo con un ramal o cuerda.

En Apodaca (A) cuando el ganado caballar tenía crías o se le echaba a pastar en las alfalfas o esparcetas, se le ponía una traba, consistente en una cadena atada a las dos patas delanteras. De esta manera no podía correr ni alejarse. En Agurain (A) la traba era una cadena corta soldada a un anillo en cada punta a modo de grillo, que se ponía en el extremo de los remos, enlazando los pies del caballar para impedirle que pudiera alejarse del lugar deseado. En Berganzo (A) la traba consistía también en una cadena corta soldada a un anillo en cada extremo a modo de grillo, enlazando las dos patas del animal. En Treviño (A) usaban igualmente los grillos de cadena que se colocaban en las patas o manos delanteras para evitar que se alejaran.

En Elosua (G) un tipo de traba consistía en atar con cadena cada una de las dos patas delanteras, dejando una holgura de medio metro para que pudiera moverse y en Lezaun (N) se componía de dos muñequeras de cuero unidas por una cadena.

En Zamudio (B) cuando el caballo o el burro tendía a ir demasiado rápido o a alejarse, se les colocaban grilletes, girletak. Se trataba de una cadena de unos 40 cm de longitud en cuyos extremos tenía unos eslabones más grandes para introducir las patas del animal. De este modo, uno de los grilletes se colocaba en la pata delantera y el otro en la trasera, forzando al animal a que su paso fuera más lento y costoso.

El segundo procedimiento para trabar las yeguas persigue idéntica finalidad que el descrito, únicamente que en lugar de con una cadena se le atan las patas con un material más rudimentario.

Pastando con una pata atada al cuello. Vasconia continental. Fuente: Michel Duvert, Grupos Etniker Euskalerria.

En Izal (N) la traba se realizaba con una cuerda que pasaba por las manos del animal, retorciéndola entre ambas y atándolas. También se utilizaba la soga para atarles un brazo limitando su alejamiento, ponerlo de soga. En Roncal (N) la traba era una cuerda blanda para que no les cortara la piel. Dejaban los animales trabados mientras pastaban para así no tener que correr cuando querían cogerlos.

En Mélida (N) la traba consistía en una cuerda para atar las patas de los animales, primero las de atrás y después con la misma cuerda las de delante. Se utilizaba tanto con ganado equino como con vacuno, impidiéndoles de este modo andar. Con trabar al guía de la manada era suficiente ya que los demás se quedaban quietos.

En Valderejo (A) ataban las dos patas delanteras con un ramal, impidiendo de esta manera que el animal pudiera efectuar largos desplazamientos. También en Urkabustaiz (A) les ataban las dos manos delanteras entre sí y los informantes señalan que otro método era taparles los ojos. En Hondarribia (G) hay constancia igualmente de que a los animales, para que no se alejaran, se les ataban los tobillos entre sí.

En Urduliz (B) cuando se iba al prado a acarrear hierba con el burro y no había ningún ayudante para sujetarlo mientras se le cargaba se le ataba con una soga una de las patas delanteras con una trasera, de esta manera no podía alejarse demasiado. También se le ponía delante de un montón de hierba para que se estuviera quieto mientras comía.

Tranca

Se trata de un artilugio hecho con un palo de madera que recibe distintos nombres y sirve fundamentalmente para impedir que las caballerías se alejen del pastizal donde se les ha dejado y evitar que salten setos o pasen a terrenos y heredades ajenos.

En Sara (L) se llamaba palua a la traba que se colocaba a las caballerías en el tobillo de una pata delantera para impedir que se alejaran demasiado cuando pacían en campo libre. Consistía en un palo de sauce silvestre, basa-sahatsa, largo de 14 cm doblado por una escotadura que se le hacía en el medio. La dobladura o parte escotada rodeaba el tobillo del animal y los dos brazos del palo que quedaban de un lado, se unían fuertemente con unas vueltas de alambre. La operación de doblar el palo de sauce era harto delicada, pues fácilmente podía romperse esta madera. Para mayor seguridad se procuraba cortar la rama del árbol que había de servir de material durante la bajamar de un día de cuarto menguante: se creía que en tales condiciones el material era más resistente, zailagoa, y se doblaba sin quebrarse[1].

En Donoztiri (BN) para impedir que los animales domésticos, principalmente los caballos, se alejaran mucho del lugar destinado a su apacentamiento, se les ponía una traba, la cual consistía en un palo, uno de cuyos extremos iba atado a una de las patas delanteras[2].

En Larraun (N) a las yeguas que tendían a alejarse demasiado, a fin de tenerlas controladas se les colocaba del brazo o pata delantera al cuello una vara denominada tranka o trankiloa. Un informante señala que esta costumbre más que en la propia localidad estuvo extendida por otras zonas como Las Améscoas y La Barranca.

En Lezaun (N) conocían la tranquilla que se usaba principalmente para las yeguas y si no había más remedio también para las vacas, que eran menos habilidosas para portarla. Este artilugio de madera impedía que los animales se alejaran demasiado y que saltaran setos o pequeños muros.

