Pastoreo de ciclo diario
En un buen número de localidades ha sido costumbre que el pastor se quedase a vivir en una cabaña en el monte junto a sus ovejas. Pero esto no ha ocurrido en todas las áreas encuestadas, en ocasiones los pastos estaban lo suficientemente cercanos a sus domicilios como para que pudiesen atender al ganado y regresar a su casa cada día.
En Valderejo (A) permanecían en los pastos sólo durante el día ya que pernoctaban en los pueblos. Los únicos que subían a los altos y se quedaban en ellos eran los que venían con ovejas merinas a principios del presente siglo. Se cuenta que algunos de ellos traían a sus familias. Llegaban, creen recordar los informantes, hacia el mes de mayo y partían de nuevo en los últimos días de septiembre o primeros de octubre.
En Treviño (A) en el tiempo en que hubo rebaños, los pastores subían y bajaban todos los días. Las ovejas y las cabras permanecían en el monte y sólo descendían en caso de nevadas, por lo que había que subir mañana y tarde a ordeñarlas.
En Bernedo (A) el pastor del Izki bajaba todas las noches a casa y dejaba el ganado suelto en el monte. Por la mañana madrugaba y subía antes de amanecer, que es cuando se movían los animales ya que de noche permanecían tumbados.
En el caso de los pastores del Duranguesado (B) la estancia en la montaña era breve. Cada dos días, o incluso a diario, visitaban el rebaño y volvían a casa para dormir. Se aseguraban así de que las ovejas se moviesen por determinadas zonas y no desperdiciasen la hierba, las recontaban y si hallaban alguna que no fuese suya la separaban del rebaño.
Los pastores de la zona de Anboto-Olaeta (A) no tienen necesidad de recorrer grandes distancias ya que los pastos de altura para sus ovejas, tanto en Anboto como en Urkiola, quedan cerca. Por ello llevan sus animales a los mismos y regresan al caserío para realizar el resto de las faenas.
En Lanestosa (B), antaño, donde la mayoría de los vecinos tenían como mínimo media docena de ovejas, se echaban todos los rebaños al monte, a los terrenos mancomunados con el vecino Valle de Carranza (Alto de Ubal) y con el de Soba (La Mortera). En estos pasturajes permanecían desde marzo hasta octubre. Cada pastor cuidaba su rebaño y subía a verlo todos los días, salvo en los meses de verano en que lo hacía cada tres o cuatro.
En Berganzo (A) suben a diario a los pasturajes altos desde abril o mayo para vigilar y cuidar sus rebaños y continúan haciéndolo, dependiendo de las condiciones climáticas, hasta diciembre.
En algunas localidades aunque la visita al ganado era diaria, ésta se efectuaba al atardecer para ordeñar, de modo que el pastor se quedaba a dormir en el monte y esperaba al ordeño de la mañana para regresar a casa con la leche.
En Carranza (B) una vez que los rebaños regresaban a las tierras del Valle después de haber pasado los meses de enero a marzo fuera del mismo en los pastos alquilados, se tenían en el monte bajo durante el mes de abril. No existía un día señalado para que los pastores llevasen los rebaños a los montes de Ordunte, pero era a partir del tres de mayo cuando los animales comenzaban a subir a éstos. Durante la época de ordeño, al atardecer el pastor cogía el morral y las hojalatas y cacharras y subía a la chabola. Una vez allí reunía las ovejas en el corral y procedía a su ordeño. Después se quedaba a dormir en la cabaña para ordeñar por la mañana y bajar con la leche al caserío. En las épocas en que había lobos los pastores tenían que permanecer todo el día en los altos con las ovejas, por lo que en ocasiones se turnaban los miembros de la familia. Así, el que subía por la tarde con los recipientes se quedaba a dormir allí y bajaba el que había estado todo el día cuidándolas; de paso acarreaba la leche del ordeño del atardecer. A la mañana siguiente éste regresaba nuevamente a la cabaña para reemplazar al que había pernoctado en ésta, siendo el encargado de poner el almuerzo antes de bajar hacia el caserío con la leche obtenida por la mañana. Si no andaba el lobo y había concluido el periodo del ordeño se dejaban pastar libres y sin cuidado alguno. Cada siete u ocho días el pastor subía al monte para verlas, reunirlas, contarlas para comprobar si faltaba alguna y curar las enfermas o en su caso bajarlas a casa para remediar el mal que padeciesen.
