XVIII. LA CAZA DE ALIMAÑAS

De Atlas Etnográfico de Vasconia
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Un pastor de Roncal (N) señala que generalmente no solían tener armas aunque recuerda que a principios del siglo XX algunos llevaban revólver en la mochila, pero según él era por decir que lo llevaban y para tirar al blanco. El pastor no podía portar escopeta pues tenía prohibido matar caza.

En Ayala (A) cuando andaba el lobo algunos solían llevar la escopeta al hombro, pero de todos modos era algo raro.

Los pastores de la Sierra de Aramotz (Belatxikieta-B) no utilizaron escopeta hasta los años sesenta pero con posterioridad a esta fecha se ha ido introduciendo su empleo. Algunos de la Sierra de Anboto (B) sí recuerdan haberla llevado en el monte.

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Los pastores propietarios de la Sierra de Badaia (A) iban armados, pero tenían la escopeta escondida en el monte. En tiempos en que los raposos acechaban a los corderos o cabritos les acompañaba algún cazador del pueblo. A principios del siglo XX cuando merodeaba algún lobo subían de los pueblos con las escopetas.

En ocasiones los pastores también han aprovechado las posibilidades que les ofrecía el medio en el que se desenvolvían para cazar y así obtener un complemento a su alimentación.

En las Bardenas (N) por lo general no fueron cazadores. Capturaron conejos en un tiempo en el que al parecer hubo una plaga de estos animales, ya que según un informante «iban a morir a los corrales». Utilizaban para ello dos métodos: trampas o cepos y golpearlos con un palo cuando se encontraban «en la cama», es decir, en su guarida. Para tener éxito necesitaban acercarse con sigilo. También han cazado zorros ya que suelen atacar a los corderos recién nacidos; sin embargo, nunca han capturado perdices o pájaros, salvo en alguna ocasión en que no tenían qué comer.

En Izarraitz no acostumbraba a cazar y cuando lo hacía capturaba alguna liebre que otra, también algún gato montés, basakatua, y algún pájaro.

Aunque los pastores hayan realizado una limitada actividad cinegética sus relaciones con los cazadores no han solido ser precisamente cordiales. Unos y otros sólo han visto confluir sus intereses en la caza de alimañas, los primeros por necesidad y los segundos por diversión.

Se dice en la Sierra de Codés (N) que antaño los únicos que subían a los altos eran los pastores y los cazadores y aunque los primeros también eran aficionados a la caza detestaban ciertos métodos que llegaban a perjudicarles. No eran amigos de los lazos para el jabalí donde ocasionalmente quedaban atrapadas ovejas ni de los cepos en los que alguna vez caían prisioneros sus perros.

Los mayores problemas entre ellos surgen cuando los cazadores emplean perros en su actividad ya que a menudo ocasionan perjuicios en los rebaños, la mayoría de las veces porque asustan a las ovejas y ocasionalmente porque causan la muerte de alguna (Carranza-B).

En cuanto a las formas tradicionales para capturar las alimañas Caro Baroja recoge que «algunos procedimientos rudimentarios de caza en el norte de España están relacionados estrechamente con el régimen pastoril [...] aunque sin duda, desde un punto de vista cultural, deben ser considerados como anteriores a aquél y se hallan en un área mucho mayor. Uno de ellos es el de la caza al ojeo armando la gente grandes estrépitos en la zona en que hay alimañas, que socialmente conviene aniquilar, porque son amenaza constante para los ganados. El otro, mucho más curioso, es el sistema de caza con trampas. A veces se combinan ambos»[1].

En determinadas montañas existen todavía loberas, es decir, terrenos enmarcados por dos costados con sendas paredes que convergen hacia una fosa profunda. Esta disposición facilitaba el resultado de la caza de ojeo cuando se sabía que algún lobo andaba por la montaña. Donde no había lobera la caza era menos segura. Aun así mediante una batida combinada de un grupo, auxiliado por perros, se procuraba espantar a las fieras obligándolas a huir hacia un desfiladero donde otros cazadores las aguardaban armados con escopetas[2].

Mucho más precarios han sido los procedimientos de asustar a los depredadores mediante el empleo de fuego o realizando fuertes ruidos. Otros recursos como el veneno han tenido por el contrario efectos devastadores.

La presencia de estos animales ha dado lugar a numerosos topónimos como los que a continuación se recogen a modo de ejemplo, todos ellos constatados en poblaciones alavesas: Pieza del Lobo (Lagrán), Portillo del Lobo (Montes de Vitoria), Cueva del Lobo y Ventana del Lobo (Apellániz), Paso de los Lobos y Loma de las Raposeras (Bujanda), Raposera (Lagrán y Markinez), Cueva del Raposo (Santa Cruz de Campezo) y Peña del Raposo (Alda)[3].


 
  1. Julio CARO BAROJA. Los pueblos del Norte. San Sebastián, 1977, p. 188.
  2. José Miguel de BARANDIARAN. «Aspectos sociográficos de la población del Pirineo Vasco» in Eusko-Jakintza, VII (1953-1957) p. 19.
  3. Los datos referentes a la montaña alavesa han sido tomados de Gerardo LÓPEZ DE GUEREÑU. «La caza en la montaña alavesa» in Munibe, IX (1957) pp. 226-227, 240-250.