Cerdos

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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En Carranza (B) recuerdan que si la cerda era agresiva, tras el parto se cuidaban los gorrines durante dos o tres días o más para evitar que muriesen aplastados o devorados por ella. Se prestaba atención durante todo el día y más por la noche, casi siempre permaneciendo dentro del borcil o pocilga, antaño alumbrándose con un candil y después con una bombilla eléctrica.

Durante estos días se cuidaba de que cada cerdito mamase de su teta y de que todos recibiesen similar cantidad de leche. Cuando la cerda se tumbaba se debía estar al tanto para que ninguna cría muriese aplastada por el cuerpo de su madre. También había alguna chona o cerda que si pisaba sin querer a uno de los gorrines y éste gruñía, se volvía y lo devoraba. Se debía tener cuidado de que no ocurriese esto. En ocasiones al oír el gruñido de la cría atacaba al cuidador, que tenía que salir por pies del borcil.

Cuando la cerda se tumbaba, los gorrines acudían presurosos a mamar. Al principio los pezones estaban secos, pero a fuerza de succionarlos conseguían que bajase la leche, se decía entonces que «le daba el garo a la chona» y se reconocía porque emitía un peculiar ruido gutural. Al final los cerditos, satisfechos, se dormían cogidos a los pezones.

Estos animales tienen la costumbre innata de disponerse a mamar siempre en el mismo orden; sin embargo, en la camada había gorrines de los que «robaban la teta», esto es, primero mamaban de la de uno de sus hermanos para después seguir con la que les correspondía. Esto daba lugar a empujones y disputas que se debían evitar para que los más indefensos pudiesen alimentarse.

Ayudando a mamar a los cerditos. Urduliz (B), c. 1950. Fuente: Akaitze Kamiruaga (Gotzon Garitaonandia), Grupos Etniker Euskalerria.

Se asegura que los pezones próximos a las extremidades traseras son los más ricos en leche por lo que las crías que se alimentaban de ellos eran las que crecían mejor.

Si ocurría que una chona paría más crías que pezones tenía, durante los primeros días se esperaba a que mamasen algunos de los gorrines de las tetas traseras y cuando se consideraba que estaban satisfechos, se apartaban y en su lugar se disponían los cerditos para los que no había pezón. Transcurrido un tiempo se comenzaban a alimentar con biberón. También era costumbre regalárselos a un vecino para que los criase por este último procedimiento.

A estos cerditos se les solía tener encerrados en la carbonera de la cocina. Para alimentarlos se utilizaba leche de vaca rebajada con agua y endulzada con azúcar. Se comenzaba por darles el biberón cada tres horas por lo que había que levantarse por la noche. Con el tiempo se dejaba de diluir la leche y se espaciaban las tomas.

Los gorrines mamaban durante un mes y medio o dos, hasta el momento de su venta. Los dos o tres que se guardaban para criar en casa lo hacían durante algo más de tiempo.

Al cabo de un mes de su nacimiento se les comenzaba a ayudar con una mezcla a base de leche de vaca y patatas peladas, cocidas y deshechas. De la piel de la patata se decía que si la ingerían mientras eran pequeños, les ocasionaba descomposición. «Se les ayudaba a una hora», es decir, se les daba esta comida una vez al día y siempre con la precaución de que no se descompusiesen.

Esta sobrealimentación se mantenía hasta ser vendidos ya que así crecían hermosos y con la piel lustrosa.

A pesar de todos los cuidados dispensados, en la camada de cerditos siempre había uno que crecía menos que los demás, a este gorrín arruinado se le llamaba el aguacil o el guajiro.

Llegado el tiempo de vender los gorrines se guardaban para criar en casa los que tuviesen «mal arte», esto es, los de peor aspecto, entre ellos siempre el aguacil. La venta de estos últimos resultaba difícil y si se vendían lo único que se conseguía era rebajar el precio del resto de la camada.

A los que se dejaban en casa se les sustituía la mezcla de leche y patatas por una amasadura de agua tibia, harina de maíz y patata cocida.

A partir aproximadamente de los cuatro meses de edad se les comenzaba a proporcionar una dieta similar a la del resto de los cerdos guardados «para vida», es decir, como a los que se iban a sacrificar al año siguiente.

Ahora que ya no se tienen cerdas que paran en casa sino que los gorrines se compran con dos o tres meses para ser sacrificados en el mismo año, la alimentación durante su crianza se ha modificado radicalmente. Estos animales se ceban desde el primer momento utilizando para ello piensos compuestos que además no provocan tantas diarreas como los alimentos de antaño.