En Lapurdi la ascensión tenía lugar en abril/ mayo y el descenso en octubre/noviembre, dependiendo del frío y de la humedad. El pastor subía solo con el rebaño y no se quedaba en el monte sino que regresaba a su casa. Las ovejas solían permanecer agrupadas en el pasturaje correspondiente sin apenas alejarse. El dueño subía todas las tardes una vez concluidas las tareas en el caserío siguiendo la ruta del alphabide y seguido de su perro de raza labrit. Reunía a las ovejas en la borda y las ordeñaba con el kaiku. Cenaba y dormía en la artzain-etxola. Por la mañana volvía a extraer la leche y la mezclaba con la de la víspera en un cántaro, esne-untzia, que bajaba al caserío. De este modo colaboraba en sus tareas desde el final de la mañana hasta la tarde, cuando volvía a subir. La madre era siempre la persona encargada de elaborar los quesos con la leche que bajaba el pastor. Así ocurrió hasta los años cuarenta.
En Sara (L) el pastor subía al anochecer a su choza, junto a la cual había un lugar donde ordeñar las ovejas, jeizteko tokia; dormía en el camastro de la choza y a la mañana siguiente bajaba la leche a casa para hacer el queso. Para los años cuarenta los pastores que no tenían con qué alimentar las ovejas lecheras en sus campos y que se veían precisados a llevarlas en la primavera a los pasturajes, subían también a ordeñarlas diariamente, pero no pasaban ninguna noche en el monte, sino que bajaban luego a casa.
En Izal (N) como las zonas de pasto están cerca del pueblo el ciclo es diario. Hasta hace unos veinte años, el pastor bajaba a comer a casa mientras las ovejas estaban caloreando y luego volvía a subir y dormía con ellas en la majada, puesto que había sembrados que cuidar. En la actualidad, como ya no los hay, las ovejas se quedan solas.
El final del periodo productivo del ganado ovino liberaba al pastor de la principal de sus obligaciones por lo que algunos aprovechaban para bajar a sus caseríos a realizar allí tareas, regresando a vigilar el rebaño cada cierto tiempo. Ya se han constatado en las anteriores descripciones algunos ejemplos.
En Arraioz (N) había pastores que vivían en el monte durante todo el tiempo que el ganado pastaba en los comunales. Cuando dejaban de ordeñar las ovejas, bajaban a casa para hacer los trabajos del verano.
En ocasiones los rebaños ascendían a los pastos elevados poco antes de finalizar el tiempo de ordeño o justo cuando éste había concluido por lo que entonces tampoco era necesario permanecer continuamente junto a ellos.
En algunas localidades el movimiento diario lo ha realizado el pastor acompañado de sus ovejas, bien porque se trate de un pastor contratado por el pueblo para que apaciente a todos los rebaños del lugar o porque se dan circunstancias particulares como las que se describen más adelante en el caso de la población alavesa de Moreda.
En Urkabustaiz (A) los pastores que cuidan las ovejas de todos los vecinos del pueblo suben cada día a la sierra y normalmente no llevan compañía. En épocas más recientes se deja al ganado en ella sin ningún tipo de vigilancia por lo que ha llegado a permanecer perdido durante varios días. Su propietario tan sólo sube de vez en cuando para comprobar que todo va bien. Recuerdan el caso de un pastor llegado de Bizkaia que construyó una chabola en la que vivía y hacía los quesos. Se trató de un caso excepcional en los años cincuenta. Seguramente éste vivía como lo había hecho en otros montes pero para los ganaderos de la Sierra de Guibijo se trataba de una costumbre «importada».
En Moreda (A) los pastores de las localidades lindantes con el comunero tales como Cripán, Elvillar, Laguardia, Leza y Samaniego utilizan éste de forma ocasional, previo pago de una cuota, regresando a sus respectivos pueblos en el mismo día. Solamente uno de Lanciego, localidad más alejada, sube al comunero durante la época veraniega y permanece con su rebaño hasta el otoño, unos dos o tres meses. Para ello paga un alquiler a la Mancomunidad de Rioja Alavesa por cada animal que lleva. Aquí encuentra agua y pastos abundantes y frescos que no halla en Lanciego donde predomina el viñedo. Este pastor sube a finales de julio, después de la festividad de Santiago (25 de julio). Vuelve a bajar a la villa de Lanciego después de la festividad de San Miguel, el 29 de septiembre. Otras veces lo hace a primeros de octubre, poco antes de comenzar la vendimia, dependiendo del tiempo y de los pastos que haya. Todos los días saca a pacer el rebaño por las tierras del mismo y por la noche las recoge en unos corrales que tiene al aire libre vallados entre encinas y bojes. Después regresa a dormir a su casa. Lo hace así durante toda la temporada. Por la mañana vuelve para limpiar el aprisco y sacar a pastar los animales, permaneciendo durante todo el día, incluso para comer. Suele estar solo, aunque a veces le acompaña un hijo.