En Améscoa (N) hacían uso de la tranquilla. Con harta frecuencia alguna yegua se separaba de sus compañeras o tomaba gusto a sitios peligrosos donde abunda la hierba denominada mendaburu[3]. Para cercenar la libertad de estas yeguas andariegas y para frenar su querencia a lugares donde abundaba la citada hierba, se servían de la tranquilla. Ésta consiste en un palo grueso, doblado por su mitad y fuertemente ligado en sus puntas terminales. Para curvar el palo se le hacía una escotadura en su parte media y al doblarlo quedaba en un extremo de la tranquilla un hueco donde atrapaban, como en un cepo, la cuartilla del animal, que es la parte media entre el menudillo y el casco de la caballería. Se ataba con unas cuerdas fuertes o con alambre, para lo cual llevaba unas muescas en sus puntas. Este artilugio debía ser elaborado con madera de arce, ascarro, o roble y podía medir 55 cm de largo por lo que el palo con el que se fabricaba medía el doble, y 5 mm de diámetro, si bien las había más gruesas. Se calculaba que su longitud fuera algo mayor que la distancia que mediaba en esta clase de ganado entre las dos manos, de esta forma una vez colocada y sujeta, en el momento en que el animal intentara moverse, giraba y se entrecruzaba con la otra mano, impidiendo o al menos molestando un desplazamiento rápido.

En Araia (A) para impedir que el ganado, sobre todo caballar, acostumbrado a estar en casa, se alejara demasiado, se hacía uso de la traba que se colocaba en las patas delanteras de la yegua. Un informante señala que sigue utilizándolo.

En Bernedo (A) el sistema que impedía que las caballerías sueltas se alejaran demasiado mientras pacían o que facilitaba su captura al necesitarlas, era colocarles en una de las manos la taranca (traba). Consistía ésta en una pieza de roble, desgastada en el centro lo suficiente para que estando aún verde se doblara abrazando una de las manos del caballo y los dos extremos de la pieza le impidieran dar el paso a la otra. En Treviño y Pipaón (A) el mismo artilugio se denomina tranca. En esta última localidad señalan que se colocaba en las patas de los caballos lo que les impedía correr y así el pastor podía sujetarlos fácilmente. También se ha constatado su vigencia en Apellániz (A), donde la taranca o traba era una pieza de madera que se ponía en la pata delantera de las caballerías para que no se desmandaran cuando estaban pastando e impedía que penetraran en heredades sembradas.

En Valderejo (A) hacen uso de la piezga, artilugio de madera plana en forma de U, que se colocaba en una de las patas delanteras del animal quedando cerrado mediante un pasador de forma cilíndrica, también de madera y asegurado con una cuerda o una tira de cuero. Este aparato impedía que el animal corriese o saltase setos o paredes, evitando de esta manera que accediese a zonas cerradas.

En Beasain (G) cuando al caballo se le dejaba pastar suelto en los prados de casa, se le ataba a una pata delantera, con un trozo de cuero, un palo de unos 50 centímetros de largo, llamado trankea. De esta forma, al no poder correr, no se distanciaba mucho de su lugar inicial. En Oñati (G) la traba que se les ponía a los caballos para que no se alejaran, era una tabla, llamada pipa, que se ataba a las dos patas delanteras. En Hondarribia (G) a las yeguas que tenían un potrillo, se les sujetaba un tronco al cuello, o a las patas, de forma que sólo pudieran moverse algunos metros.

En Abadiano (B) cuando convenía que las yeguas no brincaran se les ponía en las patas delanteras un utensilio de madera, llamado tronperea, que les impedía moverse con soltura.

En el mismo Larraun (N) se conocía un artilugio para evitar que las cabras entraran en pastos que no debían, que consistía en ponerles una vara larga en el pecho que les impedía saltar a su antojo.

Vallado de los prados

Como ya se ha detallado en algunas de las descripciones anteriores la generalización de la costumbre de vallar los prados ha permitido apacentar los ganados sin necesidad de cuidarlos, lo que ha liberado a sus dueños de una tarea más.

Esta tendencia se ha ido incrementando con el paso de los años facilitada por la difusión del uso de estacas y alambres de espino. En los últimos años se ha extendido más allá de los predios cercanos a los barrios y ha llegado a las zonas de monte donde cada vez se levantan más alambradas.

Pero el cierre de los prados también se dio en tiempos pasados. Al no conocerse el uso del alambre de espino se utilizaron otros procedimientos como levantar paredes, abrir cárcavas o plantar arbustos espinosos que creasen setos vivos.

En Urduliz (B) a partir de los setenta algunos comenzaron a cerrar sus terrenos con estacas y alambre. Una cancilla, erromarea, formada por dos estacas horizontales que encajaban en los aros de otras dos verticales servía de acceso al carro y al ganado. A su lado había otro acceso más pequeño para que pasaran las personas, atetxua, trabesa barik.

En Zamudio (B) los campos o prados utilizados por el ganado están cercados con estacas y alambres. A la barrera de troncos por la que entran y salen se la denomina latea.

En Urkabustaiz (A) algunas fincas, habitualmente cercanas a la casa, se cierran con estacas y alambradas de espino para que el ganado pazca dentro del límite marcado. Los tranqueros hacen de puerta. Llevan dos estacas con agujeros en los que se introducen unas barras de madera que se fijan o se sacan para permitir o evitar la salida de los animales de la finca.

Todos los pueblos de Valdegovía (A) han promovido el cierre de sus montes, de tal forma que hoy en día prácticamente todos están delimitados. Además algunos ganaderos tienen sus terrenos particulares vallados para apacentar sus ganados o para dejarlos allí cuando hace buen tiempo. El cercado siempre es con alambre, bien sea de espino o del alambre que forma cuadros.


 
  1. José Miguel de BARANDIARAN. «Bosquejo etnográfico de Sara (V)» in AEF, XXI (1965-1966) p. 105.
  2. José Miguel de BARANDIARAN. «Rasgos de la vida popular de Dohozti» in El mundo en la mente popular vasca. Tomo IV. Zarauz, 1966, p. 55.
  3. Se trata de una hierba alargada que sale en conjuntos o montones, molsos, y es dañosa para el ganado, provoca el aborto.