El sonido de los cencerros
El sonido que emite el cencerro o la esquila es objeto de gran atención por parte de los pastores y ganaderos; éstos eligen con cuidado aquéllos que suenan a su gusto y procuran que los destinados a un mismo rebaño guarden uniformidad de sonido para así facilitar la identificación del ganado.
Una de las tareas artesanales de los pastores es precisamente la colocación de nuevos badajos a los cencerros adquiridos en el comercio. Esta labor de la que se habla en otro capítulo de esta obra está orientada a obtener un sonido adecuado de la esquila.
Cada pastor distingue el sonido de los cencerros que llevan los animales de su rebaño. Barandiaran señalaba a este respecto que «es de admirar la exactitud con que el oído del pastor sabe distinguir dos sonidos que para un profano parecen enteramente iguales»[1].
En Bernagoitia-Aramotz (B) señalan que el sonido de todos los cencerros es similar pero siempre distinto. Por ello antes de comprarlos los eligen haciéndolos sonar[2]. Los moradores de cada casa identifican de lejos su rebaño por el sonido que emiten los cencerros (Nabarniz-B).
Para lograr que todas las esquilas de un rebaño emitan similar sonido recurren a cerrar o abrir la chapa de la boca y a acortar o alargar la longitud del badajo (Berganzo-A).
Se dice además también que el sonido o el timbre de las esquilas es distinto de tal manera que el dueño puede no sólo localizar a la manada sino también identificar a cada uno de los animales (Améscoa, Sangüesa-N).
En Bernedo (A) el pastor asalariado contratado por los ganaderos del pueblo, era el dueño de los cencerros. Distinguía a cada animal perfectamente por el sonido que emitía cada cencerro. Se los colocaba al rebaño por San Miguel, 29 de septiembre, cuando tomaba a su cuenta el cargo, momento en que el pastor anterior retiraba sus cencerros.
En Donazaharre (BN) se dice, así mismo, que los cencerros son de gran utilidad para la rápida localización de un animal perdido o alejado porque producen sonidos peculiares, distintos unos de otros según el tamaño, grosor de la chapa, concavidad o tipo de badajo. En Vasconia continental los pastores labortanos y navarros los quieren todos de sonido similar; en cambio en Zuberoa, los eligen de forma que el tintineo sea dispar.
Los cencerros, tal y como ya se ha señalado en la parte introductoria de este capítulo, venían a ser también una suerte de marca de propiedad; generalmente se transmiten de padres a hijos (Berastegi-G). Para evitar su robo, muchos pastores les practican un corte o muesca de identificación. También al comprarlos, mandaban a veces grabar su marca en ellos (Roncal-N).
Como se verá más adelante las esquilas cumplen así mismo la función de adorno en ocasiones de cierta solemnidad; los bueyes que llevaban el carro de bodas o que participan en una competición suelen ir provistos de colleras con campanillas; también se engalana con campanillas y cascabeles el ganado caballar para determinadas labores agrícolas o de transporte.
En lado contrapuesto a estas ocasiones festivas se sitúa la costumbre de enmudecer las esquilas. Cuando fallecía algún miembro de la familia, en señal de duelo, se les quitaban a los animales de la casa los cencerros y las campanillas durante algún tiempo o se hacía que dejaran de sonar (Carranza-B). Lo mismo ocurría cuando un rebaño se establecía durante la trashumancia invernal en una casa donde hubiera muerto recientemente una persona (Bernagoitia-B). Para que un cencerro deje de sonar se recurre a llenar su interior con hierba o con paja (Urkabustaiz-A).
En otro orden de cosas, antaño se usaron esquilones o cascabeles como amuletos protectores o preservativos contra el mal del aojamiento, begizkoa. Esta práctica está desvanecida hoy en día, al menos aparentemente.
- ↑ Idem, «Los monumentos prehistóricos. Creencias y cultos megalíticos» cit., p. 42.
- ↑ Un informante de esta localidad relata que en el año 1980 acudió, acompañado de otro pastor, al pueblo navarro de Goizueta a proveerse de cencerros. Como no podían apreciar bien los sonidos en el pueblo, subieron a un monte próximo. Tardaron cuatro horas en seleccionar 100 cencerros y por cada uno pagaron la cantidad de 5.000 pesetas. La mitad era compra de encargo y para elegir de entre los 50 con los que se quedaron ellos dos invirtieron muchas mañanas probándolos uno por uno. Una vez finalizada la prueba hicieron dos montones que se adjudicaron entre ellos por sorteo.